El País, 12 de Marzo 2018 [Noticia seleccionada y comentada por ARTURO CARRASCO GONZÁLEZ -Grado en Sociología]
Los rohingyas son una minoría étnica musulmana discriminada históricamente y perseguida en la actualidad, por el gobierno del Estado de Myanmar (antiguamente conocido como Birmania y de población, en su mayoría, budista) por considerarlos como inmigrantes ilegales e invasores. Sin embargo, la presencia de los rohingyas en dicho estado se remonta al siglo VII, por lo que estos, con razones suficientes, se consideran indígenas birmanos. La persecución, digna de ser definida como limpieza étnica o genocidio (aldeas quemadas, asesinatos en masa, violaciones…), ha provocado que la única solución posible para esta minoría si desea garantizar su supervivencia sea migrar a Bangladésh, un país superpoblado y económicamente pobre, al que habrían llegado desde agosto de 2017 más de 670.000 personas. Pese a la gravedad de este hecho, la denuncia occidental es prácticamente ninguna; y la actuación internacional es lenta e ineficiente, mostrando una vez más su incapacidad para proteger los derechos humanos en el mundo.
Esta semana, Amnistía Internacional ha informado del aumento de la militarización genocida en Rakhine, estado situado en el oeste de Myanmar dónde habitaban hasta hace pocos meses la inmensa mayoría de rohingyas. Este suceso dificulta, aún más, si en algún momento se creyó viable, el proyecto de repatriación ya aplazado (cuya hoja de ruta fue propuesta por China, mayor socio comercial de Bangladesh y Myanmar).
Desde mi más inocente esperanza, espero que la indignación pública occidental despierte ejerciendo presión sobre los organismos internacionales y así parar, haciendo justicia, una atrocidad sin precedentes desde el holocausto judío nazi. De momento, la realidad dista mucho de mi esperanza, y si mi intuición no falla, desembocará en una crisis de refugiados estructural como muchas otras.
