Historia de vida realizada por Alba Casas Hernández (Estudiante del Grado en Trabajo Social)
La protagonista de esta historia se llama Aranza (nombre ficticio), una chica de 26 años, venezolana de Tinaquillo, que decidió emigrar de su país, Venezuela, en octubre de 2018.
Aranza afirma que no fue fácil para ella tomar la decisión de salir de su país, de hecho, estuvo prácticamente un año meditando su decisión. Lo que le hizo llevar a la práctica su partida, fue querer una vida mejor, tanto para ella como para su familia, ya que, según ella misma narra, la situación en Venezuela es “cada vez más difícil” y nadie puede tener calidad de vida ni se le garantiza un futuro, por lo que “a muchos venezolanos no les queda otra opción que emigrar”.
En el momento de su emigración, Venezuela vivía un sistema político muy lamentable, en el que cada vez era más difícil salir a la calle o, simplemente, estar en casa, puesto que sentían un gran nivel de inseguridad. La protagonista afirma que no pueden ir por la calle con el móvil, ya que puede ser motivo de perder la vida y que, incluso niños de 12 años ya van armados y en moto para buscar a alguien a quien robar. Venezuela también se enfrenta a una escasez de alimentos en la que, por experiencia de la propia protagonista, hay que hacer colas kilométricas para poder comprar cualquier alimento básico, aunque sólo quien pueda hacerlo, pues con el sueldo mínimo, a veces, no les llega para cubrir la “canasta básica de alimentación” y muchas familias deben decidir si comprar “un pollo o un cartón de huevos”.
Aranza es histotecnóloga y comenta la falta que hay también de medicina, ya que cuando trabajó en un laboratorio oncológico, no tenían “suficientes insumos” y el propio gobierno le obligaba a trabajar en “condiciones deplorables”. A todo esto, también se suma la falta de electricidad, puesto que podían estar horas e, incluso, días sin luz, sin cobertura en los móviles, sin agua durante 15 días o más y se ven a personas de todas las edades alimentándose de la comida de los contenedores de basura.
Aranza decide venir a España por el idioma y porque afirma que “la situación aquí es mucho mejor que en cualquier otro país de Latinoamérica”, aunque lo único que conoce de España es lo que ella buscó por internet, puesto que no tenía a nadie conocido aquí. A pesar de recibir apoyo moral en todo momento de su familia, es ella quien hace todos los trámites y documentos necesarios.
Cuando Aranza decide que es hora de salir de su país, pone su pasaporte en regla, compra en una agencia de viajes de su país dos billetes de avión, uno de ida y otro de vuelta, con la diferencia de 10 días de uno a otro, para entrar en España como turista y busca un lugar donde instalarse cuando llegase a España. En el momento en el que llega a España, entra sin ningún tipo de problema ya que viene con el dinero suficiente para poder pasar esos 10 días como turista aquí. Aunque sabía que podía haber pedido protección internacional en el puesto fronterizo del aeropuerto, decide no hacerlo porque conocidos suyos que habían pasado por la misma situación, le habían dicho que podía pasar unos días retenida y ella no quería pasar por eso. Una vez instalada en Madrid, se empadrona con el contrato de alquiler que tenía del piso en el que se alojaba y, pasados dos meses, pidió en la comisaría de policía protección internacional. Tuvo que pasar la conocida “entrevista de asilo” en la que aportó una serie de pruebas alegando que su vida corría peligro en su país. En ese momento, le entregan la conocida tarjeta blanca 2, que le permite residir aquí durante 6 meses, pero no le da permiso de trabajo, algo que le preocupó mucho en su momento puesto que sabía que con el dinero que ella traía encima no podría vivir 6 meses. En ese tiempo, Aranza pidió cita con el trabajador social de inmigración. En esta cita el trabajador social le confirma que tiene una plaza para ella y que podían ayudarle, pero que la plaza era en Zamora, cubierta por Cruz Roja, la cual le ayudó económica y psicológicamente, puesto que al llegar aquí estaba muy “afectada” y “cayó en depresión”, ya que se sentía sola y tenía sentimientos de culpa por haber dejado en Venezuela a su familia. Esto le supone un sentimiento de miedo puesto que no había planeado salir de Madrid y tenía incertidumbre por no saber “donde se estaba metiendo”. Pasados siete meses, le conceden la residencia por razones humanitarias durante un año, que tendrá que renovar por dos años el próximo mes de julio.
Aranza se ha encontrado muchas dificultades en todo su proceso migratorio, tales como dejar en su país a su familia y amigos o, incluso, otros que están en otros países, la pérdida de sus costumbres o su profesión, ya que, aunque ha logrado que le reconozcan su título de bachiller y el universitario, no se le permite ejercer su profesión aquí. Esto le provocó frustración, porque tenía que adaptarse a cosas a las que no estaba acostumbrada y tan sólo quería dinero para poder vivir aquí y mandarle a su familia. Le afectó, también, tener que recibir ayuda de alimento o ropa, puesto que ella estaba acostumbrada a ganarse las cosas con su trabajo y esfuerzo, lo que le hacía sentirse inferior, aunque estaba igualmente agradecida. Notó también una gran diferencia en el clima, ya que ni si quiera trajo ropa de abrigo, en la gastronomía o en la cultura, además del idioma, ya que no entendía todas las expresiones que se utilizan en España.
A nivel psicológico se sentía muy afectada ya que “tenía la sensación de vivir dos vidas”, puesto que una parte de ella estaba en Venezuela con sus seres queridos. Algo que, a día de hoy le sigue afectando, es poder comprar comida y comer de todo, mientras que en Venezuela su familia no puede tener acceso a todo lo que ella tiene aquí y ver como hay gente que tira comida mientras allí hay niños que comen de la basura es algo que le sigue doliendo. Tuvo miedo de tener que dormir en la calle en algún momento si no encontraba trabajo o no tener algo para comer. A veces se mantenía con una botella de agua y una pieza de fruta al día dando vueltas por la calle sin un destino fijo, “desesperada por poder trabajar”. Aunque tuvo sentimientos de dolor, angustia, miedo o tristeza, es feliz y está agradecida porque lo que vivió le ha hecho aprender y “ser mejor persona”.
Para ella fue muy duro adaptarse a las normas que le pusieron desde Cruz Roja hasta que le dieron el permiso de residencia, puesto que no podía salir de casa antes de las 9 de la mañana y tenía que estar antes de las 12 de la noche, había sensores de movimiento en la puerta del piso, de la ayuda económica que le daban tan sólo podía comprar comida (no podía hacer recargas del móvil o comprar ropa) y le exigían los tickets de compra. Además, le hacían visitas al piso en las que revisaban sus objetos personales. Todo esto le hacía sentir una pérdida de su libertad y su autonomía. No obstante, está muy agradecida con Cruz Roja y con España por darle una oportunidad para poder salir adelante e integrarse en la sociedad. Además, los siete meses hasta que le concedieron la residencia, estuvo conviviendo con una familia salvadoreña y conoció a otras familias de otras nacionalidades de las cuales aprendió muchísimo.
Aunque a Aranza le encantaría volver a Venezuela, por el momento no piensa hacerlo, puesto que tiene miedo de volver, la encarcelen y no pueda regresar a España “por haber pedido asilo político”. Por otra parte, cree que si alguna vez vuelve será para ver a su familia, no para quedarse a vivir allí, aunque afirma que deberá “asesorarse muy bien de cómo hacerlo para no correr peligro”.
Aranza no duda en que volvería a emigrar por muy duro que sea, pero sí considera que haría todo lo posible por poder hacerlo con su familia, no ella sola, al igual que no duda en que lo volvería a hacer en España por las oportunidades que le ha ofrecido.