La quimera de la salud mental en prisión

5/04/21, 5:05

Hace unas semanas era noticia la intervención de Íñigo Errejón en el Congreso de los Diputados, reclamando al presidente del Gobierno la actualización de la estrategia de salud mental en nuestro país. No cabe duda de que todos, en algún momento de nuestras vidas, necesitaremos atención psicológica, lo cual se pone especialmente de relieve en los tiempos convulsos en los que vivimos. No obstante, si cualquiera de nosotros quisiera acceder a un psicólogo a través de la sanidad pública debería superar primero las largas listas de espera, que pueden llegar incluso al año. Pero estas complicaciones no sólo existen para los ciudadanos de a pie: los reclusos de nuestro país se encuentran con el mismo panorama, si no más desolador.

En primer lugar, debemos reseñar un dato importante. Nuestro país únicamente cuenta con dos hospitales psiquiátricos penitenciarios: Fontcalent (Alicante) y Sevilla. Entre estos dos centros se cuentan, aproximadamente, 450 internos, que, aunque han participado en actos delictivos, han sido declarados inimputables -no responsables de sus actos- por los trastornos que padecen. Para todos ellos ambos centros cuentan con menos de ocho psiquiatras.

Si esto parece preocupante, más aún lo es el hecho de que fuera de estos existen personas que también sufren trastornos mentales graves, pero que cumplen condena en prisiones comunes, dado que la enfermedad mental que sufren no fue contemplada en el proceso penal incoado. Siguiendo la respuesta parlamentaria del Gobierno, de 18 de junio de 2019, en nuestro país alrededor del 4,2% de los internos en centros penitenciarios presentan un Trastorno Mental Grave (trastornos de la personalidad, psicóticos, afectivos, delirantes…). En total, 1834 personas que no pueden contar con la atención que precisarían. Gran parte de ellos deben permanecer en las enfermerías del centro penitenciario, dado que estos no cuentan con módulos específicos de psiquiatría.

Todo ello propicia que estos enfermos no sólo acaben aislados, con tendencias suicidas y un agravamiento de sus patologías, sino que también suele ser el detonante del consumo de drogas. Se encuentran en una situación que no acaban de comprender, sin estar correctamente tratados ni evaluados, dado que no sólo precisan de psiquiatras, sino también de un seguimiento psicológico. En este sentido, hay que destacar también la falta de profesionales sanitarios en el medio penitenciario, llegando a haber centros que únicamente cuentan con un psicólogo para todos los internos.

Con estas condiciones, ¿cómo se pretende lograr la función de la reinserción social? ¿Cómo se pretende alegar siquiera que se vela por los derechos de los internos? El mandato constitucional de la promoción y plena integración de las personas que sufren algún grado de discapacidad, así como el derecho a la vida (arts. 43 y 49 CE), parecen quedar olvidados cuando nos adentramos en el mundo penitenciario.

Todo esto nos es relevante. La imposibilidad de recibir un tratamiento adecuado repercute en su situación personal, de modo que cuando salen de prisión lo hacen con un doble estigma, de enfermo mental y de excarcelado, lo cual los lleva a reincidir, iniciándose de nuevo este círculo vicioso.

 Esther Vicente Herrera

Línea de Intervención penitenciaria y Derechos humanos

Clínica Jurídica de Acción Social

Tiempos de pandemia en prisión: la limitación de los derechos de los presos

5/04/21, 5:00

La pandemia que ha traído el covid no solo ha acabado con numerosas vidas, sino que ha terminado también por limitar muchos de nuestros derechos fundamentales como la libertad de movimiento o el derecho de reunión. Todos en mayor o menor medida nos hemos visto muy influidos por ello y esto ha derivado en muchos y graves problemas psicológicos en gran parte de la población, como depresión y trastornos de la ansiedad. El confinamiento al que nos vimos sometidos nos puede llegar a hacer entender el día a día de los internos de las cárceles que tienen siempre restringida su libertad de movimiento y se ven en esta situación constantemente, pero es difícil imaginar cómo les ha afectado la pandemia más aun.

A pesar de que es difícil imaginar algo peor que el hecho de estar privados de la libertad de movimiento los internos han tenido que ver como la pandemia producía una vulneración de dos de sus derechos más preciados, la visita a la prisión de sus familias y los permisos de salidas.

Durante el grueso de la pandemia donde nadie podíamos salir en ningún momento todos los internos vieron que no podían recibir ninguna visita del exterior, ni de sus familias, ni de asociaciones viendo como muchas de sus actividades quedaban paralizadas durante meses, sin poder tener ningún contacto con el mundo de fuera. Por suerte se implementó en la cárcel la posibilidad de hacer videollamada con sus familias. Medida que hay que plantearse si sería conveniente que haya venido para quedarse sobre todo para quienes tienen sus familias en el extranjero.

Tras tres meses de pandemia en el desconfinamiento todos vimos como poco a poco recuperábamos nuestra normalidad, o eso pensábamos, ya que esto no sucedió para los internos debido a que en cada una de las tres olas que ha habido han tenido que experimentar de nuevo la restricción de cualquier contacto con el exterior volviendo a tener un confinamiento aislados del “otro mundo”.

Además de esto hay dos medidas que ellos nos cuentan que consideran especialmente dañinas para su salud mental y que llevan sufriendo más de un año.

La primera de ellas es que ahora que han logrado que sus familiares puedan venir a verles (las visitas familiares que se realizan en persona) han sido limitadas a dos personas al mes. Esto produce que muchos internos con hijos menores solo puedan ver a uno de sus hijos al mes debido a que estos tienen que entrar acompañados de un adulto lo que provoca en los presos un malestar enorme al tener que estar en ocasiones varios meses sin poder ver a alguno de sus hijos.

La segunda de ellas y puede que la peor de todas es que si los presos logran obtener un permiso de salida o deben salir por cualquier otra circunstancia se ven obligados a la vuelta a estar 10 días en aislamiento en sus minúsculas celdas. Lo que es sentido por ellos prácticamente como un castigo, ya que se puede asemejar a la consecuencia que tiene un preso cuando tiene mala conducta y provoca altercados en prisión. Esto según dicen los propios internos se puede llevar mejor cuando vienen de permiso porque “vienen con las pilas cargadas”, pero alegan que cuando deben salir por necesidades medicas o porque tienen que ir a un juicio o a otros temas jurídicos es devastador. Esta medida tan extrema lleva al punto de que algunos nos planteemos si les merece la pena salir de permiso a cambio del elevado coste que les provoca el tener un aislamiento obligado a la vuelta.

Por lo tanto, vemos que mientras que la nueva normalidad se acerca a nosotros (pese a las numerosas restricciones que siguen vigentes) y nuestras vidas en mayor o menor medida recobran su estabilidad habitual, esta nueva normalidad dista de acercarse al sistema penitenciario destrozando la salud mental de los presos más aun de lo que lo hace la propia estancia en prisión.

Lucía Rodríguez Fernández

Línea de Intervención penitenciaria y Derechos humanos

Clínica Jurídica de Acción Social