Los aquelarres de las brujas de Zugarramurdi

27/03/16, 21:14

Los aquelarres de las brujas de Zugarramurdi, pueblo situado entre los límites de las provineias de Navarra y Logroño, dieron lugar en el siglo XVII al mayor de los procesos por brujería habidos en España. En los días 7 y 8 de noviembre de 1610 los inquisidores de Logroño celebraron un solemnísimo auto general de fe con 53 causas. Veintinueve de los encausados eran brujos y brujas que se reunían en Zugarramurdi para realizar amarres de amor efectivos adorar al diablo y renegar de Dios. De las declaraciones de los reos, principalmente de la bruja llamada María de Zuzaya, se vino en conocimiento de terribles hechos.

María de Zuzaya confesó a los inquisidores, entre los muchos delitos propios, que el demonio la visitaba todas las noches y que con él mantenía continuos tratos carnales. También declaró que era culpable de dañar a muchas personas, de las que dio nombres y señas. Asimismo perjudicó tierras y cosechas, poniendo polvos venenosos en peras, manzanas, nueces, castañas y otros frutos. Y en cierta ocasión, un hombre falleció entre horribles dolores por haber comido un huevo asado por ella, en el que había puesto los polvos del diablo.

Por sus creencias y actuaciones, esta secta ha de considerarse de brujería satánica, con un especial odio por todo lo cristiano. Nada de ella y de sus miembros pertenece a la brujería «Wicca», si bien puede entroncarse en el árbol de la religión pagana, cuyas diversas ramas tenían el objetivo común de sobrevivir a las persecuciones del cristianismo y de oponerse a los desmanes de los señores feudales.

Sobre los venenos y ponzoñas que preparaban los acólitos de María de Zuzaya durante el aquelarre nos informa Juan Antonio Llórente, secretario general que fue de la Inquisición de la Corte de Madrid, en los años 1789. 1790 y 1791, según documentos oficiales obrantes en los archivos. En su obra Historia de la Inquisición de España nos dice:

«La potestad de formar venenos y ponzoñas mortíferas no es común a todos los brujos, aunque sean profesos; es un don particular que concede por gracia especial el demonio a los más perfectos de la secta y más unidos con él en interés. El ejercicio es de este modo: señala el día y sitio en que hayan de buscar los materiales, que son sapos, culebras, lagartos, lagartijas, limacos, caracoles y otros insectos, y ciertas plantas que designa; encuentran abundancia de ello con auxilio de! demonio, que alguna vez les acompaña.

«Luego le presentan todo, y él echa su bendición a los animales y plantas; los brujos desuellan a los sapos y demás sabandijas con sus propios dientes. El demonio les ayuda para vencer la dificultad y los hacen trozos antes de su muerte; los mezclan en una olla con huesos pequeños y sesos de hombres muertos, sacados de las sepulturas de los templos; echan el agua verde de los sapos energúmenos y lo cuecen todo hasta la calcinación. Lo reducen a polvo, lo mezclan con el agua indicada y resulta un ungüento ponzoñoso, del cual cada brujo se lleva la porción que le corresponde. A veces lo dejan en polvo, ya que en ocasiones produce más efecto, particularmente cuando se quiere destruir la cosecha de granos o frutas. Se distribuyen los polvos donde se quiere hacer daño, y se secan frutos y frutas en todo o en parte, según haya sido el propósito.

»Para las personas sirve lo uno y lo otro, según las circunstancias; el ungüento, si hay contacto físico del sujeto a quien se quiere dañar, o de cosa que ha de comer o beber; y los polvos en este segundo caso y en el de obrar a distancia…»

Estos perniciosos quehaceres, más propios de la magia negra, de la hechicería maligna y del tarot que de la brujería religiosa, nos hablan de un fenómeno tan antiguo como mortífero: la utilización de venenos para matar personas impunemente, tan en boga en la Edad Media en el Renacimiento, aunque en sus orígenes tengamos que remontarnos a los antiguos egipcios. En los brujos de Zugarramurdi nos encontramos con sujetos que conocen los letales efectos de muchos ingredientes, los cuales emplean para obtener sus propósitos de venganza y muerte, como si no tuvieran confianza suficiente en los poderes del diablo para matar a distancia.

Y no está de más hacer memoria sobre el caso de la bruja francesa La Voisin, complicada en el célebre caso en el tiempo de Luis XIV, y qué fue juzgada por la Cámara Ardiente y condenada a morir en la hoguera. Su detención puso al descubierto la extensa red de hechiceros envenenadores que existía en el París de aquellos tiempos. Recordemos que tales procesos tuvieron lugar entre 1679 y 1682 y que madame de Montespan, la favorita del rey, estuvo implicada en una conjura para deshacerse de sus rivales y recuperar los favores del monarca. Llegó al punto de intervenir en sacrilegas y sangrientas misas negras, en que fueron degolladas criaturas inocentes. Todo ello nos viene a demostrar que era práctica corriente entre determinadas brujas el facilitar venenos, filtros y ponzoñas que pudieran satisfacer las bajas pasiones de sus clientes.

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