La brujería en el norte de España

26/12/15, 21:41

Del 21 al 23 de septiembre de 1972 se celebró en San Sebastián el Primer Congreso Nacional de Brujología, y aquel acto llevó consigo el reconocimiento de un tema que había sido ampliamente estudiado, pero de una forma aislada, por investigadores y escritores de valía e ingenio (Caro Baroja, Valle-Inclán, Pardo Bazán, etc.) Sin embargo, a través de la historia, los miedos escondidos y los ridículos prejuicios que habitan en las carpetobetónicas mentes del pueblo español alejaron, condenaron y despreciaron un tema tan popular y vivo como éste que estamos tratando.

No es difícil escribir sobre la brujería y la magia blanca en el norte de España, ya que es en estas latitudes donde se han mantenido vivas las tradiciones populares con un folklore lleno de intenciones sobrenaturales relacionado con las fuerzas del bien y del mal; pero es a la vez difícil intentar condensar en tan breve espacio un tema y un estudio que llenarían, sin lugar a dudas, libros completos para incluir todo lo que uno ha conocido, oído y vivido sobre los otros espíritus que están presentes, y de las personas que son capaces de dialogar con ellos.

El norte de la Península Ibérica es un lugar propicio con sus silencios disciplinados acompañados de neblinas persistentes y prietos, densos y húmedos bosques de robles, donde mora el muérdago y el saber perdido; sus valles profundos que forman moradas naturales para los mitos vivos de ayer y hoy. De tormentas, de truenos y rayos, de montes altivos y vientos aulladores, de mares bravos y costas accidentadas. En esta geografía única, bella y apartada, nacieron, vivieron y habitan las únicas mitologías de nuestro país, y con ellas y por ellas, los primeros intérpretes de ese saber desconocido, pioneros incomprendidos de los saberes actuales y diana fácil de las ignorancias crueles de una sociedad tan desorientada como terca.

Se puede perseguir, atacar y barrer las ideas e ideales escritos, promulgados y publicados, pero no los que nacen en las mentes y mueren con ellas porque no se atreven las bocas a nombrarlos; tampoco las que estuvieron antes que sus verdugos y seguirán cuando se mueran éstos, porque esas ideas son consustanciales a los miedos y sentires de los pueblos; son las que ocupan los lugares del cerebro dedicados a la sinrazón. Porque posiblemente, fuera de toda lógica, nacieron para llenar con explicaciones las cosas que nunca se pudieron razonar, las cosas que ocurrían y que nadie sabía decir el porqué. Y para cubrir esa laguna nacen los mitos, las supersticiones, las costumbres soterradas, los conjuros y los diálogos con lo desconocido, y con ello sus intérpretes y representantes, los brujos y brujas, los maestros y maestras de hechizos, amarres de amor y bebedizos, de secretos mágicos y de maleficios.

Pero aunque sustancialmente los fines y los medios son los mismos en todo el norte de España, no ocurre así con la manifestación viva, la representación de estos actos de la vida, divididos claramente en dos: la brujería doméstica, constante, perpetua y siempre manifestada fácilmente por el sentir popular, de la que es celosa guardiana la tierra gallega, y la profunda, silenciosa, llena de miedos y oscuridades, creíble y temida, arcana y presente del País Vasco. Y como un puente de unión de estos dos pueblos tan distintos, tan llenos de propiedades e historias autóctonas, está Asturias, que acoge como es usual en su idiosincrasia, todas las tendencias que se le ofrecen, todos los movimientos que viven, dulcificando y consolidando aquello más pintoresco y lírico, siendo portadora de una tradición mitológica más rica que la de aquellas que fomentaron e influyeron en sus inquietudes sobrenaturales. Será de acuerdo con esta separación regional como vamos a tratar el tema de la brujería usado como introducción a la indudable protagonista de esta historia, la bruja, con las denominaciones propias que en cada lugar tiene. La Meiga gallega, la Bruxa asturiana y la Sorguiña vasca.

 

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