Hábitos y costumbres diabólicas

3/02/16, 18:54

Una larga tradición, que nace entre sumerios y que será confirmada por egipcios e israelitas, codificada en la Edad Media, diversificada por las pacíficas invasiones transeuropeas; bogomilos en Albania, Bulgaria, Grecia y sur de Italia; cátaros en la zona que hoy comprendería el norte de Cataluña y el Languedoc, zíngaros en el cuadrilátero de Bohemia, que será sincretizada en la España musulmana, renacida en las juderías de Prga durante el los siglos XV y XVII, vuelta literatura en el Siglo de las Luces, otorga a la figura del Diablo, características de la más diversa índole, que lo distinguen con claridad del hombre, los ángeles y cualquier otra criatura creada por la divinidad de la tradición católica. tanto si son físicas, como si se refieren a sus preferencias gastronómicas o artísticas, a sus hábitos o a sus limitaciones, en cualquier caso y en todos los tiempos, las ha unido un denominador común: el reconocimiento de la especificidad de Diablo. Esta afirmación tiene, por lo demás, un doble corolario: si, por un lado, significa un aterrorizado y encubierto homenaje, por el otro supone la garantía y el alivio de que siempre puede ser reconocido. En la medida en que el Astuto no puede eludir estas características que lo definen, más tarde o más temprano le pesca en falta y se le desenmascara. Los demonólogos y la propia demonología en general, aseguran que nada en el mundo enfurece tanto al Diablo como es ser descubierto en su superchería, porque le recuerda su imperfección esencial, su naturaleza caricaturesca de Dios. Sin embargo y tal vez esto sea debido a que le hiere en un punto tan esencial, toda su furia es vana en estos casosm ya que al ser puesto en evidencia, pierde todo su poder. Humillado, lía su petate y desaparece de la circulación; vuelve a las sombras, para urdir en otro tiempo y lugar una nueva edición de su obra infinita: la imitación de hombrem que le permitirá alguna vez, establecerse en toda la faz de la Tierra como señor.

Algunas de las formas más groseras del Diablo podrían ser descritas, como una inevitable cojera, ojos saltones o su enorme pene. Pero limitarse a uno cualquiera de estos rasgos, equivaldría a colgar el sambenitosatánico a cuanto cojo, hipertenso o genitalmente dotado anda por el vasto mundo. Los demonólogos, sistematizadores prlijos como son, aconsejan acumular no menos de siete pruebas de diversa índole que coincidan en un a sola persona, antes de entrar en sospechas sobre su identidad. Los demonios, por ejemplo, no saben andar hacia atrás, pero habría que forzar mucho el ingenio para encontrar situaciones en la vida cotidiana en las que una persona se vea precisada de hacerlo. Una de cada trece veces parpadean de abajo hacia arriba, pero lo hacen a tal velocidad que hasta el más avezado no es capaz de percibirlo. No saben sonarse las narices, pero al no constiparse tampoco es sencillo, nunca duermen, pero pueden fingir que lo hacen. Según el Talmud, un detalle de sus características es que los pierde la impaciencia, tienen siete veces más prisa que el hombre en realizar cualquier cosa y, aun cuando son muy eficaces y descargan por sí mismo lo más pesado del trabajo, acaban por imponer un ritmo que agobia y desanima a los colaboradores. El exceso de ambición es otro de los fallos que suele desmoronar algunos de sus planes. Se cuenta el extraño caso de un demonio, de fines del s.XIX que no supo contentarse con el éxito que tenía y puso en circulación billetes de diez mil pesetas, con su propio rostro. Por supuesto fracasando en todo intento de ganar más dinero ante tan estúpido plan.

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