El papel del traductor de inglés (II)

12/10/15, 14:19

Seguimos con la continuación del anterior artículo sobre el papel de los traductores:

Quizá no sea perverso, pero lo indudable es que es ruinoso. Con semejante consejo, un traductor se arriesga a no volver a traducir en más de un lugar. Son muchos los textos que distan de estar bien redactados en la lengua original y si e1 traductor mantiene el mismo nivel de escritura de poco le servirá argumentar que ha sido “fiel” al original. Una de las cosas que se le piden es que dote al texto de llegada de un minimo de aceptabilidad. En estos casos, lo mejor que puede hacer es ceder a una suerte de ”síndrome de Estocolmo”, establecer una relación empática con el texto y colaborar con él para que la traducción que tiene entre las manos acabe teniendo el mejor desenlace posible. Si no adopta esa postura de colaboración y se mantiene en su convencimiento de que el texto es digno de una mala redacción, seguramente el resultado final se resentirá de ello.

Debido al doble rasero que se aplica a la lectura de traducciones y originales, esos defectos serán percibidos como un producto de la labor traductora y contribuirán, por un lado, al empobrecimiento de la lengua y, por otro, a la identificación por parte del público de ]a traducción como una empresa inherentemente fallida.

Más arriba se ha hablado de la posible domesticación estilística que puede sufrir una obra al ser traducida a otra lengua y a otra cultura. Cuando se trata de alteraciones y distorsiones realizadas de modo consciente por el autor, el traductor debe esforzarse por mantenerlas en cambio, en el caso de una redacción defectuosa patentemente involuntaria, se exige un mínimo de aceptabilidad en la lengua de llegada.

La competencia en la propia lengua tiene tres pilares: el conocimiento de las normas, la presencia constante de los modelos de escritura y la capacidad de lectura critica. Los dos primeros elementos aseguran que el traductor saque el máximo partido de los recursos lingüísticos de la propia lengua el tercero es una aptitud que todo traductor debe desarrollar y que resulta especialmente útil en la etapa final de corrección, en la que hay que distanciarse del propio texto y percibirlo en la medida de lo posible como ajeno.

Conviene insistir en que, como ocurre cuando hablamos y cuando leemos, la comprensión nunca puede ser total. Como dice Coseriu:

La mejor traducción absoluta de un texto cualquiera simplemente no existe, sólo puede existir la mejor traducción de tal texto para tales y cuales destinatarios, para tales y cuales fines y en tal y cual situación histórica.

Sólo en este sentido, es decir, en sentido absoluto, la traducción es imposible. Sin embargo, la traducción no sólo es una operación lingüística.

Refiriéndose a la traducción literaria, Edmond Cary intenta superar el marco estrecho de lo meramente lingüístico:

 ¿Qué está traduciendo? ¿Cuándo?, ¿dónde?, ¿para quién? Éstas son las verdaderas preguntas que rodean la operación de la traducción literaria. E1 contexto lingüístico no constituye más que la materia bruta de la operación lo que verdaderamente caracteriza la traducción es el contexto, mucho más complejo, de las relaciones entre dos culturas, dos mundos de pensamiento y sensibilidad.

Estas palabras pueden aplicarse a un ámbito que supera el literario. En el fondo, la gran diferencia entre la traducción técnica y la traducción literaria quizá sea que la primera está más sujeta a las exigencias de la comunicación y la segunda dispone de un mayor abanico de opciones dentro de las convenciones de la cultura de llegada, lo cual le permite una mayor flexibilidad para recurrir a prácticas innovadoras.

La palabra fidelidad es una palabra escurridiza y cargada de ambigüedad como tantos otros términos que se emplean al hablar de la traducción muchas veces se utiliza dando por presupuesto su significado. La movilidad del término ya fue constatada por Schleiermacher en su célebre conferencia de 1813, tras señalar los que, según su parecer, eran los dos únicos métodos de traducción posibles, acercar el lector al escritor o acercar el escritor al lector, y añadió:

Así, pues, todo lo que se dice sobre las traducciones según la letra o según el sentido, traducciones fieles o traducciones libres, y cuantas otras expresiones puedan haber cobrado vigencia, aunque se trate de métodos diversos, tienen que poder reducirse a los dos mencionados. Y si Io que se busca es señalar vicios y virtudes, resultará que la fidelidad y la conformidad al sentido, o la literalidad y la libertad excesivas de un método serán distintas de las del otro.

Mucho se ha escrito a propósito de la posibilidad de que una traducción pueda ser hermosa y fiel al mismo tiempo. Creemos, con Barbara Johnson, que lo más conveniente es reservar un concepto tan escurridizo y tan cargado de connotaciones morales como el de fidelidad para hablar de matrimonios.

En todo caso, una traducción tiene que ser fiel o, mejor dicho, coherente en relación con los objetivos que pretende alcanzar, implícita o explícitamente. Son muchos los autores que no considerarían fieles las traducciones de la Biblia realizadas según el método de Nida, pero lo cierto es que son perfectamente coherentes con el fin último que se proponen: la difusión de la fe cristiana. Asimismo, podría discutirse extensamente acerca del hecho de si la traducción de “Las palmeras salvajes” realizada por Borges es o no una versión fiel de la obra de Paulkner, pero lo cierto es que cumplió con creces el fin que se propuso: enmarcada dentro del vasto proyecto de la editorial Sur de construir un canon literario moderno, tuvo una enorme influencia en la evolución de la narrativa latinoamericana contemporánea.

Incluso en el ámbito más restringido de la fidelidad al sentido, el concepto es demasiado difuso para ser utilizado sin mayores precisiones, como vuelve a poner de manifiesto Edmond Cary:

La fidelidad puramente semántica puede presentar exigencias contradictorias según nos ciñamos a la fidelidad al sentido de las palabras o al sentido de las frases. Yendo incluso más allá, tampoco hay que olvidar la fidelidad a los segundos sentidos, los sentidos ocultos, las alusiones, que a menudo contienen lo esencial del texto. La calidad de una tradución dependerá con frecuencia de la elección realizada entre estas finalidades opuestas. Y también esta elección viene en gran medida determinada por el siglo del traductor, por su público. Lo que permite el acceso a la fidelidad al pensamiento del autor es una especie de síntesis de las diversas fidelidades al sentido.

Como se ve, en el debate sobre la fidelidad las matizaciones son obligadas. Por otra parte, la cuestión general del sentido no deja de plantear serios problemas teóricos.

Podemos conjeturar, por un lado, acerca de la intención original del autor, una intención que algunas veces puede ser difícil de dilucidar por otro, y de modo coincidente quizá con ella, existe el hecho móvil, en la medida en que se inscribe dentro de una comunidad cultural y lingüística históricamente determinada, de lo postulado por el propio texto; y en tercer lugar, a todo ello se superponen las intenciones vicarias del traductor, que propone o al que se le exige una lectura determinada. El gran mérito de la escuela de los estudios de traducción (Translation Studies) es haber sacado la controversia del terreno estrictamente lingüístico y hacer hincapié en el hecho de que la

traducción es un acto de mediación que está sujeto a la manipulación y a las normas culturales imperantes. Este hecho ya fue destacado por Francisco Ayala en 1946, hablando de la traducción de obras literarias:

Una obra literaria es una pieza integrada, ya desde la raíz del idioma, dentro de un sistema cultural al que está unida en tan tupido juego de implicaciones que e1 mero intento de aislarla, segregarla y extraerla del ámbito al que pertenece, para injertarla en otro distinto, comporta cualquiera que sea la delicadeza y la habilidad de la mano que se arriesgue a una desnaturalización que falsea su sentido. La traducción es un escamoteo, un truco ilusionista, un engaño, tanto mayor cuanto más destreza se ponga en ejecutarlo. Una vez cumplida la manipulación, se encuentra uno dueño de cosa muy distinta a aquella otra que se tenía entre los dedos al comienzo.

Y eso, tanto si durante su curso se ha perseguido con fanatismo la correspondencia formal como si, por el contrario, se ha extremado la sutileza en buscar analogías de significado.

Edmond Cary, en su obra citada sobre los grandes traductores franceses, comenta un hecho revelador. Analiza dos traducciones de la Iliada realizadas en el siglo XVII, la de Anne Dacier, hecha desde una posición declarada de modestia reverencial, y la del poeta Houdar de la Motte, hecha con el propósito de adaptar a Homero al gusto francés contemporáneo, y escribe:Al pretender corregir y embellecer a Homero, Houdar de la Motte se cubrió, no cabe duda, de ridículo ante los ojos de la posteridad.Pero, ¿podemos decir de la versión de Mme. Dacier que nos sorprende por su fidelidad?

La respuesta que da Cary hace hincapié en el hecho ternario de el traductor y el lector. Son tres los elementos que entran en juego, el autos, el traductor y el lector.

Y Cary subraya, de modo especial, el último de ellos de ellos, al que, según consideraba, no se le había prestado hasta entonces suficiente atención:

El caso es que, para un lector moderno, las dos traducciones producen un sonido sorprendentemente similar. Son primas. A pesar de sus profesiones de fe opuestas, esos dos traductores vivieron en la misma época y tradujeron para el mismo pliblico, y esta limitación resulta ser más poderosa que sus intenciones declaradas.

Sirva esta cita como recordatorio de que las lecturas varian con las épocas y los lectores, de que diferentes pliblicos lectores plantean diferentes exigencias de lectura y de que una traducción puede suponer un importante cambio de rumbo en la intencionalidad del

texto original. Y es el traductor el que decide qué grado de adecuación (en relación con el texto original) y qué grado de aceptabilidad (en relación con los futuros lectores) dar al producto de su trabajo. Estas decisiones pueden ser conscientes o inconscientes, pero están marcadas por el propósito especifico de la traducción y las pautas de la cultura de llegada que rigen los modos en que pueden leerse la traducciones.

*extracto del libro “Manual de traducción” de Juan Gabriel López Guix y Jacqueline Minnet Wilkinson. Editorial Gedisa

 

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