Clase obrera y valores de mercado

29/04/15, 14:50

El filósofo de la historia Keith Jenkins retrata en unas pocas pinceladas el inicio del declive de la clase obrera en su obra: “Repensar la Historia” (Siglo XXI, 2009). Los viejos valores que dieron sustento al orden social del Antiguo Régimen, que configuraban el derecho natural de las cosas y el poder de la nobleza, son bien conocidos. Los designios divinos “obligaban” a los reyes a perpetuar su poder. La sangre, la alcurnia de pertenecer a una estirpe eran condiciones que posicionaban a la nobleza en su lugar sobre todos los demás como líderes de la sociedad. Aquellos valores fueron sometidos a una revolución siendo, sino sustituidos al menos solapados de manera progresiva en el proceso de consolidación de la economía de mercado  durante el s.XVIII.  El papel de la burguesía que adquirió poder tras el comienzo de la actividad industrial y la acumulación de capital y que además, demandaba su lugar en el escalafón de poder, fue decisivo en la configuración de los nuevos valores. A partir de ese momento, la sangre ya no sería condición indispensable sino que los seres humanos responderían al concepto de “utilidad”. Una exhibición de pragmatismo económico. Los hombres debían constituirse a sí mismos. Por lo tanto aquellos que estaban ociosos, que vivían en el letargo del que lo tiene todo sin necesidad de hacer nada, la nobleza, perdían sus viejas justificaciones en favor del valor que encarnaba el concepto de trabajo. El esfuerzo por crecer, por desarrollarse y competir en la carrera por el éxito industrial acabó materializándose en la propiedad, principal prueba social del éxito. Paul Lafargue ya habla de ello en su tratado sobre la pereza, el burgués por lo tanto expresaba su éxito basándose en las posesiones, su realización personal crecía con la acumulación de capital. Tras este proceso de cambios, aquella burguesía que luchó por su lugar en el escalafón social, combativa con los privilegios de cuna, con la religión y el orden establecido; ideóloga y guía de las revoluciones liberales, acabó por convertirse en una nueva élite económica. Este fenómeno de acomodamiento; los palacios, las fiestas, los lujos que les hacían sumirse en la autocomplacencia y según las teorías marxistas la adquisición de mano de obra por salario, destruyeron su propia justificación. Jenkins argumenta como la burguesía industrial cayó en los postulados a los que ella misma había plantado cara. Llegado este momento, coincidiendo con este final del desarrollo burgués,  llegó el turno de la clase obrera. ¿Y en qué basaría su moral este grupo social de trabajadores que no tenían acceso a la propiedad? Siendo pobres, sin embargo no estaban “ociosos”, no caían en la deslegitimación que ahora poseía ya no solo la nobleza sino también la burguesía. Karl Marx y Friedrich Engels, encontrarían esa justificación moral. El marxismo va representar la máxima expresión de esta búsqueda de valores, representa la justificación teórica de la igualdad y la solidaridad. Como bien dice Jenkins, ¿Sí la propiedad fue el cáncer de este sistema, por qué no renunciar a ella? El mundo entero sufre hoy los problemas de la falta de acceso a la propiedad y no sólo entendida ésta como posesión, sino también como riqueza.

Continuando a raíz de esto último, y ciñéndonos a la más rabiosa actualidad, la izquierda atribuye esta situación a la teoría de causa-efecto. Uno más de los problemas que encarna el sistema capitalista, actualmente más referido como sistema de libre mercado. Aún así este modo de producción por el que se perdieron  millones de vidas en los campos de Vietnam, Corea o las selvas africanas salió victorioso ante el desastre del “socialismo real” soviético y la división de la lucha obrera. La desaparición del “eje rojo” y la Caída del Muro de Berlín, supusieron el “Fin de la Historia” como argumentaría el filósofo norteamericano Francis Fukuyama en su obra con este título. Sin duda, los valores de la humanidad se vieron influenciados en gran medida por este suceso, que marca un hito en la Historia de la Humanidad, la desaparición del bloque soviético no sólo dejó vía libre a las nuevas doctrinas monetaristas, sino que significó  la victoria moral de sus detractores. Este éxito se plasmará en la justificación del libre mercado como baluarte de la democracia y sin el cual, ésta no es posible. El capitalismo que acaba con la izquierda es el mismo que acaba con Keynes y encumbra a Milton Friedman y la Escuela de Chicago. El mismo que se refunda con las nuevas tesis, denominadas con el sobrenombre de Neoliberalismo aplicado  a partir de la década de los 70, de la crisis que sacudió la economía mundial cuando comiencen a implementarse estas políticas. Ronald Reagan, Margaret Tatcher o el General Pinochet, son figuras destacadas en esta lucha por imponer el nuevo orden económico. La historiografía ha sentado las bases de la integración económica europea, sobre la gran catástrofe de la II Guerra Mundial, catarsis del Viejo Continente y a su vez motor de crecimiento y acumulación de capital durante los años siguientes. Será en este proceso de regeneración, años 50 y 60, cuando van a surgir los pretextos morales de este sistema. De la misma forma que hicieron los burgueses o la clase obrera, ahora es el turno de los mercados. Estos se justifican mediante dos conceptos; el miedo y la libertad. Parece contradictorio sin embargo si nos remitimos a las evidencias resultará ser de hecho algo muy cercano a todos. En primer lugar, el miedo es impuesto desde la dictadura de la economía, que se manifiesta en el miedo a reivindicar, a perder el trabajo, a no poder afrontar los pagos bancarios y perder calidad de vida. Este miedo, cercena en gran medida las opciones de Acción Colectiva y arroja un negro futuro a las políticas de corte gradualista o socialdemócratas.

Otro término de debate importante es la perspectiva que se ha transmitido a la sociedad. Es decir, se ha educado a la ciudadanía para creer que este sistema es el único capaz de permitir la organización social en democracia. Sin embargo, más allá de procesos electorales, de heterogeneidad en la actividad política o pluralidad en los medios de comunicación, el concepto democracia obedece a un mayor número de variables tanto sociales;  acceso a vivienda,  educación o sanidad, como económicas; negociación sindical colectiva, sistema de pensiones o acceso al sistema productivo con garantías y dignidad. En referencia a esta última cuestión; la crisis que comienza en 2008 ha generado un marco socioeconómico paradigmático y parece haber confirmado la teoría marxista del ejército industrial de reserva . La oferta de fuerza productiva que supera en gran medida a la demanda en el periodo de ajuste económico, hace disminuir  el valor-trabajo pese a que el esfuerzo social de producción aumenta al serle enajenado al trabajador un porcentaje de plusvalía mayor con las repercusiones que esto tiene para economía doméstica y el desarrollo social.  El trabajo estable se produce a cuenta gotas de manera que este pasa a ser considerado un bien preciado, y de esta forma, como se comentó anteriormente, mediante el control de esta forma de los beneficios obreros se genera una especie de Doctrina del Shock, miedo que produce docilidad y rompe la acción colectiva ante el terror a encontrase en una situación de despido. Se impone una “paz social”, basada en la beneficencia y la sustracción progresiva de plusvalías.

Por último, en esta pequeña reflexión sobre los cambios que se han producido dentro de los valores sociales de occidente a raíz del desarrollo del sistema capitalista, debemos hacer mención al vocablo, empresa. Este mantiene su significante, pero la “ideología de mercado” ha modificado su significado. Ahora este concepto, empresa, no responde a la idea de una iniciativa privada en busca de beneficios, sino que es considerado como un elemento principalmente benefactor de cara a la sociedad. La iniciativa privada dogma de fe para los mercados ha sustituido en el ideario colectivo a la pública, que ha sido criticada por ineficiente y no competitiva. El Consenso de Washington fragua de esta agenda de reformas económicas, en primer lugar para América Latina y posteriormente aplicadas mediante vía institucional en formato de modelo único para todos, se ha encargado de cumplir estos designios con mano férrea. Perpetuando por ahora un modelo caduco e ineficiente que cada día oprime más a la humanidad más débil.

Para finalizar y a modo de reflexión personal; ¿Por qué no se plantea de nuevo una iniciativa de intervención estatal que reduzca las asimetrías entre los mercados y entre las relaciones socioeconómicas? Y ante todo esto, ¿por qué no hace nada esa clase obrera? ¿existe? O todo esto no responde más que a romanticismos obsoletos, en viejas canciones de trova y guerrilla, universidad y trinchera, demasiado lejanas para ni siquiera soñar con ellas. En mi opinión, sigue existiendo. La Clase aunque, diluida en un mar de sectores que rompen la unidad al subdividirse la producción, se perpetúa adherida a la realidad del propio sistema, generando su ruptura, problemas en la conciencia de unidad de clase. El marxismo desarrolló un modelo teórico, convertido en práctica por ideólogos y diferentes sociedades del s.XX, que generaron experiencias fallidas y un marasmo de variantes ideológicas (juché, maoismo, trotskismo…) basados todos en unas formas de producción diferentes, ya no hay grandes fábricas, ni mítines en la hora del almuerzo. Aquella clase que no tenía nada, consiguió un Estado de Bienestar, que ahora pierde día a día en concepto de ajustes de mercado. Para afrontar el s.XXI la izquierda deberá dar salida a esta crisis no sólo de conciencia, sino de “método”.

Este artículo fue publicado en RedPedaleando una web sobre la Revolución Ciudadana.

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