El País (26/04/2019). [Noticia seleccionada y comentada por Diego Núñez Pesenti]
“Cae el número de menores no acompañados que piden asilo en la UE”, un título que en una primera lectura podría transmitirnos un mensaje positivo, a mí no pudo sino causarme confusión, pues existían tres posibilidades como causa de esta situación. Una, es que las condiciones de vida en el país de origen de esos menores hayan mejorado, cuestión casi imposible. Según relatos de amigos que viajaron a Marruecos hace una semana, las escenas de menores arrojándose o intentando encontrar espacio en zonas insólitas de los buses en los cuales venían de vuelta, además de ser repetidas también eran desgarradoras. La segunda es que hayan mejorado los procedimientos de llegada a la UE y la migración este siendo más contenida y regulada. Aquí opté por usar mi beneficio a la duda. Por tanto, me quedaba sólo una posibilidad que efectivamente se comenta en la noticia. Sólo habla de aquellos menores que demandan asilo, sin comprender a quienes (porque no quieren o porque no pueden) no llegan a este paso. ¿Existe un desconocimiento o simple omisión del número de menores inmigrantes (en situación irregular) que están dando vueltas por la UE, ganándose la vida quién sabe cómo? En primer lugar creo que estamos una vez más frente a un manejo utilitarista de la información por parte de la prensa con la intención de buscar trasmitir una sensación de “estamos haciendo las cosas bien”, pero al mismo tiempo, pienso en el problema de fondo cual es que como sociedad estamos haciendo muy poco frente a una situación que requiere mucho. No se cuenta con cifras oficiales de cuántos son los menores que huyen no precisamente de conflictos, sino de pobreza, violencia y exclusión social, y que luego se escapan o nunca llegan a centros de acogida. Pero si sabemos que existen. Equívocamente vemos a estos menores como un problema que pone en colapso al sistema y que su llegada además amenaza la seguridad y paz social del país, y posiblemente lo sean si consideramos el ambiente de origen del cual provienen lo que se suma a que son conscientes de ser vistos así y por tanto actúan ya con un sesgo de rebeldía. Podríamos ser una sociedad que entrega cariño y reconocimiento, que respete la lucha por la supervivencia y dignidad de estos menores. ¿Podríamos darle esa esperanza por la que tanto se esfuerzan para llegar hasta aquí?
