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Historia de Eliseo, un español en Suiza

Historia de vida realizada por Estela Díaz Barabino (Estudiante del Grado en Trabajo Social)

Eliseo Díaz Perulero, quien a sus 90 años vive junto a su mujer Clementina y a su hijo Ángel en Santa Marta de Tormes, un pueblo ubicado en la provincia de Salamanca. Nació en un pequeño pueblo llamado Horcajo Medianero, situado aproximadamente a cuarenta kilómetros de la Ciudad de Salamanca.

Eliseo es mi abuelo paterno, una persona luchadora que decidió emigrar hacia Suiza para sacar a su familia adelante.

La historia comienza hace aproximadamente 50 años, cuando un grupo de cuatro hombres de su pueblo, Horcajo, se entera de que se buscan trabajadores para las líneas ferroviarias y para la construcción de carreteras en Suiza. Esta información fue facilitada a partir del boca a boca entre amigos, familiares y vecinos.

La situación económica en la familia por aquel entonces no era muy buena, se trabajaba en lo que se podía, desempeñando cualquier trabajo para sacar algo de dinero y poder comer algo cada día. Eliseo empezó a trabajar a los 11 años en una granja del pueblo, más adelante empezó a trabajar en la agricultura junto a su familia, y antes de emigrar se hacía cargo de uno de los Molinos del pueblo.

Deciden irse a pesar de la oposición de algunos miembros de la familia, entre ellas mi abuela Clementina, quien se negaba, ya que ella se quedaría sola con su madre y sus cuatro hijos. La decisión estaba tomada y debían empezar con los trámites, acudieron a “Extranjería” en Salamanca donde había llegado un contrato de 10 meses para cada trabajador, y de esta forma poder trabajar en Suiza toda la temporada, ya que sin ese permiso firmado no podría ir trabajar.

En febrero de 1970 salieron el avión desde Madrid dirección Aarau una pequeña ciudad situada al norte de Suiza, cerca de la ciudad de Zúrich. Considerada la capital del cantón suizo de Argovia y del distrito de Aarau, con pocos habitantes por aquella época.

Llegaron a ciegas, no conocían con que se iban a encontrar, mi abuelo afirma que cuando llegó a Aarou se encontró con una ciudad pequeña y acogedora, donde la gente no era tan agradable como en España, “eran personas más serias” decía.

Fueron recibidos por el jefe de la empresa que los había contratado, el encargado de enseñarles la ciudad y llevarlos hasta su nuevo hogar durante los próximos diez meses. Se trataba de un pequeño edificio situado en el centro de la ciudad, donde empezarían a vivir aquellos trabajadores españoles.

Comenzaron los madrugones a altas horas de la mañana, donde había que desayunar bien para un largo día de trabajo. Se disponían a ponerse su mono naranja, sus botas y el sombrero para coger un autobús que les esperaba cerca de su edificio para ir a trabajar durante más de diez horas cada día.

Se dedicaban a hacer railes del ferrocarril y a ensancharlos, con la ayuda de grandes máquinas para realizar todo tipo de modificación en ellas. En ocasiones también realizaban obras asfaltando las carreteras.

El clima de trabajo era agradable, el jefe era como un trabajador más allí, “era muy bueno”, cogía el pico y la pala igual que cualquier otro. Afirma que “Trabajaría allí toda la vida”, las relaciones entre los trabajadores se comenzaban a afianzar con el paso de los días donde se juntaban hombres de diferentes nacionalidades; española, italiana, alemana, turca y suiza.

Era en el lugar de trabajo donde de vez en cuando surgían malentendidos debido al diferente idioma, no era fácil la comunicación entre personas con diferentes idiomas que cada uno desconocía.

Recibían una gran recompensa cada vez que terminaban un trabajo, eran invitados todos los trabajadores a una gran cena organizada por la empresa.

Cada mes mi abuelo recibía un sobre con casi cinco mil pesetas, la mayor parte era enviada a España para mi abuela y sus cuatro hijos, y el resto lo utilizaba para pagar la renta del piso y para comprar comida.

En varias ocasiones al recordar el pasado decía la siguiente frase: “aquello era duro no creas”, separarse de su mujer y sus cuatro hijos pequeños era algo difícil. Y contar con el apoyo de su hermano allí era de vital importancia para aquellos días que se hacían cuesta arriba.

Con el paso de los meses comenzaron a aprender nuevas palabras y frases en alemán, confirmando que era difícil entender un idioma que nunca antes había escuchado, pero poniéndole ganas era mucho más fácil. Cada día una palabra nueva, los números que a día de hoy los recuerda (confesando que de vez en cuando practica para no olvidarlos).

Cada ocho días mi abuelo escribía una carta a mi abuela para saber cómo estaban todos y para contarle todo lo que estaba viviendo, adjuntando fotos y postales de la ciudad de Aarau. Y esperaba siempre impaciente recibir una contestación y tener noticias de España. En ocasiones surgía la preocupación cuando la carta tardaba más de lo normal, que eran tres días hasta que recibía la carta y leía que todo estaba bien, era un gran alivio y una gran felicidad.

Cuando llegaba diciembre tocaba “recoger todos los bártulos” y volver a coger un avión con destino a Madrid, y llegar al pueblo para descansar después de meses de trabajo sin descanso y disfrutar de la familia durante dos meses.

Esos dos meses se pasaban tan rápido, que en un abrir y cerrar de ojos mi abuelo estaba haciendo la maleta y volviendo a Suiza de nuevo, como lo hizo durante nueve años de su vida.

A sus cuarenta y cinco años decide quedarse en España, abandonando la idea de volver a Suiza como cada año. Él sabía que algún día eso iba a terminar y que tenía que estar cerca de su familia.

Recibió varias cartas de la empresa suiza para la que había trabajado durante los últimos nueve años, y muy a su pesar tuvo que rechazar la oferta de trabajo.

Comenzó a trabajar en Salamanca como obrero en la construcción de casas y edificios conformándose con un sueldo mucho más bajo. Sus cuatro hijos ya estaban todos trabajando por aquel entonces y la situación económica había mejorado.

Recordando toda esta historia, mi abuelo Eliseo me muestra aquellas fotos llenas de momentos inolvidables junto a sus compañeros sobre las vías del ferrocarril con las máquinas de trabajo. Afirma que volvería a irse a trabajar al extranjero sin pensárselo y sin cambiar absolutamente nada de todo lo que vivió allí. Fueron años duros, pero a la vez muy satisfactorios que ahora recuerda con mucha felicidad.

 

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