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Esperando a los bárbaros

Me hubiera gustado poder hacer alguna entrada sobre Grecia en las últimas semanas, pero a veces todo coincide y no he podido atender el blog. En cualquier caso, teniendo en cuenta la velocidad a la que suceden los acontecimientos casi cualquier comentario queda obsoleto en días o incluso en horas.

Como todos hemos visto, la situación griega se ha complicado sustancialmente a lo largo del último mes. A día de hoy (8 de julio) el referéndum no parece haber resuelto nada. La evolución de las negociaciones una semana antes de la ruptura y la posterior convocatoria del referéndum no auguraba la consecución de un acuerdo. Todo se había atascado aparentemente en los detalles; pero se apreciaban diferencias de fondo, mucha estrategia de corto plazo y carencia de estrategia de largo plazo. En las propuestas de las dos partes, más allá de las palabras no parecía haber nada sustancial para enfrentar los graves problemas estructurales de la economía griega y el funcionamiento de su sector público.

Mi opinión personal (más allá de datos y análisis) es que lo que estamos viviendo se parece cada vez más a un divorcio por las malas: todos los esfuerzos parecen concentrados en asignar culpabilidades, con escasas alusiones a los problemas de fondo que hay que solucionar y el impacto de las decisiones sobre el bienestar de los griegos y del resto de ciudadanos europeos. Desde luego que los problemas de ahora no han surgido de repente y obedecen a errores del pasado. El primer rescate tenía carencias cruciales, la mayor de ellas que parecía asumir que el problema de Grecia era de liquidez y no de solvencia. El segundo rescate pareció dar el paso de reconocer el problema de solvencia, pero nada realmente se hizo para atacarlo. Antes bien, procedió a una segunda ronda de políticas de ajuste macroeconómico que acabó llevando al país a un ligero superávit primario a costa de gravísimos costes sociales y económicos. Sin el tradicional contrapeso de una gran devaluación, una política de ajuste macroeconómico intenso en una economía tan débil como la griega generó tantos problemas nuevos como los que pretendía solucionar. La caída del PIB de Grecia ha sido comparable (en términos relativos) a la que sufrió Estados Unidos durante la Gran Depresión pero de forma más intensa en el tiempo. El siguiente gráfico lo muestra con claridad (tomado del blog de Coppola y procedente de economist.com/graphicdetail):

Para anticiparme a críticas sobre qué otra política cabía hacer, creo que es importante señalar que la diferencia entre medicina y veneno radica muchas veces en la dosis y en suministrar medicamentos adicionales para contrarrestar efectos secundarios previsibles. Un país no puede vivir a largo plazo con los problemas macroeconómicos de Grecia, por lo que el ajuste es inevitable. Pero hay que destacar que ese ajuste puede tener diferentes calendarios y que durante las crisis los multiplicadores son más grandes (a la par que potencialmente asimétricos). El calendario temporal es crucial en el caso de las reformas estructurales, para poder distribuir de forma adecuada los costes del corto plazo con los beneficios que se esperan obtener en el largo plazo.

A esto se añade que el complemento de las reformas estructurales debe ser gestionado con mucho cuidado. Las reformas estructurales suelen requerir un ajuste en el funcionamiento de la administración pública (aspecto crucial en Grecia). Es muy importante determinar los ganadores y perdedores netos de las reformas para poder implementarlas de manera que no queden empantanadas por la falta de colaboración de los grupos de perdedores netos. Por supuesto, esto no tiene por qué significar que se pacte con o se compense a esos perdedores. Dependerá de qué tipo de perdedores son. Por ejemplo, los beneficiarios del clientelismo político que pierden sus privilegios no deberían aspirar a ser compensados. Pero sería bastante torpe intentar realizar una política de transformación de la organización administrativa pública sin tener en cuenta que algunos colectivos se opondrán y no diseñar una estrategia al respecto.

¿Qué va a pasar ahora? A mí no me dieron bola de cristal el día que obtuve el doctorado en Alcalá de Henares. Así pues, todo tiene un nivel de conjetura construida a partir de la información (tanto experta como mediática).

Lo primero es destacar que la negociación está ahora mismo (8 de julio) detenida en el punto de desacuerdo. Este punto no es el que había antes de empezar a negociar, sino a donde hemos llegado después de negociar y no llegar a un acuerdo. Por tanto, es un punto lleno de desconfianza. Que la representación griega llegase ayer sin una propuesta concreta a la negociación con el resto del Eurogrupo no hace ningún bien a la posición griega y disminuye la probabilidad de un acuerdo.

En caso de desacuerdo, no habría más liquidez externa. Dado que el Banco Central Europeo no está actuando como un verdadero prestamista de última instancia del sistema financiero griego, Grecia se dirigiría hacia un colapso financiero y monetario. Para evitar ese colapso el gobierno griego emitiría promesas de pago (que incluso podrían estar denominadas en euros). Se trata de una moneda IOU (I owe you, ‘yo te debo’, es decir, un pagaré). Ante la “muerte” del dinero fiduciario normal (aquí el euro), la sociedad reinventa el dinero bajo la forma de una deuda (una promesa de pago) que circula entre los ciudadanos. Pero para que realmente fuese dinero, esa promesa de pago debería aceptarse a su nominal y despertar tanta confianza que todo el mundo aceptase la promesa de pago de manera que podría circular sin llegar nunca a ser redimida. Pero lo previsible es que esa moneda IOU no se intercambiaría por su nominal en euros (porque no tendría detrás al BCE, sino al gobierno griego) sino a un valor más bajo. De hecho, eso es la salida del euro hacia una nueva moneda con un tipo de cambio nominal que ya incorpora una depreciación (previsiblemente “grande”). A continuación, esos IOU pueden formalizarse en billetes de la nueva moneda (¿dracma?) contra la cual podrían redimirse, como pagarés que son. El resultado es que las deudas expresadas en euros con residentes externos a Grecia se multiplican por la cuantía en que se haya reducido el valor de la nueva moneda respecto del euro. Eso desataría una gran cantidad de impagos y renegociaciones en todos esos contratos, dando lugar a una fuerte desconfianza que tardaría largo tiempo en desaparecer. A través de la depreciación que de hecho se produciría, las importaciones se volverían muy caras y las exportaciones (incluidos los servicios turísticos) mucho más baratas. Lo primero puede colapsar ciertos sectores dependientes del comercio internacional además de subir los precios en Grecia. Lo segundo facilita el impulso de la economía y da lugar a un potencial incremento de la competitividad vía costes. Las autoridades griegas recuperarían la soberanía monetaria y, dado que habría que resolver el problema de falta de liquidez, cabe esperar una expansión monetaria que generaría inflación. Esta inflación recorta las deudas de los deudores y reduce la riqueza de los acreedores dentro de Grecia. Quienes dependan de rentas fijas (típicamente pensionistas) verán reducido el poder adquisitivo de sus ingresos, tanto más cuanto más suba la inflación. En el corto plazo, pueden desatarse muchos problemas económicos y jurídicos e incrementarse la pobreza de manera sustancial. En el medio plazo, las exportaciones pueden empujar a la economía y facilitar la recuperación del empleo, el incremento de las bases fiscales e indirectamente aumentar los ingresos públicos. Si todo esto supondría salida de la Unión Europea o no es más bien una decisión política de todos los países miembros y de cómo se interpretan los tratados. A primera vista, no parece que Grecia sea la más interesada en salir de la UE aunque salga del euro.

En caso de acuerdo, habrá que valorar cómo es ese acuerdo. Hay muy poco tiempo para que el acuerdo vaya más allá de solucionar el problema de corto plazo. Es decir, la esperanza de un acuerdo que ayudase a la economía griega a transformarse o incluso un ‘New Deal’ a la griega es una esperanza vana otra vez. Así que muy posiblemente el acuerdo limará las asperezas políticas de las medidas económicas. Estas medidas económicas serán básicamente medidas de ajuste macroeconómico junto con reformas estructurales “rápidas” (es decir, las que seguramente no conseguirán sus efectos con rapidez). Pero el acuerdo es difícil, no hay que engañarse, porque si el acuerdo se parece mucho a la propuesta que dio lugar al referéndum, ¿a qué altura quedaría todo el proceso de convocatoria y celebración del referéndum? El coste político sería enorme. En cuanto a los impactos económicos del acuerdo, si éste es como lo que he descrito se seguirá transitando el camino de generación lenta de superávits primarios, estancamiento de la economía, desempleo muy elevado, altas tasas de pobreza y, seguramente, incumplimiento de los objetivos de superávit primario en los plazos fijados. En definitiva, nuevas negociaciones de otra línea de liquidez (otro “rescate”) al término del programa acordado (dos o tres años).

Sin embargo, como decía, yo no soy un economista con bola de cristal y las circunstancias cambian a gran velocidad en una situación como la que estamos viviendo. No cabe más que estar atentos. El gran poeta Constantino Cavafis escribió un poema genial titulado “Esperando a los bárbaros” en el que describe la sensación de inminencia de un desenlace que se espera (la llegada de los bárbaros) y todos piensan que ese desastre será lo que llegará. Pero ¿y si llega la noche y los bárbaros no han llegado? Su ausencia, su no llegada, sólo es posible afrontarla deshaciéndose de todas las expectativas y conjeturas porque se vuelven inservibles y no queda más opción que afrontar el futuro como si fuera el primer día del mundo. Sin embargo, mirar los problemas con ojos nuevos es uno de los ejercicios más difíciles en una negociación. Lo que las partes han hecho en el pasado influye en su reputación, en cómo cada parte valora las propuestas del oponente y, en último término, en conseguir la resolución de los problemas a través de un acuerdo. Por eso es tan difícil en este caso llegar a un acuerdo y que incluso alcanzándolo sea poco más que parchear la situación. Pero recuerden siempre que yo no tengo bola de cristal.

 

NOTA: Las últimas frases (desde “Sin embargo…”) han sido añadidas el día 9 de julio.

malo
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