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Economía del rigor y del conocimiento: una entrevista

En estos días de pandemia, me han hecho algunas entrevistas, centradas en el impacto que está teniendo y tendrá en nuestro mercado de trabajo, como en la Gaceta de Salamanca, en Salamanca 24 horas o  en El Confidencial. En Agenda Pública (El País) me invitaron a explicar un gráfico que difundí en Twitter sobre lo inusitado del gran número de personas afectadas por suspensiones de empleo. En las últimas semanas, también otros medios me han pedido mi opinión técnica, como ABC o Nius.

Pero estos días, Charo Alonso, de Salamanca RTV al Día, me ha hecho una entrevista más general, en la que he podido hablar de cuestiones más de fondo que ya estaban aquí antes de la pandemia y que hay que tenerlas en cuenta en cualquier estrategia para afrontar los problemas económicos que tenemos encima. Sobre automatización, polarización, el empleo de los jóvenes y de los mayores, los problemas del euro, me pregunto Charo Alonso e, incluso, sobre cuál es el papel del economista como experto a la hora de hacer predicciones y recomendaciones. Creo que pocas veces me he sentido tan a gusto hablando de estos temas como en esta ocasión.

Hablamos de más cuestiones, pero no cupieron en la entrevista publicada por el periódico. Afortunadamente, Charo Alonso me ha dado permiso para reproducir aquí la versión larga de la entrevista. ¡Muchísimas gracias, Charo!

 

Miguel Ángel Malo, economía del rigor y del conocimiento

Para el lector de Salamanca rtv al día, Miguel Ángel Malo es el cuentista puntual de todos los meses que nos relata la vida desde esa visión cercana, palpitante y certera de prosa impecable que le caracteriza. Un escritor con el latido cotidiano, dueño de la sorpresa, de lo inexplicable que la existencia nos regala con la misma generosidad con la que el profesor universitario, humilde, riguroso y también certero, nos descubre esa visión alejada de todo dogmatismo, de toda imposición con la que Miguel Ángel Malo da sus clases de economía del trabajo. Porque suya es la reflexión sosegada, la sensatez del análisis, la objetividad más absoluta con la que responde generosamente a cuantos medios de comunicación, en tiempos del coronavirus y de la crisis económica, se han acercado a su persona. En escenarios de estrépito y de protagonismo, la voz segura, clarificadora pero en absoluto simplista del prestigioso economista, del reputado profesor, es un privilegio que nos hace detenernos, pensar, analizar y hasta cambiar de tercio. Porque nada hay más necesario ahora que el conocimiento riguroso, demorado, objetivo y generoso. Desde la templanza necesaria para afrontar el futuro, la mirada serena y conocedora de Miguel Ángel Malo es, sencillamente, necesaria.

Charo Alonso: ¿Los economistas sois científicos o videntes? ¿Acertáis en vuestras predicciones?

Miguel Ángel Malo: Construir un análisis riguroso de la realidad económica no solo considero que es posible, sino que renunciar a ese objetivo sería una mala idea. Ahora bien, se puede tener ese conocimiento riguroso de un campo de la realidad y no ser capaz de predecir casi nada en absoluto. La teoría de la evolución tiene un estatus científico indiscutido; pero apenas es capaz de predecir qué les pasará a las diferentes especies de animales y plantas de un ecosistema ante un cambio externo, porque hay muchas variables en juego. La realidad económica tiene un nivel de complejidad semejante y, además, un componente propio que dificulta la predicción: las personas no son pasivas ante lo que les sucede.

Ch.A.: Pero en época de crisis recurrimos al economista como a un echador de cartas.

M.A.M.: Predecir es algo que ocupa una parte pequeña del tiempo de los economistas. Eso lleva a que, a pesar de lo precarios que son a veces los modelos y los datos disponibles, se hagan predicciones, cuyos fallos se incorporan para intentar fallar menos en el futuro. Pero el futuro, por definición, es desconocido. Cuando el futuro próximo es parecido al pasado próximo (es decir, en tiempos “normales”) se acierta bastante en promedio. El problema es cuando cambian las cosas de forma inesperada, como ahora mismo.

Ch.A.: ¿Y le hacemos caso al economista?

M.A.M.: A veces es la propia sociedad la que no quiere escuchar al economista aguafiestas. La crisis mundial fue anticipada por algunos grandes economistas, como Nouriel Roubini, que lo anunció tantas veces desde, aproximadamente, 2005 que acabó con el apodo de “Doctor Doom”, como el villano de los cómics que busca la destrucción de todo y que, en España, los miembros de mi generación llamábamos “Doctor Muerte”. No fue el único; pero los aguafiestas no suelen tener mucha audiencia.

Ch.A.: ¿Es de aguafiestas decir que la robotización nos va a robar el trabajo?

M.A.M.: Desde la revolución industrial, la mecanización y la automatización no han hecho más que crear nuevas oportunidades de empleo que nadie imaginaba que podrían existir. Esto no significa que a corto plazo no haya ganadores y perdedores del cambio tecnológico. Lo que más vemos a corto plazo son los sectores que pierden empleo y las empresas que cierran. Además, muchos de los trabajadores que quedan desempleados no tienen por qué adaptarse con rapidez a los nuevos puestos que crean las nuevas actividades que permite el cambio tecnológico. Las instituciones actuales de nuestros mercados de trabajo no parecen muy preparadas para lidiar con rapidez con estos cambios. Por ejemplo, ya vemos importantes huecos en la protección social basada en el tipo de relación laboral que se tiene (por cuenta propia o por cuenta ajena). A mi juicio, este cambio tecnológico tiene potencial para generar un impacto a corto plazo mucho mayor que otros cambios previos, pero sobre todo en cuanto a cómo se trabaja. Esto puede generar, también en pocos años, que los sistemas actuales de protección social no resuelvan las nuevas necesidades de toda esta transformación y de los nuevos empleos. Tal vez acabemos con una sociedad con el mismo o más empleo, pero hay riesgos importantes de terminar con una sociedad más desigual en términos de ingresos y en términos de la seguridad de esos ingresos a lo largo de la vida.

Ch.A.: Y esa parte de la sociedad más perjudicada ¿Podrá tener una renta mínima?

M.A.M.: Si nos centramos en los desempleados, la cuestión es cómo diseñamos esa transferencia de renta para personas sin trabajo. Nuestro sistema descansa en prestaciones que exigen cotizaciones previas y se completa con subsidios para quienes agotan las prestaciones o no han cotizado lo suficiente para acceder a la prestación. Este es un sistema que puede castigar muchísimo a quienes mantienen relaciones temporales o a tiempo parcial o, sencillamente, a quienes trabajan bajo otro tipo de relación de empleo, como el caso de los autónomos, que en demasiadas ocasiones son casi indistinguibles de los trabajadores precarios.

Ch.A.: ¿Y cómo lo arreglaríamos?

M.A.M.: En mi opinión, hay que ir hacia un nuevo sistema de protección para las situaciones de desempleo que, sobre todo, no genere diferencias por el tipo de relación laboral. Ese sistema también tiene que estar basado en facilitar la vuelta al trabajo. Ahí los servicios de intermediación laboral son esenciales y también otras políticas activas de mercado de trabajo, como la formación. Pero hace falta articular bien la percepción de los ingresos y estas políticas activas. Por ejemplo, sería importante que los individuos que pasen más tiempo recibiendo la transferencia de ingresos se les proporcionen más acciones para facilitar su vuelta al empleo, una atención más personalizada, más focalizada en sus problemas. Combinar todo esto con sistemas de crédito fiscal (que ha funcionado razonablemente en otros países) puede ayudar a transformar el actual sistema, que ya no responde bien a los problemas actuales, en otro sistema que realmente proporcione ingresos en los periodos en que no se tiene empleo, pero a la vez facilite de forma activa volver a un empleo.

Ch.A.: ¿Vamos a dividirnos entre trabajadores muy cualificados y parados de larga duración?

M.A.M.: Ese es un riesgo que algunos economistas consideran que es real, aunque más que parados de larga duración serían más bien personas “pobres en empleo”, con vidas laborales con bastantes periodos de paro. Si en un puesto de trabajo se realizan tareas cognitivas abstractas que requieren tener criterio y saber tomar decisiones, lo más probable es que la digitalización les haga mucho más productivos a quienes desempeñan esos puestos y que sus ingresos aumenten, porque la incorporación de inteligencia artificial les ayuda a aplicar su criterio de una forma más certera. Estos son puestos de trabajo normalmente ocupados por personas con estudios universitarios. Ahora bien, si se trata de tareas cognitivas basadas en la aplicación de reglas, sucede que esas tareas se pueden sustituir por un algoritmo que procese toda esa información. Estos puestos normalmente también son ocupados por personas con estudios universitarios o medios. Estos trabajadores perderán oportunidades de trabajo a pesar de su alto nivel de estudios. En cuanto a quienes ocupan puestos basados en tareas rutinarias, suelen ser de baja cualificación y tendrán mucho riesgo de ser sustituidos por la digitalización. Por tanto, esto hace que el actual cambio tecnológico en marcha tenga el potencial de crear no solo una sociedad más desigual, sino polarizada entre quienes ganarán más que ahora porque serán más productivos que ahora y quienes tengan pocas oportunidades de empleo y a salarios bastante más bajos.

Ch.A.: ¿Y cómo resolveríamos esto?

M.A.M.: Hay puestos ocupados normalmente por personas con bajo nivel de estudios que seguirán siendo imprescindibles, como son todos los basados en tareas que necesitan de la interacción humana. Estos puestos de trabajo pueden proporcionar oportunidades de empleo a salarios medios, en general. No obstante, el que una tecnología esté disponible no quiere decir siempre que compense aplicarla a todo. Puede que no se preste el servicio con el mismo nivel de calidad, como cuando queremos “calor humano” o comprensión por parte de quien nos atiende. Otras veces, sencillamente es demasiado caro y es más barato seguir haciendo las cosas “al viejo estilo”.

Ch.M.: El estilo parece ser jubilarse con más años y no dejar entrar a los jóvenes en el mercado laboral.

M.A.M: Lo que nos dicen los datos de diferentes países y distintos momentos históricos es que cuando un mercado de trabajo es hostil con los jóvenes también es hostil con los trabajadores mayores. Lo opuesto también es cierto: cuando los jóvenes tienen más fácil la integración laboral, los mayores también tienen transiciones más suaves hacia la jubilación, con menos desempleo y vidas laborales más largas. Que los mayores permanezcan trabajando más años no implica necesariamente que estén dificultando la entrada de los jóvenes al mercado de trabajo. Son las instituciones del mercado de trabajo, la manera en que regulamos las relaciones laborales, la forma en que se organizan las empresas, la formación y capacidades de esa fuerza de trabajo lo que hace que un mercado de trabajo genere buenos o malos resultados para los que están en situaciones más vulnerables o difíciles, como son los que están en el proceso de su primera integración laboral y los que están al final de su vida laboral.

Ch.A.: Cuando hay crisis ¿La solución es precarizar el empleo?

M.A.M: No, claro que no. De hecho, la precarización del empleo genera problemas adicionales al mercado de trabajo y a toda la economía, como bien vemos en España desde hace muchos años. La facilidad para contratar de los contratos temporales hace crecer el empleo de manera rápida en las expansiones, pero también permite una destrucción muy rápida de empleo en cuanto la situación económica se da la vuelta. Si lo que llega es una crisis profunda, la destrucción de empleo es muy intensa, dificultando aún más la salida de la crisis. Reducir la precarización es una de las condiciones que debería estar en cualquier estrategia a medio plazo para salir de la crisis actual.

Ch.A.: ¿Nos vamos a convertir en un mercado de autónomos dependientes y precarios que son subcontratados sin derechos por las grandes empresas?

A.M.: Ese tipo de segregación se está produciendo en sectores muy específicos, algunos de ellos muy ligados a las nuevas posibilidades que ha abierto la digitalización, por ejemplo, en el trabajo a través de plataformas. Con esta estrategia, algunas empresas desvían parte del riesgo empresarial hacia afuera de sí mismas descargándolo en otra empresa, que en realidad no es más que un trabajador que trabaja solo bajo la figura legal del autónomo. Este autónomo aúna el riesgo empresarial y el de la carencia de una red de protección como la que tendría si fuera contratado como asalariado. Cabe un tipo de actuación general para que la protección social no dependa del tipo de relación laboral. Es necesario reestructurar todo el suelo de la protección social en este sentido, para que la protección social sea lo más homogénea posible sin tener en cuenta quién trabaja por cuenta ajena y quién lo hace por cuenta propia.

Ch.A.: Es el colmo esto de los falsos autónomos…

M.A.M: La crisis que ha desatado el Covid-19 también muestra que la estrategia tan generalizada de dividir las cadenas de producción, sacando de la gran empresa todas las actividades que no están estrictamente relacionadas con el núcleo de la actividad de la empresa, ha generado importantes debilidades, porque una cadena solo es tan fuerte como su eslabón más débil. Es muy posible que veamos un freno a esa tendencia y un acortamiento de esas cadenas internacionales de producción. Este proceso podría ayudar también a limitar la estrategia de los últimos años de crear autónomos dependientes, término que es un contrasentido en sí mismo por mucho que tenga una figura legal que así lo define en las leyes laborales españolas. Ayudaría mucho el dotar a las plataformas de una regulación semejante a nivel internacional (al menos dentro de la Unión Europea) para que la multitud de autónomos que han creado tengan cubiertos sus derechos laborales e incluso se plantee la creación de nuevos derechos, como el derecho a que el historial de reputación de los trabajadores de una plataforma se lo pueda llevar a otra plataforma si así lo desea.

Ch.A.: ¿Y si repartimos las horas de trabajo dignamente para todos?

M.A.M.: Por reparto de horas de trabajo entiendo que se refiere a que los que tienen empleo trabajen menos horas para que esas horas las trabajen personas en desempleo. Este planteamiento no tiene en cuenta que el mercado de trabajo no tiene un tamaño fijo. Tampoco los que tienen empleo están siempre ocupados ni los desempleados están siempre sin un puesto de trabajo. Es imposible resolver así el problema del desempleo porque no se puede determinar el tamaño de lo que hay que repartir y entre quién. La reducción de la jornada de trabajo que hemos experimentado desde el siglo XIX, en especial en Europa, ha tenido que ver con avances tecnológicos que han permitido, a la vez, aumentar la productividad del trabajo, reducir la jornada y ganar salarios más altos. Históricamente, esto proporciona mejores oportunidades que las pocas experiencias existentes de reparto de trabajo en el sentido de la pregunta, las cuales, en general, no han sido exitosas.

Ch.A.: El capitalismo parece alimentarse de la obsolescencia programada y del consumo innecesario ¿Cómo ves ambos conceptos?

M.A.M.: La obsolescencia programada no es imprescindible ni es la única manera de hacer las cosas. En este sentido, si los consumidores se mueven hacia un estilo de consumo que no premie el cambio constante y rápido de los productos, tendremos empresas que irán cubriendo ese tipo de demanda. La obsolescencia programada también tiene otro lado. Todavía tengo en un cajón un viejo Nokia, que fue mi primer móvil en 1997. Hace unos años, por curiosidad, lo enchufé y todavía funcionaba. Obviamente, aunque funcione está obsoleto en términos económicos. No me permite navegar por la web, no contiene aplicaciones. Esa generación de móviles no pudo incorporar todo esto, se quedaron viejos, aunque aún funcionaban. Los dejamos a un lado por otros móviles que nos permiten hacer otras cosas. Entonces, ¿mereció la pena hacerlos tan duros, tan resistentes? Más bien, parece un exceso de costes desde el punto de vista empresarial y para el consumidor un precio demasiado alto. El argumento de la obsolescencia programada es cierto para determinados bienes, pero, a mi juicio, generalizarlo como algo que sucede para todos los productos y lastra hacia la ineficiencia todo el sistema productivo no describe la realidad.

Ch.A.: ¿Y el consumo feroz?

M.A.M.: En cuanto al consumo, ¿quién juzga lo que es consumo necesario o innecesario? Más allá de las necesidades más ligadas a lo biológico (comida, vestido y refugio) podemos ir añadiendo cosas que a unos les parezcan necesarias y a otros innecesarias. Yo diría que los libros son necesarios, pero conozco muchas casas sin libros y no porque no tengan dinero para comprarlos. ¿Es un teléfono móvil o un ordenador algo necesario? Si la respuesta es no, les invito a que abran una nueva cuenta en un banco. En general, para las nuevas cuentas van dejando de existir las viejas cartillas de ahorros con los apuntes y, en poco tiempo, la única manera de acceder será con la aplicación de su móvil o a través de una página web gracias al ordenador. Sin una cuenta bancaria, es casi imposible hacer nada hoy en día. Así que podríamos decir que es necesaria y, por tanto, los instrumentos para gestionarla (ordenador o móvil) se vuelven necesarios. A mi juicio, el debate sobre si hay consumo innecesario es falso o no está bien planteado en esos términos.

Ch.A.:  Admitimos que el 1% de la población tiene el 45% de la riqueza mundial…

M.A.M.: La expansión de la digitalización en la economía ha ido creando muchos ámbitos en los que “el ganador se lo lleva todo”. Muchas empresas relacionadas con internet, cuando tienen éxito no consiguen una porción de su mercado, sino todo o casi todo ese mercado. Las redes causan este efecto porque, una vez que se empiezan a usar es muy conveniente para los nuevos usuarios sumarse a utilizar las aplicaciones que ya tienen los viejos usuarios. A partir de un cierto nivel, es muy difícil conseguir disputar el predominio a quien ya lo ha conseguido. Este proceso se da hoy en día en muchos otros ámbitos y da lugar a una distribución de la riqueza muy polarizada, en la que unos pocos concentran una gran cantidad de recursos y luego los demás se reparten el resto. Esto genera una fuerte ineficiencia económica, porque tiene mucho que ver con la acumulación de poder de mercado por parte de muchas de esas nuevas empresas. De hecho, son tan grandes que incluso regularlas se vuelve complicado, porque bien pueden hablar de tú a tú a muchos gobiernos. Como tantas otras veces, un gran poder económico se puede transformar en poder político, lo cual creo que es muy preocupante.

Ch.A.: ¿Es necesario que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres?

M.A.M: No creo que nadie, sea economista o no, conteste que sí a esa pregunta. Como he dicho antes, la polarización de la riqueza (la gran acumulación de personas en los extremos de la riqueza y la pobreza con poca población en situaciones intermedias) es un gran peligro para cualquier sociedad. La estabilidad de las sociedades occidentales en el pasado tuvo mucho que ver con el desarrollo de una amplia clase media. Una sociedad polarizada es el medio perfecto para los populismos, porque unos tienen mucho que perder y otros no tienen nada que perder. Ahí prosperan los políticos que proponen soluciones políticas simplistas a problemas complejos, es decir, el populismo, que puede contaminar todos los colores del arco ideológico.

Ch.A.: ¡Me encanta eso de las políticas simplistas!

M.A.M.: Pero incluso una sociedad con una riqueza muy polarizada puede acabar creando un problema de estancamiento económico. Puede parecer que los extremadamente ricos consumen mucho, pero en realidad el problema es que ahorran muchísimo en proporción a lo que tienen, con lo que en realidad tampoco impulsan mucho la economía. Los pobres muy pobres dedican todo lo que tienen a consumir, pero es tan poco incluso cuando son muchos que no son capaces de impulsar la demanda de la economía por sí mismos. En una situación así, se producirán menos bienes y muy sesgados hacia bienes suntuarios, en un proceso que se alimenta a sí mismo generando estancamiento económico. En definitiva, si pensamos en el bienestar de todos ahora y a largo plazo, es mejor detener las tendencias hacia la polarización de riqueza y de ingresos, no solo desde un punto de vista de política o de justicia social, sino incluso para promover el crecimiento económico. Recuerdo de mis tiempos de estudiante un viejo libro de economía del desarrollo que terminaba diciendo: el dinero es como el estiércol, no es bueno a no ser que se esparza.

Ch.A.: Me voy a apuntar esto del estiércol y el dinero, Miguel Ángel ¿Es la UE un experimento fallido?

M.A.M.: La Unión Europea es uno de los experimentos más exitosos de cooperación social, política y económica que hemos tenido en Europa en siglos. Consiguió cerrar las heridas de dos guerras mundiales, aunando los intereses económicos por los que se había peleado en ambas. No conviene menospreciar todo lo conseguido ni pensar que, por nuestros problemas de los últimos diez años, todo lo alcanzado no merece la pena. Creo que los costes de la “No-Europa” siguen siendo muy superiores a sus beneficios. Lo anterior no quita para que el diseño de la moneda única, el euro, esté incompleto y dependa de negociaciones continuas que no hacen más que generar inestabilidad en los países más débiles y en los peores momentos. La transformación de la crisis financiera de 2008 en una crisis de deuda dentro de los países del euro en Europa fue fruto de una interpretación errónea de buena parte de los problemas y de un diseño inadecuado de las soluciones. Contamos con abundante evidencia empírica en este sentido. Es más, para algunos de los países rescatados (muy en especial Grecia) las supuestas soluciones han sido costosísimas en términos económicos y sociales, lo cual también está documentado y analizado de manera amplia y rigurosa.

Ch.A.: Una Europa que se está llenando de trabajadores pobres, gente que trabaja todo el día y no puede ganarse la vida.

M.A.M.: En España y en Europa, se han ido extendiendo desde los años ochenta del pasado siglo, formas de empleo temporal y a tiempo parcial. Muchos datos nos muestran que una proporción amplia de los trabajadores aceptan estos empleos porque no se tiene acceso a puestos indefinidos y/o a tiempo completo, más en el caso de la temporalidad que en el caso de la parcialidad. En general, estas formas de empleo son las principales causas directas de los bajos ingresos para los trabajadores. Por tanto, la existencia de trabajadores pobres tiene que ver con carreras laborales intermitentes (incluyendo muchos periodos de desempleo) y escaso número de horas de trabajo. Ambas razones dan lugar a niveles bajos de ingresos totales y, por tanto, a ser pobre a pesar de estar trabajando.

Ch.A.: Es una paradoja insufrible.

M.A.M.: A mi juicio, la existencia de trabajadores pobres es un grave problema, puesto que esas personas están haciendo “lo que deben” para ganarse la vida, trabajar, pero eso no les permite ganarse la vida. Buena parte de estos trabajadores tienen un bajo nivel de estudios; pero, además, la temporalidad les impide ganar en experiencia y antigüedad en las empresas, que era la manera en que, en el pasado, estos trabajadores incrementaban su cualificación, su productividad y sus ingresos. Para estos trabajadores unas relaciones laborales estables a lo largo del tiempo son cruciales. El resultado es que la mala situación de este colectivo se ha cronificado. A mi juicio, las medidas actuales para estas personas son muy fragmentarias y se necesita una aproximación más integrada que suponga un apoyo a su carrera laboral y no solo al momento en que se hacen más “visibles” para el sistema de protección que es cuando pierden su empleo precario y entran en el sistema de prestaciones o de subsidios por desempleo o, peor aún, cuando acaban en alguno de los sistemas de renta mínima de las comunidades autónomas. Finalmente, un nuevo marco de relaciones laborales más estables es una pieza crucial para reducir de forma drástica la cantidad de trabajadores pobres en España.

Charo Alonso.

 

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