“Los deberes útiles son aquellos que concuerdan con el objetivo de las lecciones explicadas y deberían ampliar, enriquecer o aplicar lo que se aprende en la escuela”
Jane Alleman
En los últimos años se han podido escuchar muchas opiniones que abogan por la eliminación de los deberes pero, ¿realmente sería beneficioso para los alumnos no tener deberes? Este tipo de opiniones provienen normalmente de los padres, incluso antes de que se quejen sus hijos. ¿Cuál es la razón? Probablemente porque son ellos los que acaban haciendo el exceso de tareas que los profesores mandan a sus hijos algo que, más allá de impedir que los alumnos se se beneficien de todo lo bueno de los deberes, crea rechazo hacia los mismos.
En la sesión de hoy hemos podido hablar sobre las ventajas y los inconvenientes, según nuestro punto de vista, que se pueden resumir en la siguiente tabla:
Si algo está claro, es que hay que proponer tareas útiles, adecuadas al nivel del alumno, equilibradas en cuanto al tiempo y esfuerzo que requieren y, lo más importante, que sean motivadoras, de forma que los alumnos entiendan que es una responsabilidad pero no algo por lo que deben agobiarse.
La pregunta que surge ahora es, ¿qué deberes son esos? No es tan complicado encontrar deberes motivadores. Pongamos que estamos dando física en 2º de bachillerato, concretamente un tema en el que vamos a introducir la física cuántica. ¿Es tan complicado encontrar, por ejemplo, alguna serie o película en la que se haga una referencia al gato de Schrödinger, y hacerles cuestiones sobre el mismo?
Al relacionar los deberes con algo que les puede parecer más interesante que un enunciado común y corriente, les estamos planteando un elemento motivador y los alumnos estarán más predispuestos a hacerlo a lmismo tiempo que adquieren el contenido.
En mi caso, lo tengo claro, a favor de los deberes, pero de calidad. y tú, ¿qué opinas?
Por otra parte, en la sesión de hoy, también hemos seguido experimentando, con fluidos esta vez. Una de las experiencias que hemos realizado consiste simplemente en llenar una botella de agua, taparla con un pedazo de papel o con una bola de ping pong, para hacerlo más complicado, y girarla con cuidado de no apretar demasiado para que no entre aire dentro de la botella. Una vez que la botella está boca abajo, soltar la lámina o la pelota y observar qué ocurre.
¡El agua no se cae! Esto sucede gracias a la presión atmosférica, que actúa en todas las diferecciones y ejerce una fuerza superior sobre la pelota que el propio peso del agua que hay en el interior de la botella.
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