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Universidad de Salamanca
GIR “Historia Cultural y Universidades Alfonso IX”
(CUNALIX)
 
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Universidades de Castilla (y León). Etapa Medieval

Historia de las Universidades. Universidades de Castilla (y León)

 

La Cristiandad y el Reino. Universitas

Conviene advertir, de inicio, que la institución universitaria es hija de la Cristiandad europea medieval, y se vincula al renacimiento urbano de sus etapas finales.  En este contexto tienen lugar asociaciones gremiales para el desarrollo y protección de los intereses de un mismo oficio, artesano o mercantil.  Y así surge también la universidad, como corporación de colaboración y apoyo para el aprendizaje intelectual: “universitas magistrorum et scholarium”.  Se trata, pues, de un gremio de maestros y aprendices en torno  a los nuevos métodos intelectuales desarrollados desde el siglo XII: planteamiento de un problema (“quaestio”), argumentación en torno al mismo (“disputatio”) y búsqueda de una conclusión sintetizadora (“sententia”, “conclusio”).  De este modo, junto al afianzamiento del Derecho canónico y romano, quedaba inaugurado un método dialéctico aplicable a la filosofía y a la teología.

El gremio de los maestros universitarios (“universitas magistrorum”) se reserva el derecho de admisión y aprobación de los aprendices, promoviéndolos, en su caso, a la maestría mediante una licencia o graduación.  Esta graduación, que habilita para enseñar, se convertirá en la llamada “licentia ubique docendi” que, por patrocinio pontificio a estos gremios de estudiosos (especializados en cánones o teología …) pasa a poder ejercerse en todo el orbe de la Cristiandad romana.  De este modo, la validación papal de los grados otorga a nuestros intelectuales una dimensión supraterritorial, y los libera de la tutela de escuelas y poderes eclesiásticos preexistentes.

Al mismo tiempo, estos gremios de estudiosos van a recibir la protección de emperadores y reyes, interesados en el desarrollo de la burocracia y del derecho.  Poco a poco, van desbordando el ámbito territorial cercano, a partir de privilegios y franquicias reales, que otorgan independencia y autonomía jurídica respecto a los poderes civiles locales y los concejos municipales.

El juego de la doble protección, pontificia y regia, va configurando las peculiaridades de unas corporaciones de amplia proyección, con autonomía económica, administrativa y jurídica.  Se va gestando la imagen de una Cristiandad de cultura superior unificada, con el latín como instrumento lingüístico de intercambio, planes de estudio semejantes en las universidades existentes, y una movilidad potencial de eruditos y estudiosos.

Resulta, pues, clarificador, considerar a la universidad como una institución docente con otorgamiento de grados reconocido por autoridad del Rey y del Pontífice (“auctoritate regia et auctoritate pontificia”). Si carecían de alguna de ellas quedaban en una categoría intermedia, como centros de estudios (“studia”) generales o particulares.  Es por ello que, en ocasiones, puede producirse una cierta confusión entre los términos de “studium” y “universitas”.

El concepto de “studium generale” se identifica para algunos autores con el de “universitas” que, progresivamente, habría ido usurpando la significación de aquél y ascendiendo desde su etimología originaria de corporación.  En este sentido, un estudio general sería el lugar en donde se impartirían saberes múltiples y habría sido ratificado por una autoridad ecuménica: Papado, Emperador o Rey.  Así lo encontramos en el título XXXI, partida 2, de Las Partidas de Alfonso X el Sabio.  Según este autor, la amplitud de saberes de un “studium generale” debía comprender artes/filosofía, gramática y retórica, aritmética, astrología, cánones y leyes.  Asimismo, según Las Partidas, los reyes eran emperadores en sus reinos y, por ello, tenían potestad para la creación de universidades.  Otros autores consideran que el término “studium generale” se vinculaba al ámbito restrictivo de un Reino, y que el de “universitas” fue denotando una mayor apertura internacional y de validez de graduación.

De cualquier forma, sí queda claro que por estudio particular se entendía el que no cumplía con una suficiente oferta de saberes, o se restringía localmente, por procedencia de escolares y maestros, o por la autoridad que lo había constituido (municipio, orden religiosa, obispo … ). Manifiestamente, un estudio particular no poseía la ratificación de poderes ecuménicos como el pontificio o el de los emperadores (y reyes).

Orígenes y consolidaciones

Hacia el siglo XIII, los reinos de Castilla y León formaban parte de la Cristiandad occidental, y en ellos, por iniciativa y apoyos regios, van a establecerse las primeras universidades ibéricas.  Entre 1208 y 1214 aparece Palencia, erigida por Alfonso VIII de Castilla, a partir de la escuela catedralicia, y con la colaboración del obispo Tello Téllez.  Hacia 1218, Alfonso IX de León funda Salamanca, también en estrecha vinculación a una preexistente escuela de la catedral.  Posteriormente, hacia mediados del siglo, los reyes castellanos apoyan el desarrollo de Valladolid, en cuyo núcleo originano parece existir una escuela municipal o abacial. Puede observarse con claridad una tendencia a que cada reino poseyera su “studium generale” del mismo modo que ocurría en el resto de la Península.

En Aragón es Jaime II quien erige Lérida en 1297-1300; y el rey don Dionís funda la Universidad de Lisboa en 1288/90, posteriormente trasladada a Coimbra en 1308.Este apoyo regio fue, posteriormente, completado por las bulas papales de reconocimiento: Alejandro IV para Salamanca (1255)y Clemente VI para Valladolid (1346).  Así como otras bulas de 1300 y 1290 para Lérida y Lisboa.

El debilitamiento de los poderes monárquicos en la Castilla bajomedieval ira unido a los apoyos otorgados por el papado de Avignon durante el Cisma de la Iglesia (1378-1417), el cual se muestra interesado en procurarse centros universitarios favorables a su causa.  De este modo, las universidades castellanas estrechan sus relaciones con la Curia pontificia, y el Pontífice se convierte en la instancia de referencia y consolidación de las universidades de la Corona de Castilla en el siglo XV.  Influencia que se mantendrá hasta las paulatinas medidas de control monárquico y estatal que se inician con los Reyes Católicos.

En contraste con este proceso, en la mayor parte de las universidades de la Corona de Aragón existió siempre una mayor dependencia de los intereses locales y municipales.  De modo que se mantiene una intervención directa de las oligarquías civiles y eclesiásticas, tanto en aspectos financieros como en cuestiones de administración y régimen interno.

En otro orden de cosas, estas universidades ibéricas creadas en el siglo XIII estuvieron orientadas preferentemente hacia los estudios jurídicos (cánones y leyes civiles) y las necesidades burocráticas de la Iglesia, la administración del Estado y los oficios reales.  El modelo más cercano fue, por ello, el de Bolonia, con destacada importancia de la corporación de alumnos y predominio del derecho.  Todo ello en contraste con el modelo nórdico (París, Cambridge…), en el que predomina la corporación de profesores, el peso progresivo de las organizaciones colegiales, y el prestigio de las artes liberales y los estudios teológicos.

Insistamos en el hecho de que, en origen, las universidades surgidas en los reinos de León y Castilla eran de predominio jurídico, con una tradición que se continuará hasta bien entrado el siglo XX.  La teología únicamente se incorporó, por privilegios papales, a partir de fines del siglo XIV y principios del XV.  Hasta entonces, y dado el monopolio de las graduaciones de la Universidad de París, se impartían clases en estudios y conventos particulares de dominicos y franciscanos.  Pero, desde el siglo XVI, por las repercusiones de las reformas religiosas, y tras el Concilio de Trento, la teología aumentó mucho su influencia, al tiempo que se fue diversificando en escuelas múltiples, vinculadas a las órdenes religiosas.

Pero esto ocurrirá más tarde.  Las universidades meseteñas de la Edad Media se polarizaban hacia el derecho, preferentemente eclesiástico o canónico, y atraían a canónigos, prebendados, clérigos y aspirantes a la burocracia eclesiástica y la justicia del Rey.  En estas universidades se hacía, por lo tanto, carrera eclesiástica hacia los beneficios y dignidades, o bien carrera civil hacia los oficios del Rey.  La teología y la filosofía constituían un patrimonio muy vinculado a las órdenes religiosas; y a todo ello se añadían unos cuantos estudiantes de medicina.  Frailes, canónigos catedralicios y algunos juristas constituían el profesorado habitual.

Los alumnos se reclutaban en las diócesis cercanas, y cuantos pretendían una formación más sólida completaban sus saberes en el extranjero: los teólogos en París, los juristas en Bolonia, los médicos en Montpellier.  Por el contrario, eran muy escasos los alumnos foráneos en las universidades castellanas medievales, en contraste con la atracción que ejercerán posteriormente, en los siglos XVI y XVII.  Mientras tanto, durante el siglo XIV y primera mitad del XV, las universidades hispanas, quizás con la excepción de Salamanca, cuentan con escasa reputación, su desarrollo resulta precario y sus rentas problemáticas.


Salamanca

La Universidad de Salamanca es considerada como la más antigua de las universidades hispanas existentes.  No obstante, previamente a ella, tuvo lugar la efímera aparición de la de Palencia que, como ya dijimos, fue fundada entre 1208 y 1214 por el rey de Castilla Alfonso VIII, contando con el apoyo del obispo Tello Téllez.  Sus estudios y alumnado resultaron manifiestamente clericales y vinculados a la teología.  Además, el claustro de profesores estaba compuesto por canónigos, lo que parece indicar que, a pesar de las formalidades jurídicas, no debió distanciarse mucho de sus orígenes de escuela catedralicia.  Parece también que las dificultades financieras contribuyeron a su desaparición y, de cualquier forma, aparecen algunas últimas menciones hacia el año 1243.

En el breve paréntesis de Palencia, el rey Alfonso IX de León fundaba hacia el 1218 la de Salamanca, posiblemente como estudio general de su reino. En el panorama de la Cristiandad occidental aparecía con posterioridad a otras universidades destacadas, tales como Bolonia, Módena, París, Montpellier u Oxford. La condición de universidad regia se ratifica con privilegios de Fernando III (1243), Alfonso X el Sabio (1254), Sancho IV (1282) y Fernando IV (1300).  Especial importancia reviste la real carta de 1254, con normativas de organización y dotaciones financieras.  De este modo quedaban establecidas doce cátedras, con disciplinas de derecho canónico y civil, medicina, lógica, gramática y música. El espaldarazo final le llegaba en 1255, cuando el Pontífice Alejandro IV expida diversas bulas de confirmación, otorgamiento de la “licencia ubique docendi” y reconocimiento universal de sus grados, salvo en París y Bolonia (restricción abolida en 1333).  Manifestaciones posteriores del apoyo pontificio serán la adjudicación de tercias decimales por Clemente V (1313), la posibilidad de facultad de teología concedida por Benedicto XIII (1404), y las definitivas Constituciones de Martín V (1422).

La organización institucional de la Salamanca medieval quedó consolidada a través de normativas ratificadas por los pontífices.  Aparecen así las del Papa Benedicto XIII en 1381 y 1411, y las antedichas de Martín V en 1422, las cuales seguirán rigiendo en sus líneas generales hasta las reformas ilustradas y liberales de los siglos XVIII y XIX.  Por lo que respecta a la distribución de poderes, en los orígenes tuvo lugar un amplio predominio estudiantil, según modelos boloñeses: los rectores eran estudiantes, y les asesoraba un consejo de otros ocho escolares territorialmente representativos.  Posteriormente se van estableciendo contrapesos progresivos, con influencia de los modelos nórdicos.  Así sucede con la participación del profesorado en los claustros de diputados y plenos, claramente consolidados en el siglo XV, a partir de las constituciones papales. En concreto, el claustro de diputados se diseñó para conseguir un cierto equilibrio de poderes: 10 de sus miembros eran catedráticos ordinarios o vitalicios, y otros 10 pertenecían al profesorado auxiliar y a los graduados o simples estudiantes. Por lo que respecta al claustro pleno, se trata de la asamblea máxima, con participación del rector, doctores, catedráticos, diputados y consiliarios estudiantes.  A todo lo dicho hay que agregar la decisiva figura del maestrescuela catedral, cargo vitalicio, representante del poder pontificio, juez en lo civil y criminal, y en quien recae la potestad de la colación de los grados.  Finalmente, cabe señalar la existencia del primicerio o presidente del claustro de catedráticos.

A la autonomía institucional contribuía una financiación peculiar.  Consistía en una participación en los diezmos eclesiásticos a través de las tercias reales del obispado de Salamanca.  La solidez económica quedaba de este modo vinculada a los ritmos de las cosechas, llegando a producirse importantes quiebras e insuficiencias durante las convulsiones críticas del siglo XIV. Respecto a los repartos salariales, era el profesorado jurista el que resultaba más favorecido proporcionalmente, lo cual denota una destacada valoración pública de estas facultades. Por su parte, los profesores auxiliares o ayudantes no recibieron estipendios hasta los alrededores del año 1439 y éstos jerarquizados y diferentes según las disciplinas, al igual que ocurría con las cátedras vitalicias. El profesorado, no obstante, recurría a complementos económicos a través de beneficios eclesiásticos que, asimismo, permitían mantenerse en la universidad a determinados contingentes de estudiantes.

En medio de estas circunstancias, se fueron incrementando las cátedras dotadas, señaladamente en derecho.  Hacia 1393 existían ocho: dos de civil, dos de decreto y cuatro de decretales.  Durante el siglo XV, las cátedras asalariadas y ordinarias alcanzaron una media de 24, al tiempo que se multiplicaban las adjuntías o cátedras cursatorias, llamadas también menores.  El predominio continuó recayendo en las disciplinas canónicas, con una asistencia mayoritaria de clérigos.  Además, la facultad de teología comienza su funcionamiento a fines del siglo XIV, y se robustece desde principios del cuatrocientos (bula de 1404). A partir de este momento, los teólogos podían cursar en la universidad o en los estudios conventuales de dominicos y franciscanos, con posibilidad de convalidaciones.  Cabe señalar, finalmente, que el profesorado seguía siendo mayoritariamente eclesiástico, con graduaciones de maestro y licenciado, o simple bachillerato en las cátedras cursatorias.

El método pedagógico comprendía “lectiones”, “repeticiones” y “disputationes”, como en el resto de las universidades europeas del momento.  Se trataba de comentarios analíticos sobre textos consagrados, conferencias magistrales públicas y ejercicios dialécticos.  La lengua académica era el latín, lo que facilitaba los intercambios y la movilidad internacional.  Las autoridades de referencia estaban constituidas por el derecho civil romano justinianeo (“corpus iuris civilis”) o el derecho pontificio medieval (“corpus iuris canonici”); así como por algunos clásicos grecolatinos y, sobre todo, Aristóteles.  No existían exámenes de curso, sino pruebas finales para los grados académicos: bachiller, licenciado y doctor.  Hay que advertir, además, que Salamanca no impartió sus clases en edificios propios hasta el siglo XV, y que, con anterioridad, pululaban los maestros por dependencias catedralicias y locales dispersos, alquilados o cedidos.

Con todo ello, Salamanca se constituye como uno de los más destacados centros universitarios hispanos medievales, junto a los de Coimbra, Valladolid y Lérida, principalmente.  En todos ellos, los estudios jurídicos contribuyen a la conformación de los cuadros burocráticos y gubernativos de la Iglesia y del Estado, con un cierto talante autoritario-romanista.  De este modo, los canonistas salmantinos llegan hasta la Curia papal o, junto a los teólogos, participan en concilios como los de Constanza y Basilea, a comienzos del cuatrocientos.  Sin embargo, las posturas conciliaristas allí defendidas se diluyeron posteriormente, entre otras cosas porque la salmantina terminó subsistiendo gracias a una decidida protección papal.  Por ello, a lo largo del siglo XV, Salamanca se configura como una universidad tradicional, dentro del sistema romanista y canónico; y únicamente desde fines de dicho siglo se aprecian algunos atisbos de nuevas corrientes humanistas, en buena parte por influencias externas.  El caso de Nebrija parece paradigmático, ya que, habiéndose formado en Italia, terminó marchándose de la atmósfera salmantina hacia los nuevos horizontes de Alcalá.  La teología, por su parte, se mueve dentro de la ortodoxia, con raras excepciones, como la condena en 1479 de ciertas doctrinas del maestro Pedro Martínez de Osma sobre la penitencia. De otro lado, la abundancia de manuscritos científicos en algunos colegios, como el de San Bartolomé, vinculado a las cátedras de filosofía natural y astrología, señalan un desarrollo importante de estas disciplinas por lo menos en pequeños cenáculos. El panorama se completa con la existencia de una librería central universitaria, que contaba con unos 200 volúmenes hacia 1470, y que debía abrirse cuatro horas al día.  La imprenta se introdujo, asimismo, en la ciudad hacia 1472, pero la dependencia universitaria respecto a las grandes imprentas y circuitos europeos del libro se mantuvo a todo lo largo de los siglos XVI y XVII.

Por lo que toca a las matrículas de escolares, tampoco debemos pensar en grandes contingentes.  Frente a los 10.000 matriculados de la Bolonia de fines del siglo XII, la Salamanca de finales del XIV quizás alcanzará 500 ó 650, elevándose a unos 3.000 entrado el XVI.  En el conjunto predominaban los clérigos sobre los laicos, y entre aquéllos los canónigos.  Estos estudiantes se agrupaban en “naciones” o asociaciones de apoyo mutuo.  En un principio debieron de ser cuatro: una comprendería las diócesis galaico-portuguesas; otra el resto de las leonesas; la tercera la provincia eclesiástica de Burgos; y la cuarta la provincia eclesiástica de Toledo.  Para el siglo XV, estas cuatro “naciones” se habían desdoblado en las ocho consiliaturas asesoras del rector.  Por contingentes de procedencia, parece evidente un predominio de ambas Mesetas (sobre todo la Meseta Norte) y del Noroeste peninsular (Galicia-Asturias-Portugal); asimismo, encontramos reducidas proporciones procedentes de Extremadura y Andalucía; raros aragoneses y rarísimos escolares extranjeros no peninsulares.  La ausencia de procedencias de la Corona de Aragón se debía a una mayor preferencia por traslados hacia Bolonia o las universidades del mediodía francés.  Parecidas circunstancias a las descritas concurren en el profesorado: un predominio del originario de Castilla-León y Portugal, con algunas excepciones de extranjeros aventureros.  Por último, podemos destacar, entre fines del XIV y comienzos del XV, los inicios y desarrollo de la fundación de colegios.  Eran éstos instituciones beneficiales de acogida de estudiantes pobres, con amplia tradición en Francia e Inglaterra.  En 1386 se fundaba el de Pan y Carbón; y en 1401 el que luego sería Mayor de San Bartolomé (inspirado en el de San Clemente de los Españoles de Bolonia, c. 1367).

Valladolid

El segundo centro universitario de los reinos de Castilla y León, durante la Edad Media, era Valladolid.  Sus orígenes se encuentran oscuros, y se han propuesto hasta tres hipótesis sobre los mismos.  Según la primera de ellas, Valladolid no sería sino el resultado del traslado de la extinta universidad de Palencia, en fecha oscilante entre 1243 y 1293.  La segunda hipótesis intenta buscar los orígenes vallisoletanos a partir de una escuela o estudio particular, situado en la abadía de Santa María la Mayor, desde fines del siglo XII.   Finalmente, una tercera hipótesis sostiene que por iniciativa regia se habría convertido en estudio general del reino un preexistente estudio municipal o abacial.  Esta iniciativa hubiera podido corresponder a Alfonso X, circa 1260.  Pero dejando aparte estas cuestiones bizantinas sobre posibles orígenes,  podemos apuntar algunas cosas claras: en la segunda mitad del siglo XIII existe un “studium” en Valladolid; y para 1293, en cierto documento de Sancho IV(erigiendo otro “studium” en Alcalá), ya se había convertido en general del reino.Desde la segunda mitad del XIII  parece contar, asimismo, con una financiación sobre tercias reales a partir del diezmo, y el control de esta administración hacendística lo ejercía el concejo municipal en los siglos XIV y XV. Durante la segunda mitad del siglo XIV, Enrique II confirma y consolida las rentas, las exenciones y los privilegios. En 1403, Enrique III aprueba nuevas aportaciones de tercias reales y, en 1404, aumenta las cátedras existentes.  Y esta clara protección regia se completa por el reconocimiento pontificio.  En julio de 1346, Clemente VI concede a Valladolid la “licentia ubique docendi”, y encarga la colación de los grados al abad de la Colegiata de Santa María.

Sin embargo, los privilegios reales y pontificios no logran impedir las presiones ejercidas por las oligarquías municipales que, durante los siglos XIV y XV, mantienen controles sobre la administración y las finanzas del Estudio.  Más aún, el patriciado urbano monopoliza los cargos de “conservadores”, repartidos entre los poderosos linajes, con lo que las luchas internas de la ciudad repercuten y condicionan la universidad.  Hay que tener en cuenta, además, que todas estas problemáticas resultaban comunes a Salamanca, si bien en Valladolid existían otros poderes eminentes.  Por ejemplo el de la Chancillería, que representaba una incitación continua al desarrollo de los estudios jurídicos y a la carrera letrada en la administración pública y señorial.  Las relaciones se estrechaban hasta el punto de que muchos catedráticos y lectores eran al tiempo oidores de dicha Chancillería.  Este horizonte de los oficios reales neutralizó, definitivamente, los contrapesos localistas.  Y así, en las Cortes de Toledo de 1480, los Reyes Católicos reconocían la preeminencia de las titulaciones y grados de Salamanca y Valladolid.

Por otro lado, también el modelo boloñés de participación estudiantil tuvo desarrollo en la Universidad de Valladolid, si bien se fue jerarquizando, por una concentración de poderes en el cargo rectoral.  De lo que se trataba era de evitar la preeminencia del abad de la Colegiata, que ejercía la colación de los grados.  De este modo, gran parte de los poderes que en Salamanca se atribuyen al maestrescuela o canciller recaen en Valladolid sobre el rector, incluida la autoridad de juez del gremio universitario.  Ya en el siglo XIV  nos encontramos, pues, con un rector estudiante, elegido anualmente por el mes de noviembre; y, conforme avanza el siglo XV, la tendencia es elegir rectores del estamento nobiliario y con graduaciones académicas. Ni qué decir tiene que estos poderes jurisdiccionales del rector chocaron frecuentemente con los respectivos de la Chancillería y del corregidor, originando conflictos de competencias.  Por lo que respecta a otros organismos de gobierno, guardan muchas semejanzas con los de Salamanca.  En la segunda mitad del XV aparece un equipo rectoral de consiliarios estudiantes, y funcionan juntas de gobierno (diputados) y claustros plenos de graduados y profesores.

La organización hacendística y financiera resultaba también, como veremos posteriormente, similar a Salamanca. Consistía en una participación en las tercias reales sobre el diezmo del obispado de Palencia.  Las concesiones papales y reales terminaron de consolidar dichos ingresos y tercias a comienzos del siglo XV, en concreto hacia 1437.

Por lo que respecta a las cátedras y a los aspectos docentes, Valladolid contaba hacia fines del siglo XIV con unas siete cátedras vitalicias: dos de decretales canónicas, una de decretos, dos de leyes, una de lógica y otra de gramática o latín.  Hacia 1404 el patrocinio del rey Enrique III las incrementa en dos más: una de filosofía, y otra de física, germen de los estudios de la facultad de medicina.  Por último, por privilegios papales de 1417/1418 se concede a la Universidad de Valladolid la posibilidad de implantar los estudios de teología, rompiendo así el monopolio que París ejercía en esta facultad. No obstante, los estudios predominantes continuaron siendo los jurídicos, principalmente los de derecho eclesiástico o canónico. Al igual que en Salamanca, y según tradición boloñesa, la elección de los catedráticos se realiza por votaciones de los propios estudiantes, que eligen de esta forma a sus maestros. Y  desde un principio son habituales las banderías, los conciertos, sobornos e irregularidades; incluso con incidencia de patronatos caciquiles y prohombres locales que presionan sobre los estudiantes, promocionan a sus clientelas y tratan de ejercer influencia y controles en el ámbito académico.  Por su parte, las cátedras teológicas pasan a depender bastante estrechamente de los dominicos del Colegio de San Pablo.

No entraremos aquí en aspectos de ceremonia y protocolo, bastante semejantes en las distintas universidades.  Las graduaciones de maestros y doctores se realizaban en una capilla de la abadía de Santa María, al igual que lo eran en Salamanca en la catedral vieja.  También se celebraban corridas de toros y diversos festejos doctorales.

Por lo que toca a los contingentes de matriculados, Valladolid parece menos frecuentada que Salamanca, y a principios del siglo XV podría contar con unos 150 ó 200 miembros, entre profesores y alumnos.  La procedencia era regional, de la Meseta Norte y las diócesis de Palencia, Burgos o León… Predominaban, asimismo, los clérigos, sostenidos frecuentemente mediante rentas de beneficios eclesiásticos.  Sin embargo, a pesar de esta proyección local, podemos encontrar juristas vallisoletanos en empresas de la Cristiandad europea del tiempo, asistiendo a los concilios de Constanza (1417) y Basilea (1434), por ejemplo.

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