La videncia itálica

17/09/16, 19:31

Etruria era una provincia de la antigua Italia. A grandes rasgos puede decirse que correspondía a la actual Toscana, entre el Arno, el curso superior del Tíber y el mar. Allí se desarrolló y vivió un extraño pueblo que todavía no ha sido totalmente estudiado y descifrado.

Etruria, interrogada por la moderna arqueología, permanece muda. Los lingüistas no han podido hacerse con la llave de su idioma. Y, cosa extraña, lo que mejor se conoce de ese mundo extraño que fue Etruria -además de sus costumbres religiosas-son sus prácticas adivinatorias, de las que se cree que puede derivarse el tarot del amor. Según parece, dentro de esa civilización desaparecida fue donde se formó un grupo de adivinos toscanos o adepositarios de una ciencia -la adivinación, practicada examinando las entrañas de las víctimas para hacer presagios- reverenciada no sólo como una tradición sino como una institución nacional.

Según cuenta la leyenda, un labrador de Tarquinies, al ir arando, vio salir un genio de corta estatura, con rostro de niño, los cabellos grises y la sabiduría de un anciano. Ante los gritos que daba el labrador, impelido por la sorpresa, toda Etruria acudió allí y fue cuando el genio -que se llamaba Tages y era nieto de Júpiter- dictó las reglas de la aruspicinatal como fueron, luego, enseñadas. Una vez hecho esto, el genio murió o se desvaneció. Los libros que recogen las reglas forman el cuerpo de doctrina que dio cohesión a la adivinación etrusca.

Se cita, como colaboradora al lado de Tages en la redacción de los libros sagrados, a la ninfa Vegom o Begoe, a la que se atribuye un tratado de arte fulgural. Tal fondo de escritos sobre adivinación se acrecentó con todo cuanto iba añadiendo la experiencia y de ese modo Etruria se gloriaba de poseer un arte adivinatorio escrito y cuidadosamente guardado.

En esos Libros de Tages (Tagetici libri) se trata de los dioses y de la manera de calmar su cólera, de interpretar sus designios y hallar el camino hacia donde moraban cuando morían. Había, también, los libri rituales, que señalaban todas las derogaciones previstas en el normal curso de la vida humana y social; los libri fulguróles, consagrados a la exégesis de los signos meteorológicos; los libri haruspic guía del sacrificador que buscaba el porvenir «leyendo» en las entrañas de las víctimas y, por último, una especie de suplemento en el cual iban consignados todo género de prodigios observables y su interpretación.

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