El esoterismo en las civilizaciones antiguas

22/09/15, 13:46

En la Antigüedad, el esoterismo se convierte en algo muy interesante, aunque hoy en día, lo relacionemos con cosas como con la tirada del tarot. Muy probablemente el origen de la alquimia, el arte de la piedra filosofal, haya que buscarlo en la Prehistoria. Ya en el VIII milenio a.C., entre las piedras a las que se daba valor se encuentran unas piedras verdosas que solo pueden hallarse en las cimas de los antiguos volcanes. Entre estas piedras se halla la malaquita, un mineral de cobre puro muy flexible.

A mediados del III milenio, el cobre comienza a mezclarse con el estaño para dar nacimiento al bronce. En lo que se refiere al interés del hombre por los astros, es evidente que el hecho fundamental fue el descubrimiento de la «segura» y cíclica repetición de algunos fenómenos: en primer lugar, claro está, las fases de la luna, que vuelven a repetirse una y otra vez de la misma manera, y luego, las variaciones en la altura del sol respecto al horizonte y su relación con los cambios climáticos, con las estaciones. Descubrimientos estos que permitieron al hombre primitivo comenzar a medir el transcurrir del tiempo y a «predecir» acontecimientos relacionados con estas estaciones, y que, por ello, están en el origen, tanto de la astronomía como de la agricultura.

Desde la más remota Antigüedad, la cíclica desaparición de la luna fue motivo de lamentaciones, súplicas y ofrendas, que se convertían, al verla de nuevo aparecer, en júbilos y festividades, creando el origen de la wicca. Las tablillas con escritura cuneiforme nos informan de que los sacerdotes murmuraban conjuros para que la luna renaciera y que, desde muy pronto, se celebró el novilunio con una fiesta que era denominada “Sag-U-Sakar”. En el arte sumerio abundan las figuras que guardan bastante similitud con aquellas que finalmente representarían a las constelaciones del cielo: bóvidos. leones, dragones, peces y sirenas, etc.

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Por otro lado, tenemos múltiples referencias que nos confirman que todos los pueblos, incluso los más celosos de su propia identidad, asimilaron o se apropiaron los mitos y conocimientos de los pueblos vecinos (sobre todo aquellos que se relacionan con temas de carácter universal, como los mitos de la agricultura o la astronomía). Sirva de ejemplo el mito sumerio de Dumuzi e Inanna, a los que los pueblos semitas llamarían Tammuz e Ishtar, los griegos Afrodita y Adonis, los romanos Venus y Adonis, y a los que los egipcios asociarían con Isis y Osiris. Dumuzi es, en principio, un dios pastor que se enfrenta a un dios agricultor llamado Enkimdu, (cuyo nombre es por cierto prácticamente igual al del salvaje amigo de Gilgamesh) por el amor de la diosa Inanna (asociada ya con el planeta que nosotros llamamos Venus).

Pero en este mito, que también guarda evidentes semejanzas con el mito bíblico de Abel y Caín. Dumuzi termina convirtiéndose en un dios de la Naturaleza. Enviado a los infiernos por su veleidosa amante, que se ha cansado de él, Dumuzi es rescatado de nuevo, pues Inanna se arrepiente de su acción y desciende al infierno para hacerle renacer. Curiosamente, esta transmisión de mitos a través de pueblos diversos —aun adulterando parte de su contenido y transformando los nombres—, parece guardar siempre lo esencial de ellos, y no solo en sus aspectos más «místicos» (como en este caso lo que se relaciona con la resurrección del dios», o más prcáticos en este caso todo lo que evoca la renovación vegetal), sino también en los aspectos del mito que parecen estar relacionados con conocimientos que, lógicamente, solo eran accesibles a una pequeña minoría.

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El descendimiento de Inanna a los infiernos, por ejemplo, está muy probablemente relacionado, desde su origen, con el curioso movimiento del planeta que nosotros llamamos Venus, que acompañando al sol al atardecer en el horizonte oeste, va descendiendo y se va aproximando cada vez más a este horizonte, hasta terminar desapareciendo tras él; pero que, sorprendentemente, vuelve a aparecer días más tarde en el horizonte este, acompañando al sol en el amanecer. Y algo de la observación de los extraños movimientos de este planeta, que muy probablemente esté efectivamente en el origen del mito, continuaba siendo perceptible en las diversas versiones del mito que hicieron los otros pueblos, pues todos ellos continuaron asociando a la divinidad que lo protagonizaba con este planeta.

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