El “conócete a ti mismo” socrático

16/04/15, 17:31

Si es verdad que la psicología es ante todo una interrogación del hombre sobre sí mismo, sobre su propia individualidad, y también sobre las otras individualidades, se com- prende que no hubiese psicología en las civilizaciones arcaicas. Pues el hombre primitivo apenas si tiene una individualidad distinta de la del grupo. Obedece ciegamente a las costumbres y a los tabúes de su tribu (sabemos, por ejemplo, que el suicidio ritual se practicó sin dificultades ni rebeliones en numerosos pueblos).

El problema psicológico sólo se plantea concretamente cuando el individuo deja de someter exactamente su pensamiento y su conducta a las exigencias de la moral colectiva. Pues son los móviles individuales, las pasiones, quienes sustraen al in- dividuo de la ley común. El retorno a uno mismo, el descubrimiento de la singularidad psicológica, es aquí inseparable de la reflexión moral; el individuo descubre su yo original precisamente al juzgarse, al acusarse de haber desobedecido la ley, un poco a la manera del niño que adquiere conciencia de la singularidad de su yo a raíz de su primera mentira.

En el mismo sentido, los escépticos, por ejemplo los sofistas griegos, descubren el yo —como sujeto del conocimiento— con una especie de angustia. El acto de conocimiento, al principio inconsciente y total- mente ingenuo, se borra ante el objeto conocido, ante el mundo que ocupa todo el escenario. Pero muy pronto la experiencia del error enseña que el conocimiento es el acto de un sujeto, que es el yo quien cree conocer y quien se engaña. El descubrimiento de los innumerables errores debidos a la subjetividad de los sentidos, a las ilusiones de la pasión, a la sugestión de los hábitos, introduce en la intimidad de la singularidad psicológica. En vez de una verdad universal y objetiva, el acto de conocimiento sólo produce, a menudo, errores particulares que devuelven a las disposiciones subjetivas de la propia persona. El campo de la subjetividad se descubre, pues, como un fracaso de la mente a alcanzar valores universales.

El pecado que vulnera la ley moral, el error que vulnera la verdad: he aquí los primeros temas de interrogación psicológica. Lo psi- cológico es el accidente, es algo negativo, es lo que priva de lo universal. El descubrimiento psicológico será pues, ante todo, inseparable del esfuerzo de corrección moral, del afán de reconciliación con lo universal. Sólo hay que curar lo singular. Por ejemplo, cuando Sócrates nos pide que adoptemos la fórmula grabada en el frontón del templo de Apolo en Delfos, “Conócete a ti mismo”, hace falta entender que este imperativo socrático tiene una significación moral. más que psicológica. Cierto que el individualismo democrático — la diversidad de intercambios comerciales y de contactos humanos—, los conflictos de las ciudades y de las clases sociales, la crisis de conciencia provocada por la guerra del Peloponeso, crearon en Atenas condiciones particulares que favorecieron el nacimiento de una reflexión psicológica. Pero, si Sócrates nos invita a conocernos, es ante todo para reformarnos. Se trata, sí, de ver claro en nosotros mismos, pero con el fin de expulsar de nuestros pensamientos los errores y las contradicciones, de aprender a dominar nuestros impulsos, a lograr un equilibrio, un arte de vivir según la verdad y la justicia.

Sócrates lo dice claramente a Calicles en el Gorgias: “El tema más bello de discusión es saber lo que el hombre debe ser, a qué debe aplicarse y hasta qué punto, ya sea en la vejez, ya sea en la juventud. Conocerse es descubrir en uno mismo —más funda- mental que prejuicios, egoísmo y pasiones— la razón universal. Calicles pretende pensar que vale más cometer una injusticia que padecerla, y Sócrates sostiene la opinión contraria: ¡Vuelve a ti mismo, Calicles, razona atentamente y te darás cuenta de que no pensabas realmente lo que creías pensar, y que, sin saberlo, estabas en el fondo de acuerdo con Sócrates! “Estoy convencido de que tú y yo, y todos los hombres, pensamos que cometer la injusticia es un mal mayor que sufrirla.” Conocerse a sí mismo es, para Sócrates, escuchar dentro de sí la voz de la Razón universal y eterna, condición única para estar en paz con- sigo mismo y con las otras conciencias razonables.

Precisamente esta interpretación moral del análisis psicológico justifica, a los ojos de Sócrates, el desprecio por las cosmologías y la ciencia del mundo. Debemos conocernos a nosotros mismos, porque somos nosotros mismos aquellos a quienes debemos gobernar. ¿De qué sirven las conjeturas de la “física”, las teorías sobre el devenir, sobre los átomos, sobre la estructura del universo? Estas especulaciones orgullosas e inciertas son absolutamente inútiles: A Dios, no a nosotros, corresponde dirigir el Cosmos: “aunque los filósofos llegasen a conocer las leyes que regulan el nacimiento de todas las cosas, ¿podrían hacer a voluntad los vientos, la lluvia, las estaciones o cualquier otra cosa parecida de la que tuviesen necesidad?” Lo esencial es obrar, y obrar bien. Dado que la ciencia, en la época de Sócrates, no era lo bastante madura para engendrar técnicas, la única acción fecunda era la del yo sobre el yo, es decir, la sabiduría: la regla del “conócete a ti mismo*‘ es una ética; todavía no es una psicología.

*Extracto de la ” Enciclopedia de la Psicología” de Denis Huisman (Profesor de la Universidad de Paris – Dauphine y Director de la Escuela Francesa de Agregados de Prensa.

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