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La clase magistral, el aprendizaje activo y todo eso

La preparación de los estudiantes universitarios para el nuevo mercado de trabajo requiere que pensemos tanto en las competencias como en sus conocimientos. Sí, ya sé que casi todas nuestras pruebas de evaluación se centran en comprobar sus conocimientos, pero dejadme que ese tema lo postergue a una entrada futura.

Hoy quiero reflexionar sobre la clase magistral, porque he leído un artículo sobre algunos profesores que intentan basar toda su enseñanza en el llamado “aprendizaje activo” y que se preguntan si está bien o no dar clases magistrales. El artículo discute cómo la evidencia empírica muestra que, en términos de resultados de los alumnos, las clases magistrales salen perdiendo con claridad frente a clases basadas en “active learning” o aprendizaje activo. Al mismo tiempo, el artículo razona cómo la clase magistral puede tener un papel muy importante en la enseñanza y el aprendizaje de los alumnos.

Soy un firme defensor de las estrategias de aprendizaje activo. Es decir, plantear las clases como un momento y un lugar en que los alumnos aprenden y no sólo como una situación en la que el profesor enseña. Como es lógico, lo mejor es que ambas cosas sucedan al mismo tiempo. Un alumno puede aprender solo, claro que sí, y una parte importante del aprendizaje requiere de un trabajo que el estudiante realiza solo o alejado del profesor. También cabe pensar que el profesor puede estar intentando enseñar cuando tiene al alumno delante (durante el tiempo de clase) y que el alumno no aprenda en ese momento.

Que busquemos que la clase sea un lugar de aprendizaje del alumno suele requerir ir más allá de un profesor hablando y escribiendo en una pizarra (o mostrando un powerpoint). También he sido alumno y sé lo que es dormitar al amor de la charla de un profesor a primera o a última hora. Un profesor universitario impartiendo una clase no es una mala cosa: ese profesional muchas veces se ha preparado durante muchos años para entender el tema del que está hablando en clase, permanece actualizado y conoce muchas más versiones y aproximaciones al tema en cuestión de los que pueda dominar el alumno en un tiempo razonable. Un profesional así es muy valioso y la información que transmite también.

Ahora bien, el cambio tecnológico relacionado con el almacenamiento y transmisión de información ha creado una disrupción que, a mi juicio, está tardando en llegar a la universidad (al menos a la enseñanza de grado, porque el posgrado suele ser otra historia).  Cuando infinidad de información está disponible a  bajo precio, ya no parece una estrategia acertada centrar toda la enseñanza en la transmisión de conocimientos desde el profesor al alumno durante la clase. Más bien, creo que el énfasis debería estar en conseguir que los alumnos desarrollasen lo que llamamos “tener criterio” para manejar toda esa información. En definitiva, no sólo tener conocimientos, sino también (y sobre todo) saber usar los conocimientos, entender sus límites y sus posibilidades. Esto último significa, en último término que en la distribución de las clases (el tiempo que profesor y alumno comparten tiempo y espacio) debería estar menos enfocado a lo que solemos llamar “clases teóricas” y más a lo que solemos denominar como “clases prácticas”. Estas etiquetas son francamente malas, porque en realidad a lo que me refiero, respectivamente, es a clases donde predomina la transmisión unidireccional de conocimientos y clases donde hay una interacción constante entre profesor y alumno.

A partir de mi experiencia, afirmaría que la cantidad óptima de clases magistrales no es cero. De hecho, en los planes de estudio de, por ejemplo, el actual grado en economía en la Universidad de Salamanca, la teoría económica se imparte a razón de una hora de “teoría” y hora y media de “prácticas”. Esta distribución me parece razonable. No obstante, unas prácticas basadas en aprendizaje activo no pueden impartirse a grupos grandes, porque requieren que los alumnos discutan entre ellos y con el profesor. Digamos que de 25 a 30 sería un número que hace que ese tipo de clase sea factible. Por encima de estas cifras, clases de este tipo se vuelven muy difíciles de gestionar con gran rapidez (algo que, de nuevo, me lo dice mi experiencia al respecto).

Así pues, el aprendizaje activo requiere de más medios de los que requiere una enseñanza que descanse en la clase magistral, pues esta última no suele perder calidad conforme se añaden alumnos hasta que no se alcanzan números realmente grandes. También hay que tener en cuenta que clases con una interacción constante requiere de profesores de gran calidad, pues ese tipo de clases exige que el profesor esté preparado para cualquier tipo de pregunta que pueda surgir. Estas preguntas y dudas tendrán una variedad y una dificultad mucho mayores que las que puede plantear un alumno durante una clase en la que sólo escucha y anota lo que escucha por primera vez de un profesor.

También es cierto que una estrategia docente de aprendizaje activo requiere de un trabajo constante de los alumnos a lo largo del cuatrimestre, pues en otro caso la participación en las clases es imposible. Exige presencia física del alumno en la inmensa mayoría de las clases y un estudio continuado de la materia a lo largo del curso. Se lo pone muy difícil al alumno fantasma que aparece las últimas semanas pidiendo apuntes a sus compañeros y desincentiva los aprendizajes memorísticos de última hora. Un curso diseñado como aprendizaje activo presupone que todo un curso de asistencia y participación no se puede sustituir por una prueba escrita u oral en la que el estudiante regurgita los apuntes y los libros engullidos bulímicamente durante la semana previa a esa prueba. Ya sé que la vida es complicada a veces  y yo mismo fui un estudiante con vida “complicada”, pero yo soy hoy en día profesor no gracias al viejo sistema de exámenes memorísticos de cuatro horas de duración para los que había que leerse toneladas de apuntes, sino a pesar de ese viejo sistema. Para las personas con problemas para asistir a clases de manera regular tiene que haber alternativas de educación a distancia y por eso defiendo la posibilidad de establecer modalidades de seguimiento a tiempo parcial de los actuales grados y que las pasarelas a la UNED y la UOC (o cualquier otra universidad especializada en la enseñanza a distancia) y el resto de universidades sean mucho más sencillas que hoy en día.

En conclusión, no se trata de desterrar la clase magistral, sino de darle una nueva posición, con menos horas (como en algunos de los nuevos planes de estudio) y asignando ese tiempo ganado a clases basadas en aprendizaje activo, de uso de los conocimientos, de interacción constante con el profesor. Pero esta mejora no es gratis: el aprendizaje activo requiere de manera taxativa clases de menor tamaño y eso es más caro, pues necesita más espacios y más profesores (o liberar espacios y, sobre todo, tiempo de los profesores de otras actividades). Ya sé que es de perogrullo pero no me canso de recordarlo: un producto de más calidad normalmente es más caro y la educación no es una excepción.

 

malo

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