Hace 25 años que se publicó un artículo que cambió (o terminó de cambiar) la forma en que los economistas intentaban entender la influencia del progreso tecnológico sobre el crecimiento económico. Se trata del artículo de Paul Romer, “Endogenous Technological Change”, publicado en 1990 en el Journal of Political Economy.
El propio Paul Romer acaba de abrir una serie de entradas en su blog sobre dicho artículo y el cambio en la teoría del crecimiento que se produjo en aquellos años. Me parece una lectura muy recomendable para intentar entender dos cuestiones básicas:
- Primera, la aceleración del crecimiento o por qué la tasa de crecimiento en la frontera tecnológica se ha incrementado a lo largo del tiempo.
- Segunda, las oportunidades perdidas o por qué tantos países que están muy por detrás de dicha frontera no han conseguido alcanzar con relativa rapidez el crecimiento de países más exitosos.
Se tenga la posición que se tenga es difícil negar que proporcionar una explicación que permita entender ambas cuestiones a la vez es el gran reto de cualquier teoría del crecimiento y el camino imprescindible para diseñar políticas macroeconómicas de crecimiento.
Para mí, este artículo tiene un valor sentimental importante. Hacia 1990 yo debería haber terminado mis estudios de economía en Alcalá de Henares. Pero cuando llegó el tercer curso empecé a dedicarme a otras cosas y prácticamente abandoné los estudios. Los retomé en serio en 1989-90. Casualmente, eso fue una gran suerte para mí. Para entonces, llegó a Alcalá un profesor que había terminado hacía poco su doctorado en el MIT y había pasado un año en Londres en la LSE. Era Juan Francisco Jimeno. Por aquel entonces, yo tenía un trabajo a tiempo completo y casi nunca podía ir a clase. Así que le “molesté” muchísimo en tutorías. Incluso, varias veces quedó expresamente conmigo para corregir ejercicios y se prestó a escuchar con paciencia mis bisoños comentarios sobre lo que leía (¡Cómo me había fascinado el libro “Dinámica Económica” de Harrod! Yo llegaba como treinta años tarde, pero en fin…). Y su temario (en 1991) no era sólo el modelo de Harrod-Domar y luego el de Solow y la controversia de Cambridge. También incluía algo que no estaba en ningún manual de entonces: la “nueva” teoría del crecimiento. Es decir, Paul Romer. No me leí aquellos artículos de la nueva teoría del crecimiento: me los bebí, después de desmenuzarlos y diluirlos en todos los comentarios de Juan Francisco, que no hacía más que darme una y otra vez nueva información.
A raíz de aquello, él me invitó a asistir a los seminarios del departamento de fundamentos de economía, a pesar de que no era más que un estudiante que se llevaba la gran sorpresa de ver a sus antiguos profesores discutir apasionadamente sobre los temas que pocas veces habían parecido formar parte de los manuales y ejercicios que habían sido mi rutina. Se hablaba de pobreza y riqueza, de crisis cambiarias, de paro de larga duración… Es decir, se hablaba de la vida. Y me convencí a mí mismo que, aunque el esfuerzo iba a ser enorme, yo haría el doctorado, que buscaría enfrentarme a esos problemas reales, los que afectan a la vida de la gente. Y aquí estoy, 25 años después.
Por eso, el artículo de Romer es tan importante en mi carrera como economista, aunque yo no construya modelos de crecimiento. Porque me renovó la fascinación por los problemas importantes para la vida de la gente normal. Porque está en la raíz de mi visión de la enseñanza de la economía consistente en partir de preguntas “vivas” (no meramente académicas). Porque me recuerda lo importante que es que un profesor esté plenamente actualizado y que dé cancha a sus alumnos para que se desarrolle exitosamente el aprendizaje. Por eso, muchas gracias Juan Francisco (aunque no pensemos lo mismo sobre el contrato único ).
[11/10/2018: Y a día de hoy, pienso que el contrato único no es una mala idea en absoluto, sino que una reforma del mercado de trabajo español debería incluir un cambio en esa línea, además de otros cambios, como la "mochila austriaca". Uno se parece más a sus maestros de lo que imagina]
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