Expansión menciona un estudio en el que se concluye que España es el país europeo con más guerras de precios. Según destacan, el 63% de las compañías españolas asegura estar inmersa en una guerra de precios, frente al 36% de Reino Unido. Conociendo el dinamismo de le economia británica me sorprende el dato, para el que se me ocurre otra hipótesis. Resulta que el informe se ha elaborado a partir de las respuestas de 1.225 directivos y responsables de precios de compañías de toda Europa. ¿No podría ser que el umbral que hace a un directivo considerarse inmerso en una guerra de precios es diferente en España y en Reino Unido? En la misma línea, los encuestados manifiestan que sólo en un 5% de las ocasiones las guerras de precios son iniciadas por su empresa, siempre son otras empresas las que empiezan; teniendo en cuenta que las guerras de precios son un fenómeno de los mercados concentrados, y descartando que el encuestador haya tenido “mala suerte” sistemática al elegir a las empresas encuestadas, cabría esperar más bien una cifra en el entorno del 20-25%. En estas circunstancias la encuesta estaría afectada por un tipo de sesgo de endogeneidad, que reduciría la fiabilidad de los resultados.
El argumento de la modificación de precios y la elasticidad reproduce conceptos asentados en Economía:
“Con una demanda inelástica, bajando el precio vas a perder facturación seguro. Normalmente es más sensato para la empresa aceptar una caída en el volumen de venta [por la menor pujanza de la demanda] que bajar el precio”, ahonda. Pero hay alternativas. Por ejemplo, “reducir los descuentos sí aumentaría la facturación”. En el polo opuesto, “la suma de vender menos y bajar precios es letal”.
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