Despoliticemos la universidad

 

 

Las universidades públicas no son un buen lugar para politiquear. Ni manipular. Debemos desarrollar un espíritu crítico que nos permita crecer como personas, ser mejores y tener una empleabilidad óptima. Los proyectos en la universidad deben ser independientes de la ideología o, en su defecto, que se mantengan alejados prudentemente. A los pocos meses de entrar en la universidad impulsé junto a unos profesores y unos compañeros un proyecto ilusionante, apasionante y de gran proyección. Lamentablemente, los proyectiles que nos tenían preparados eran sólidos. Pura política.

Mis ilusiones por estudiar Economía cayeron en la decadencia: veía que la pasión con la que accedí a la carrera se iba marchitando pasando de amar la Economía y dedicar horas y horas al estudio por amor al oficio a querer dejar la carrera. Como quería romper el “yo me jodí, que se jodan los demás” (que tanto he escuchado) decidí dedicar parte de mi tiempo a un proyecto que nos resultó muy difícil de preparar. A pesar de la decepción me mantenía en pie, creía en el proyecto y me motivaba poder contribuir a la mejora de mi facultad en general y de mi grado en particular. Lo peor estaba por llegar.

Contábamos con el apoyo de muchos profesores, teníamos claro que iba a ser difícil lograr nuestro objetivo. Creíamos en nosotros. Si bien es cierto que había mucho que pulir, la reunión en la que se pusieron nuestras ideas sobre la mesa fue tremendamente nociva para nuestro trabajo. En vez de ayudarnos se nos torpedeó. En vez de buscar soluciones se buscaron debilidades sin su necesario colateral: animar para mantener el entusiasmo. ¿El hecho de ir en un equipo rectoral puede justificar barbaridades? No hace falta ni responder.

El proyecto sobrevivió a base de prostituirse. Pasando de ser un ambicioso plan para que los recursos que el alumno paga (o recibe una beca para pagar) se materializaran en resultados excelentes con la aportación altruista de un buen veterano, a ser un proyecto cuyos resultados dejan mucho que desear. La ambición inicial de competir con las academias que proliferan como el CannabisCoin casi se ha perdido. Pero aún se puede resucitar, con ilusión y votos. Jo, me entristece tener que decirlo.

Con el tiempo he descubierto que todo se contaminó por la política y las ambiciones personales. Es desgraciadamente apasionante observar hasta dónde se puede llegar por alcanzar un puesto. Sorprende y es digno de análisis la ambición que se puede tener por llegar a un puesto, el que sea. Si es necesario hundir a alguien se le trata como si su valor tendiera a cero por la izquierda. Y punto. Simple, como decía Nietzsche,

Un político divide a los seres humanos en dos clases: instrumentos y enemigos.

Por desgracia, los alumnos estamos en medio de un campo de batalla en el que llueven cuchillos afilados. En muchas ocasiones la calidad que recibimos es ínfima. ¿A donde se van nuestros dineros? Es nuestra labor que éstos se inviertan adecuadamente. ¿Quejándonos? ¿Arriesgándonos a exámenes más difíciles? Para eso, por desgracia, hay que entender cómo funcionan los entresijos de las estructuras universitarias. Y ser sensato, no ponerte en los brazos de quien te dice lo que quieres oír. O quien te quiere dar, con lacito incluido, una calificación que no te mereces. El ser humano tristemente se corrompe fácilmente. Más de lo que pensamos. Y más de lo que ambicionamos.

Una de las enseñanzas que he interiorizado a base de decepciones y malos momentos es la importancia de la resiliencia y la constancia. Pero si ves que quien te ha apoyado sufre las consecuencias del veneno de la política lo lógico es acongojarte. Porque la ilusión puede romperse en mil pedazos en un momento dado, y se puede recomponer y pasar página. Lo que no se debe permitir es que nuestros intereses tomen las riendas de nuestros proyectos. Son nuestras ideas las que deben capitanear nuestro trabajo.  Como decía Francisco de Vitoria:

  No es el hombre lobo para el hombre, sino hombre.

Cooperemos, pase lo que pase. Gane quien gane. E invirtamos con sensatez a largo plazo en investigación (con proyectos sólidos y con futuro), desarrollo (integral, sin menospreciar a ningún campo de estudio) e innovación (repensar; pero con la elegancia de la ambición de la función empresarial). Con las empresas. Pero sin olvidar que generamos externalidades positivas que justifican el gasto público en educación. Sin que nos fagociten ni empresarios ni políticos. No los echemos a patadas.

  Todos pasaremos por la universidad. Pero, ¿qué legado dejamos? ¿Somos capaces de hacer mejores a los demás? ¿De cumplir nuestros sueños? ¿O somos tan ruines que preferimos devorarnos los unos a los otros? He visto tanta bajeza moral y he percibido tales niveles de corrupción humana (no hablo de robar) que ya no me asusto. He sentido la ponzoña de la corrupción correr por mis venas e inmediatamente he ido a por un antídoto muy potente: el amor.

Si algo puede salvar a nuestras queridas universidades públicas es el amor. No solo el amor de pareja, romántico; también el amor por la salud, por la naturaleza, por la fiesta (sí, por salir a tomar unas “cerves y unas copichuelas”) y por el estudio. Entristece ver que, siendo el estudio el único placer que nunca se sacia, hemos caído en el cainismo de querer un puestecito. ¿Para qué? Todos sabemos lo corruptor que es el poder. Y aun así nos acercamos a él como un niño se acerca con dos deditos extendidos a un lugar que, posiblemente para él, sea maravilloso. Ese lugar se llama enchufe. Porfis, no se hagan “pupa”. Ni la hagan.

No voy a expresar explícitamente mis preferencias en las elecciones a rector de la Universidad de Salamanca. Dejo al lector que investigue y reflexione para que extraiga sus propias conclusiones. De nuevo, pase lo que pase no nos devoremos, plis.

 

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