Derrumbar la cuarta pared

Hablar en público puede abrumarnos si nos ponemos nerviosos, puede hacer que no se muestre la mejor versión de nosotros mismos. Para vencer este “miedo escénico” puede ser interesante para el actor, ponente, profesor (o cualquiera que vaya a hablar en público) pensar que existe una cuarta pared, que miras hacia el infinito… que no tienes por qué ponerte nervioso, en definitiva.

El problema de esta técnica es que parece que algunos se lo toman demasiado en serio. Y realmente parece que hay una cuarta pared que separa al alumno del profesor.

Me he dirijido a audiencias bastante variadas: desde parejas que no tenían ni idea de piragüismo hasta grandes auditorios. A veces he pensado que había una cuarta pared entre nosotros para perder el miedo… pero cuando trato de transmitir conocimientos lo evito. Debe haber señales que me indiquen que se me escucha. De lo contrario, sería como hablarle a las paredes. Literalmente.

He tenido la sensación de asistir a clases en las cuales parecía que esta pared realmente existía. Que impedía que la comunicación se efectuara. Esta es una simple suposición que se comprobará cuando recibamos las calificaciones de los exámenes finales… ¿o no?

Los exámenes, al igual que las competiciones deportivas, deberían sacar a la luz los resultados del periodo preparatorio. Sin embargo, si el resultado no ha sido el esperado pueden encontrarse unas cuantas causas. Resumiendo mucho podemos observar tres causas:

  • Ha sido culpa del profesor: Si una clase tiene una nota media de 3 tal vez debería empezar a plantearse algunas cosas; por ejemplo, que la metodología empleada no es la correcta. ¿Tiene el profesor la obligación de mejorar? Si consideramos que la educación es un servicio (que apareja una serie de derechos) en vez de un derecho (que puede darte un lujo muy grande llamado derecho a quejarse) sí. Pero no es el caso de la mayoría de los centros de enseñanza. Los profesores, como es habitual, se tapan los unos a los otros… Hoy por ti y mañana por mí. No son culpables a menos que sea algo desorbitadamente grave. Pero, ¿y que pasa con incidencias leves? ¿No deberían ser susceptibles de ser mejoradas mediante una conversación que tuviera como resultado la mejora de la calidad de la enseñanza? A mí me encanta que me digan constructivamente que me estoy equivocando porque considero que no tengo la verdad absoluta ( ni la tendré siempre). ¿Están los profesores dispuestos a reflexionar sobre su metodología?
  • Ha sido culpa del alumno: La causa más repetida es que no se ha estudiado lo suficiente. Y le digo una cosa: no me extraña que se use tanto. Es muy fácil decir que no se estudia lo suficiente y lo que se debería hacer es “hincar más los codos”. El alumno, sin ser consciente de que acaban de decirle una afirmación tautológica, agacha la cabeza y trata de estudiar más. Sin éxito. Porque esto está relacionado con la falta de motivación. Es muy habitual escuchar que no se quiere ir a clase, que estudiar es un coñazo… Y no se hace nada por remediarlo. El alumno suspende, se frustra, deja de sentir el más mínimo interés y ya sabemos como sigue: una vida muy probablemente triste. ¿Solucionamos esto diciendo que es culpa del profesor? No debemos caer en el simplismo. No debemos ser tan absurdamente torpes como para echarnos las culpas los unos a los otros. Les invito a leer la última de las posibles causas.
  • Falta de cooperación entre alumnos y profesores: Me voy a circunscribir a las relaciones con mis profesores en el instituto y en la universidad y a mi experiencia como instructor en una sesión educativa de carácter formal. En el instituto, debido principalmente a la edad del alumnado, el profesor tiene gran parte de la responsabilidad en el aprendizaje. Por lo tanto, si un alumno no está trabajando correctamente tendrá la posibilidad de usar el feedback y darle los consejos pertinentes. O al menos saber su nombre y decirle dónde se ha equivocado. En resumen, el profesor es un especialista de la educación, que ha estudiado para ello y que su labor principal es educar. Le pagan por ello.No es el caso de los profesores de universidad. Los profesores de universidad, al contrario, tienen como obligación accesoria la enseñanza. Es accesoria en el caso de las enseñanzas de postgrado (donde el profesor, al menos, es especialmente experto) y al profesor le puede resultar poco atractivo transmitir conocimientos… Se puede entender, no se tiene la obligación de tener una calidad educativa especialmente alta. El alumno puede sentirse incómodo porque sus tutor no sepa enseñar. Pero el alumno tiene una buena base, hay que recordar que ha estudiado el grado.Vale, ahora piense en los alumnos de grado. Los profesores, en muchos casos, no dan clase de aquello en lo que son especialistas sino que dan clase de lo que está relacionado con su campo de conocimiento. Esto se compara con el caso del estudiante de postgrado y se empieza a entender la falta de química entre el profesor y el alumno. A esto le sumas que el alumno de grado no tiene un especial interés por todas las materias y te puedes encontrar con esto: alumno desmotivado completamente y profesor desmotivado para mejorar sus métodos educativos. En mi caso, en primero de carrera todo esto se agrava un poco más: los profesores no tienen la obligación de progresar en su metodología de enseñanza, venimos de un ambiente paternalista, acabamos de cumplir la mayoría de edad, algunos cambian de residencia (durante el curso), lo que estamos estudiando puede alejarse un poco de nuestras expectativas iniciales… Y las asignaturas suelen estar lejos de lo que realmente queremos estudiar. O al menos unas cuantas.

    De este cóctel sale: una enorme desmotivación hacia el estudio de algunas materias, una falta de conversación alumno-profesor brutal y una barrera aparentemente inquebrantable entre el profesor y el alumno. ¿No sería mejor que colaboráramos y tratáramos de ver qué nos une y qué nos diferencia? Es todo un reto ya que un “bachiller” y un licenciado o un doctorado los une poco… y los separan muchas cosas. Pero creo que merece la pena. Por el bien de la sociedad. Por último, quiero hablar sobre mi experiencia como instructor de manera formal (en comparación con momentos esporádicos en los que actué como instructor, que son unos cuantos). Desde el primer momento quise dejar muy claras mis intenciones: quiero que sepáis algo de finanzas. Ese “algo” era esencial, daba por hecho que no iban a aprehenderlo todo. Hubo momentos en los que pude ser más cercano y otros en los que fui más distante. Y salí satisfecho porque en sus caras se veía que había un mínimo de interés. No tenía el más mínimo problema en bajarme de la torre de marfil y tratar de transmitir algo. Por escaso que fuera, al menos que fuera útil.

Es momento de tumbar la cuarta pared. No es sencillo porque no es un muro físico pero sí que debemos tener una mejor relación con nuestros profesores. No estoy diciendo, en ningún momento, que haya que “tomar el brazo” (lo cual sería muy triste) sino que debemos colaborar. Porque así aprenderemos mucho más nosotros de ellos y ellos de nosotros. Los recursos son limitados (los profesores tiene que investigar, acudir a reuniones…) y las necesidades ilimitadas (queremos aprehender, queremos contrastar ideas, queremos disfrutar con los que estudiamos)… pero en un ambiente agradable se pueden hacer esfuerzos extraordinarios. En uno desagradable solo se podrían hacer si existe el miedo al fracaso. Lo cual es muy ineficaz.

Como aprendí en un libro que me recomendó mi profesora de introducción a la Economía, no todo es competir ni todo es cooperar. Sí que debe de haber cierto distanciamiento entre los profesores y los alumnos (utilizar un lenguaje adecuado, referirnos a nuestro interlocutor por su nombre, recordar cuál es el rol que jugamos…) pero también debe haber cooperación. Tú sabes cosas que yo no sé y yo sé cosas que tú no sabes. Aprehendamos los unos de los otros.  No obstante, se trata de una relación asimétrica: el profesor debe evaluar al alumno. Aun así, los dos deben sentirse partícipes de este proceso y deben remar en la misma dirección. Todos: educadores, alumnos, padres, gobernantes, empresarios… estamos en el mismo barco en lo que a educación se refiere. Es responsabilidad de nuestra sociedad que colaboremos. De lo contrario, el barco se irá a pique. Y no empecemos por gastar más dinero, por favor.

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