La batalla de las ideologías y la batalla de las ideas

Cuando dos personas o dos grupos de personas debaten sobre política o economía suelen hacerlo dejando claro de qué ideología son. Sin embargo, hay casos muy excepcionales en los cuales dos personas con la misma ideología tienen ideas enfrentadas. Nos gusta hablar en función de “packs” que suplen nuestra investigación y nuestras lecturas. Decir que eres del PP, del PSOE o de Podemos y seguir el ideario propuesto es lo más fácil que existe: hay personas que hablan y tú solo tienes que afiliarte a un partido o votar. Y ahí finaliza la batalla ideológica. En unos resultados fruto de defender a “packs ideológicos” que te mantienen en la caverna platónica.

Cuando no te convence ninguno de los “packs” es cuando, necesariamente, tienes que salir de la caverna. No hay ningún producto temático que permita argumentar utilizando “lo que ve todo el mundo en la tele” y, por lo tanto, debes crear tu propio “pack”. Ese pack es personal e intransferible, mutable y variable. Puede que, en ocasiones, la estructura ideológica de un colectivo te sirva para nutrirte de conocimientos pero en el momento en que la organización a la que perteneces no se ponga de acuerdo sobre un tema en concreto es cuando empieza la batalla de las ideas.

Cuando hablamos de ideologías incurrimos en errores radicales. Muchas veces usamos la palabra democracia como comodín que siempre resulta útil, muchas veces la palabra nazi, fascista, facha nos sirve como resumen de todo lo que piensa una persona y muy pocas veces vamos a los temas concretos. Como todo paquete, la ideología debe tener un distintivo claro y conciso. A pesar de que sea poco riguroso, el eje izquierdas y derechas sigue siendo muy utilizado. Y para terminar de adornar usamos matizaciones como “centro” “extrema” o “ultra”. Y todo esto no se parece en nada a ser del Barcelona o del Madrid, por supuesto.

Los liberales siempre hemos estado divididos. La diferencia estriba en el porcentaje de uso de la palabra Libertad. Es decir, desde que nos enfrentáramos a los serviles a principios del siglo XIX nuestro anhelo de Libertad se ha expresado de una manera o de otra: mediante constituciones, mediante la defensa de la propiedad privada, mediante la defensa de la democracia (diferenciando democracia de dictadura) o defendiendo el adelgazamiento del Estado. Hubo ocasiones en las cuales los serviles nos comieron terreno… hasta que llegaron a asimilar parte de nuestras ideas y desplazaron lo puro fuera del mapa político.

El liberalismo corre por nuestras venas y está presente en nuestra alma. Lo demostramos cada vez que elegimos libremente con quien deseamos casarnos, con quién deseamos emprender un negocio, qué religión profesamos… Y esto no era posible cuando los serviles, o un sucedáneo de los mismos, gobernaban. Los podemitas apelan a la Libertad al igual que lo hicieran Marx y Federico García Lorca aunque prefieren criticar al Capitalismo y diciendo que la igualdad es buena (en sentido general). Como dijo Lord Acton: La más sublime oportunidad que alguna vez tuvo el mundo se malogró porque la pasión por la igualdad hizo vana la esperanza de Libertad.

Cada ideología tiene rasgos que me gustan y rasgos que me disgustan. Ni siquiera hay personas que me desagraden totalmente ni personas con la que coincida al 100%. Son las ideas de unos y las de otros las que me gustan o no. El problema que tienen los políticos hoy en día es que van en manadas que no se expresan como la suma de las posiciones de los individuos sino en masa. Son masas rojas, azules, amarillas, rosas… Pero ahí no se distingue casi nada. En realidad, las diferencias entre la política y el fútbol son escasas y puntuales.

Se supone que el parlamentarismo es el sistema idóneo para la batalla de las ideas. Se supone que es el espacio donde argumentar, desarrollar ideas, proponer y criticar. Para eso hace falta que haya una batalla de las ideas, que se fragmenten los partidos políticos  y que vuelva a haber lo que siempre debió de haber: representantes. Esos representantes deben tener ideas y no ideologías. Las batallas deben ser nobles e intensas, debe darse la razón al otro cuando creamos que la tenga, asumir errores y tratar de mejorar. Una ideología es un producto hecho para la venta, hecho para el votante. No para adoptarlo como paquete de ideas. Tu paquete de ideas es personal e intransferible.

El parlamentarismo solo funciona como sistema de servidumbres. El representante debe ser siervo del elector y no al revés. La representación política debe ser una interacción bilateral. No unilateral. Para ello hace falta que el representante sea cercano y dialogue. Y en cuanto a votar, debe ser mero siervo del que le ha elegido. Los parlamentos de todo el mundo se han convertido en campos de batalla en los cuales las ideologías (en masa) son más poderosas que las ideas que puedan defender personas.

Ahora que parece que la batalla de las ideas puede resurgir es el momento de plantear los problemas que le incumben al ser humano en particular y a la humanidad en general. Porque yo tengo fe en la humanidad. No en planificadores. Y hemos prosperado gracias a la acción humana. No gracias a planes trazados desde una “mente mágica”.

 

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