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Universidad de Salamanca
Miguel Ángel Andrés Llamas
Una visión social y democrática del Derecho público
 

¿Comprende el alumnado de Derecho?

Uno de los tópicos que suele ir ligado a la carrera de Derecho es la necesidad de memorizar mucho. Puede que sea cierto, y no tiene por qué ser algo negativo. La memoria es un prerrequisito de cualquier aprendizaje. Ahora bien, todos estaremos de acuerdo en que un aprendizaje óptimo requiere, más allá de memorizar, comprender, aun cuando tengamos una idea intuitiva de lo que significa comprender.

El principal problema del alumnado de Derecho es que memoriza o trata de memorizar los conceptos y contenidos impartidos en cada asignatura, pero no parece comprender demasiado. En el campo jurídico comprender significa, a mi modo de ver, conocer los fundamentos de los conceptos e instituciones jurídicas, interiorizar las razones que justifican su existencia, relacionar (ordenar) entre sí esos conceptos e instituciones e identificar los intereses sociales que subyacen.

Expondré un ejemplo. Un alumno puede memorizar la estructura del procedimiento administrativo (iniciación, instrucción, finalización, ejecución), incluidos los artículos correspondientes de la Ley del Procedimiento Administrativo Común de las Administraciones Públicas, pero pasará por alto las razones que justifican la existencia del procedimiento administrativo (búsqueda de acierto y objetividad, garantía de los derechos de la ciudadanía). Y, sobre todo, el alumnado tendrá dificultades para proyectar la institución del procedimiento administrativo en los concretos procedimientos en que aquella se materializa, para identificar los derechos e intereses en un concreto procedimiento y para relacionar el concepto de procedimiento con otros conceptos lindantes (acto administrativo, recursos administrativos, etc.).

Los problemas de comprensión se detectan en las prácticas escritas, en las intervenciones orales en clase y en los exámenes finales. Si las preguntas difieren del título de los epígrafes del programa, los resultados empeoran, y mucho más aún si lo que se propone en las pruebas de evaluación son supuestos prácticos.

Las propias pruebas de evaluación permiten detectar los problemas de comprensión e intuir sus causas. Los exámenes finales son muy ilustrativos, pero no admiten solución por evidentes razones de tiempo. Por eso los exámenes de las evaluaciones continuas, las prácticas escritas y los diálogos que se generan en clase son actividades más útiles para detectar de manera anticipada los problemas de comprensión.

En la forma de razonar del alumnado se aprecia una percepción rígida de los contenidos de las asignaturas. El alumnado no percibe el Derecho como un producto vivo, sino como una suerte de “epígrafes” compartimentados. Las razones de esta percepción y de sus problemas de comprensión tienen que ver con la metodología docente y la propia dogmática del Derecho, que expone muchos conceptos, pero no los problematiza. En las insuficiencias de comprensión del alumnado subyacen deficiencias de exposición del profesorado. Los propios profesores deberíamos reconocerlo con más humildad. Pero el principal problema, con todo, es la escasa capacidad de abstracción del estudiantado. Considero que una persona experta o que aspira a serlo debe desarrollar dos competencias que Juan Ramón Capella sintetiza como consciencia histórica y potencia de abstracción. El Derecho que se enseña en las aulas carece de historicidad: he aquí nuevamente la (ir)responsabilidad del profesorado o, mejor dicho, de insostenibles herencias dogmáticas. Y la capacidad de abstracción es muy difícil de adquirir si no se maneja un léxico amplio y, sobre todo, si no se tiene el hábito de la lectura, cuestiones que tienen que ver con el capital cultural de las familias y, más recientemente, con el embrutecimiento colectivo que provocan los medios de comunicación y el auge de la (in)cultura audiovisual. Es difícil que los profesores universitarios puedan solventar un problema estructural, pero deberíamos intentarlo, comenzando por emplear en clase un lenguaje más sencillo, incluso si tenemos que sacrificar nuestra precisión expositiva, e incrementar paulatinamente la complejidad léxica. Todos los esfuerzos docentes merecerán la pena, pues no hay conocimiento sin comprensión, aunque esto le importe un pimiento al sanedrín de la ANECA.

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