Dice un refrán que “no todo lo que brilla es oro”. Y es que en ocasiones en Puerto Rico nos dejamos eludir por todo lo que viene de afuera, como si fuese irremediablemente mejor que lo de adentro. Es por esto que no debe parecernos extraño el reciente “boom” de “Fatmagül”, o peor aún que no se hayan vislumbrado las consecuencias de ser los anfitriones del VII Congreso Internacional de la Lengua Española. Acoger esta actividad, a primera instancia, parece una chulería juvenil, pero como todo en la vida, la responsabilidad asumida tiene consecuencias que inevitablemente se han de enfrentar como país. Al menos a eso se aspira, cómo bien explicó Luis Rafael Sánchez en la conferencia inaugural del congreso: pese a que no transamos con la pérdida de la ciudadanía estadounidense, el credo puertorriqueñista “arrasa en las calles”.
Al parecer, todo estaba bien organizado en el Congreso, ya que contábamos con la presencia de innumerables figuras del quehacer científico e intelectual del mundo hispanoparlante como Mario Molina, o Jean-Marie Le Clézio. Y, ¿cómo olvidar la presencia de los reyes de España que pisan suelo boricua por segunda vez en menos de treinta años? Menos los olvidaremos ahora por el error imperdonable de ponerle una “g” a su “magestad”. No podemos negar, por un lado, que esto pasó por descuido, pero por otro lado, como puertorriqueño radicado en España, me apena que esto sea lo más comentado en los medios noticiosos españoles, obviando lo mencionado anteriormente.
Que esto nos sirva de lección, y que la defensa del idioma persiga fines puramente pedagógicos para que así nuestras herencias culturales se valoren en su justo balance. Pero, más aún, que resuene el refrán comentado al principio, pero adaptado a la realidad puertorriqueña: “no todo lo prieto es morcilla”.