De libertades, civismos y otras alucinaciones

El pasado 25 de Septiembre leí en la sección de cultura del diario “Público” una entrevista titulada “Nuevos ‘homeros’ ante una libertad sin freno”, realizada a Javier Gomá, autor de “Ejemplaridad Pública” (Madrid: Taurus, 2009). Si bien aún no he tenido la suerte de leer el libro, al menos la entrevista ya me ha hecho reflexionar.

 

Comienzo a leer y la primera la afirmación del periodista (Peio H. Riaño)  me da en la frente cuando escribe “debe ser por su método inocente, por lo que Javier Gomá filosofa sin el lastre lúcido de la tradición del pensamiento. Sin esa pesada carga que evita dar soluciones”.  Empezamos bien. Fuego aguado, Solido vaporoso, día nocturno…, hay palabas que juntas suenan raro. Más allá de la intención metafórica de unir la lucidez con la pesadez, la afirmación nada justificada de que la tradición filosofica impide dar soluciones me parece cuando menos “atrevida”, por no usar otra expresión. Aunque ya saben lo que dicen que también es atrevida: la ignorancia.  Brillante necio (uy, a mi también me ha salido una metáfora) el que se atreve a aseverar con ironía que la filosofía sólo se ha dedicado a preguntar brillantemente (gracias al menos por lo de brillante), y nunca dar respuestas. Mala introducción para una recensión. Y más, si es premio nacional de ensayo, filósofo y Director de la Fundación Juan March…

 

Sin embargo no era este el propósito de mi entrada. Según la resumida introducción del Jefe de Cultura de Público (que ahora ya me rechina, visto lo visto), el libro “Ejemplaridad pública” nos encontraríamos en una sociedad “no represora” donde el término autoridad ya ha desaparecido. El problema radica en que los discursos liberadores aún siguen en boga, en el “candelabro”, y esto genera nuevos problemas cívicos como consecuencia de una comprensión equivocada de la libertad. Gomá radica este problema en que los jóvenes actuales no han luchado por la libertad y sin embargo la disfrutan, es decir, que son libres sin haber aprendido a serlo. En definitiva, somos libres pero no estamos emancipados moralmente.

 

Más allá de que el discurso me parezca más propio de un escritor octogenario que de un ensayista de 44 primaveras, estas afirmaciones se me antojan necesitadas de una ligera (o no tan ligera) matización. Para Gomá, nos encontramos a las puertas de una “nueva era” de civilización igualitaria y secularizada… que es capaz de ejercer sobre ella misma una autocrítica brutal y radical, siempre y cuando hagamos un uso cívico de nuestra libertad.

 

En una lectura superficial no puedo estar más de acuerdo. Con la pérdida de coacción del criterio de “autoridad”, se necesita una educación moral más orientada al civismo para mantener nuestras estructuras sociales. (Ver por ejemplo aquí la necesidad de una asignatura similar a esa que tanto critican los neoconservadores). Sin embargo, con lo que ya no comulgo tanto es con esa afirmación excesivamente inocente de libertad.

 

No somos libres, y no se entienda esta afirmación desde la obviedad, al estilo kantiano de “nuestra libertad termina donde comienza la de los demás”. Más allá de las reglas del juego, seguimos sin ser libres. Y lo más preocupante de todo es que parece que lo somos.

Cuando vamos a comprar no elegimos en libertad, sino más bien orientados por tendencias mercantiles casi subliminales y nuestro propio sistema económico que nos entiende como compradores en lugar de individuos;. En nuestras relaciones sociales actuamos coaccionados por las reglas sociales impuestas, y con esto no me refiero únicamente a las leyes o las normas comunes agrupadas bajo eso que se ha dado en denominar “buena educación”. También nos relacionamos mediados por imágenes prototípicas de relaciones, que se repiten constantemente en nuestros modernos cuentos fabuladores: las series y películas, generalmente importadas de una sociedad como la norteamericana, cuyos medios de comunicación están controlados por élites conservadoras que exportan no sólo sus metrajes, sino también sus valores, rancios e inmovilistas.

 

No somos libres de realizar ninguna crítica “brutal y radical” puesto que los grandes líderes de opinión están profundamente mediatizados por intereses políticos y lucrativos (basta como ejemplo el apestoso giro de timón dado por PRISA a raíz de la aprobación de la Televisión Digital Terrestre de Pago), los medios están al servicio de intereses “superiores” olvidando la imprescindible separación entre información y opinión…

 

Ante esta conocida situación se me podrá objetar que gracias a las nuevas tecnologías esas voces están perdiendo importancia, que es posible cada vez más poder expresarse a través de los nuevos medios de comunicación ya no entendidos de uno a muchos, sino de uno a uno o de muchos a muchos. Pero eso no es verdad.

 

En Internet siguen dominando los intereres económicos y las élites poderosas, puesto que son ellas las que deciden las políticas, los planes marco, las tecnologías que se ponen a disposición del público, y por supuesto, hace falta tener acceso a la tecnología. No sólo económico (que eso ya supone un gran sesgo poblacional) sino también educacional, puesto que cada día que pasa, la brecha tecnológica sigue aumentando sin que nadie proteste por ello. Y esa, la brecha, va a ser la causa de pérdida de libertad más importante de este siglo. Más allá de armas de fuego y estúpidos michelettis o mugabes.

 

Así que, que hay que tratar de suplir el componente organizador de la “autoridad” perdida mediante la educación cívica, pero no porque nos encontremos en una sociedad tan libre que eso genere “libertinaje”, entendiendo esto último como libertad mal entendida. Los discursos liberadores no siguen produciéndose porque sean atractivos y “modernos” y no queramos volver a lo anterior, esa época de oscura autoridad heredada o conseguida a golpe… de estado. Estos discursos se mantienen porque siguen siendo necesarios, porque no somos tan libres como parecemos, o como quieren que creamos.

 

Siempre habrá algo que conseguir, algo por lo que moverse, algo, por lo que no callarse.

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