Desconectados

Durante la última semana el bajo Manhattan ha estado a oscuras. El paso de Sandy produjo una explosión en el transformador eléctrico que abastece a casi todo el sur de la isla. Sin luz tampoco funcionaban la calefacción central de los edificios, los calentadores de agua, las bombas de presión para distribuirla en edificios altos y, lo más importante, las antenas de telefonía móvil.

Comparado con el drama que se vive en las zonas costeras de Long Island, Staten Island, Breezy Point o Nueva Jersey no deja de ser una minucia, una pequeña molestia, pero si ha servido para algo, sin duda, es para darse cuenta de lo mucho que hemos pasado a depender hoy en día del smartphone.

El último gran “apagón” en Nueva York ocurrió en agosto del año 2003, cuando la costa este de los Estados Unidos y Canadá perdió energía por una fallo en la red. Aunque fue generalizado tuvo una duración mucho menor y entonces el smartphone era todavía un desconocido. La gran mayoría de los estadounidenses aún no tenía teléfono móvil -Europa y Asia estaban mucho más avanzados en la implantación- y teléfonos como el Communicator de Nokia eran casi productos de ciencia ficción en este país. Hoy los teléfonos avanzados suponen más de la mitad del mercado de la telefonía estadounidense y en grandes áreas urbanas.

Los usuarios dedicamos a estos teléfonos, de media, unas dos horas de uso al día según un estudio de la operadora O2. 24 minutos para navegar por la red, 17 para consultar redes sociales, 14 jugando a videojuegos, 15 escuchando música, 12 hablando por teléfono, 11 consultando el correo, 10 mandando SMS, nueve viendo series de televisión o películas, otros nueve leyendo libros y tres sacando fotografías. Prácticamente ninguna de estas actividades puede realizase sin acceso a la red telefónica o, al menos, sin conexión a la red.

De todos los inconvenientes producidos por el corte de electricidad no poder realizar este tipo de tareas por falta de conexión ha sido sin duda el más molesto. Incluso con las antenas funcionando habría tenido que dar un paseo diario de 30 manzanas para poder tener acceso a electricidad y cargar el móvil pero al menos, una vez cargado, podría haber regresado a casa. En su lugar, debido a la falta de antenas, el paseo tenía que convertirse cada día en una excursión de casi ocho horas, para encontrar una mesa en una cafetería con WiFi o la oficina de un amigo.

Otro detalle curioso, tras el paso del huracán, las colas en las cabinas telefónicas eran la norma en la ciudad. En los últimos años muchas cabinas han dejado de funcionar sin que nadie se haya dado cuenta. Como nadie las usa dan la sensación de estar en buen estado pero están estropeadas y las compañías telefónicas no tienen ningún incentivo para repararlas.

Nos hemos acostumbrado tanto al móvil que nuestra vida social depende de él para algo tan trivial como quedar para tomar un café. Hace 20 años lo normal era dar un lugar, una hora, y armarse de optimismo y paciencia. Ahora consideramos una falta de educación no recibir un mensaje de texto si la persona a la que esperamos llega 10 minutos tarde.

sdelpozo

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