EL BANDOLERO Y EL CABALLO
“Soltero y solo en la vida,
Mujer…”
¡BANDOLERO¡ Palabra que nos trae el recuerdo de un modo especial de vida airada que dio Andalucía a partir del siglo XVIII, y que sólo pudo dar ella por su complicada orografía y por constituir una región perfectamente definida y encerrada entre el mar y la Sierra Morena.
El tema, tratado en toda la literatura mundial que puso sus ojos en España, es tan atrayente que aún a riesgo de salirme del marco de este Block, creo que vale la pena siquiera esbozarlo, sobre todo teniendo en cuenta que la figura del bandolero es un genuino producto étnico y que sus correrías no hubieran podido hacerse realidad de no existir un caballo con la resistencia y la rusticidad del Caballo Español.
Bandolero valiente,
¿Qué tienes que tanto lloras?
Que se ha muerto mí caballo
y se acabaron mis glorías.
Muchos hombres dieron el salto al bandolerismo desde el escalafón inferior del contrabando:
Tengo un monte por palacio;
por placeres las botellas;
por amigas las estrellas;
por riqueza, Gibraltar.
Se traduce aquí un conformismo forzoso al deseo, la avidez y la nostalgia de mujer, comunes a contrabandistas y bandoleros, solos tantas veces por exigencias de sus modos de vida. Mujer que en tantas ocasiones, por delación, les quitó la vida y con lo cual, sin embrago, se sentían los reyes del mundo.
Con mí caballo campero
recorro la serranía,
con mí caballo campero,
y no hay en el mundo entero
mocita como la mía,
la mujer que yo más quiero.
No sólo el calor dicto el refrán: ¬ quien vaya a Andalucía, ande la noche y duerma el día¬. Dembowsky escribía en 1838: {Desde ayer no caminamos más que de noche, y por la mañana hasta las ocho}.
Para evitar la inseguridad, Carlos III acordó el plan de colonización de las “nuevas poblaciones de Sierra Morena y Andalucía”. Ahí quedan como muestra, La Carlota, La carolina, La Luisiana…Ni aun así, ni con la creación de la Guardia Civil en 1844 se pudo acabar con los bandoleros, hasta que aparecieron los modernos medios de comunicación. El Bandolero Joaquín Camargo “El Vivillo” supo expresarlo como nadie: [A nosotros nos ha matado el alambre], es decir el telégrafo y el teléfono.
De todas formas, la vida activa de un bandolero venía a ser de unos tres años, como el caso del famoso Diego Corrientes, de la Villa de Utrera, que se echó al monte por algunas inquietudes, y cuya vida, llena de fabulosas anécdotas, está contenida en los documentos del Marqués de Mejorada, guardados en el Archivo Municipal de Sevilla:
<Sus principales robos eran de caballos padres para llevar a Portugal, donde otros muchos ladrones esparcidos por las Andalucías los conducen el día de hoy igualmente, teniendo allá dehesa arrendada para ellos; pero ninguno como él, con el arbitrio que discurrió de mudar y remudar caballos que tomaba en los cortijos y haciendas dejando los de unas partes en otras con una celeridad suma, lo que venía a ser una especie de posta que le facilitaba hacer los robos y librarse de cuantos le perseguían>.
Y sin haber hecho muerte alguna, de lo que siempre se vanaglorió, fue ahorcado en Sevilla, en viernes, el 30 de marzo de 1781. Violándose una de las más viejas leyes españolas, la Quinta, de Alfonso X el sabio, que prohibía hacer justicia en cuerpo de hombre por honra de nuestro señor que en tal día fue puesto en la cruz y recibió pena de muerte por nosotros.
Aquel que en Andalucía
Por los caminos andaba
El que a los ricos robaba
Y a los pobres socorría,
A principios del siglo XIX, y durante toda la guerra de la Independencia, el bandolerismo desaparece para renacer poco después con fuerza. Frente al ejército de Napoleón, el mejor y más organizado del mundo, el pueblo español, en partidas sueltas, a base de escaramuzas y de guerrillas, consiguió ir minando las tropas francesas, hasta vencerlas definitivamente en la batalla de Bailén. A ella fueron, a vencer o morir, bajo la obediencia ciega a don Miguel de Cherif y a don José de Sanabria, 3.000 jinetes andaluces llenos de rabia y coraje, entre los que no faltaría más de un futuro bandolero. Así nos lo cuenta Fernando Villalón, el poeta más auténtico de la Andalucía campera, en sus romances del 800:
Con los estribos muy cortos
y las cinchas apretadas,
a todo el palo las picas
y las crines en la barba,
tres mil caballos tendidos
apenas la arena rayan.
Garrochistas de la Isla
los de las overas jacas
yegüerizos de Xerez
los de las corvas navajas,
caballistas los de Utrera
los de la marisma llana.
Ni Bailén tiene campiña,
ni los dragones corazas,
ni Dupont es general
ni Castaños Tropas manda.
¡Viva don Miguel Cherif
y don José de Sanabria¡
[Tres mil caballos tendidos
apenas la arena rayan].
Pañuelos rojos al viento
y en los dientes la navaja.
Virgen de Consolación,
de los camperos la dama,
Virgen de la cara negra
con sol y sal amasada,
libre y sola en la llanura
tú nunca serás esclava.
Termina la guerra, y aquellos largos años de lucha producen, como siempre, una gran cantidad de gentes inadaptadas que no saben prescindir de sus modos de vida para insertarse de nuevo en un nuevo orden social. Y es opinión generalizada que los Siete Niños de Écija constituían una partida de bandoleros procedentes de la guerra. Si bien varios de ellos eran de Écija, el nombre lo tomaron de su centro de operaciones. Los Siete Niños, siempre siete, fueron renovándose, por muertes o defecciones, en el transcurso de los años, desde que empezó mandándolos Pablo Aroca, “Ojitos”, de buena familia de Écija, hasta su último jefe, Juan Palomo, todos ellos muertos ajusticiados entre 1817 y 1818, salvo este último, que escapó con vida. Uno de ellos fue el famoso fray Antonio de Legama, “el Fraile”.
Un refrán muy conocido es:
“Yo me llamo Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como”
Es también el nombre de este último capitán de los <Siete niños de Écija>, que aparece en varias coplas flamencas; Fernández y González, escribe, incluso, una novela sobre el personaje, titulada, precisamente, Juan Palomo.
Al año siguiente se pudo detener a los nueve componentes de la cuadrilla de Montellano, ejecutándolos en Sevilla; al tiempo que en Jerez se ajusticiaba a los siete reos de “La Mano Negra”. Posteriormente, toma este nombre, el de La Mano Negra, una presunta “organización anarquista secreta y violenta” que actuó en Andalucía a finales del siglo XIX a la que se le atribuyeron asesinatos, incendios de cosechas y edificios.
I
Diligencia de Carmona
la que por las vegas pasas
camino de Sevilla
con siete mulas castañas,
cruza pronto los palmares,
no hagas alto en las posadas
mira que tus huellas huellan
siete ladrones de fama.
Diligencia de Carmona
la de las mulas castañas.
II
Remolino en el camino
Siete bandoleros bajan
de los Alcores del Viso
con sus hembras en las ancas.
Catites, rojos pañuelos,
patillas de boca de hacha.
Ellas navaja en la liga,
ellos la faca en la faja,
ellas la Arabia en los ojos,
ellos el alma en la espalda.
Por los alcores del Viso
siete bandoleros bajan.
III
Siete caballos caretos
siete retacos de plata
siete chupas de caireles,
siete mantas jerezanas,
siete pensamientos puestos
en siete locuras blancas.
Tragabuches, Juan Repiso,
Satanás y Mala-Facha,
José Cándido y el Cencerro
y el Capitán Luis de Vargas,
de aquellos más naturales
de la vega de Granada.
Siete caballos caretos
los Siete Niños llevaban.
IV
Echa vino, montañés,
que lo paga Luis de Vargas,
el que a los pobres socorre
y a los ricos avasalla.
Ve y dile a los milicianos
que la posta está robada
y vamos con nuestras novias
hacia Écija la llana.
Echa vino montañés,
que lo paga Luis de Vargas.
Uno de los Siete Niños de Écija fue durante algún tiempo, antes de formar cuadrilla propia, José María “el Tempranillo, el rey de Sierra Morena”, el más famoso de todos los bandoleros, ennoblecido y dignificado en la novela, el romance y la leyenda. Indudablemente hizo méritos para conseguir ese primer puesto en la fama. Era cortés, inteligente, atendía con largueza al pobre y durante más de dieciséis años fue el dueño absoluto de Sierra Morena, los Pedroches y los caminos de Jaén hasta Málaga, hasta el punto que la Dirección de Correos le entregaba una onza de oro por cada vehículo para conseguir el libre paso de la correspondencia.
Fue el centro de atención de multitud de escritores, como Dozy, Richard Ford, el Marqués de Custine, Estébanez Calderón y Prosper Merimée,.
Y el pueblo cantaba en su nombre esta canción, que luego se publicó en 1840, en la revista romántica malagueña EL Guadalhorce.
Desde Loja hasta Ayamonte,
desde Córdoba a Marbella
sobre mi potro andaluz.
yo me río de los hombres
como de reyes me río,
mientras tenga a mi albedrío
mi trabuco y mi alazán.
Y más de una vez mi esfuerzo
dió por consigna a la ronda
que una legua a la redonda
nadie se me ha de acercar.









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