DISCURSO ANTE LAS NACIONES UNIDAS.

Seguramente es una de las grandes ironías de nuestra época que por primera vez en sus 49 años de historia esta Asamblea esté escuchando el discurso de un Jefe de Estado sudafricano surgido de la mayoría africana de lo que es un país africano.

Las generaciones futuras se extrañarán por el hecho de que sólo en fecha tan avanzada del siglo XX haya sido posible que nuestra delegación ocupara un escaño en la Asamblea y que fuera reconocida tanto por nuestro pueblo como por las naciones del mundo como representante legítima de nuestro país.

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Es por cierto muy placentero que esta Organización pueda celebrar su quincuagésimo aniversario, el año entrante, con el régimen del apartheid derrotado y consignado al pasado. En cierta medida ese cambio histórico se ha producido gracias a los grandes esfuerzos que emprendieron las Naciones Unidas para lograr la eliminación del crimen del apartheid contra la humanidad…

En todo lo que hagamos tenemos que asegurar la cicatrización de las heridas que se infligieron a todo nuestro pueblo a través de la gran línea divisoria impuesta a nuestra sociedad por siglos de colonialismo y apartheid. Debemos garantizar que el color, la raza y el género sean sólo un don dado por Dios a cada uno de nosotros y no una marca o un atributo indeleble que otorgue a algunos una condición especial.

Debemos trabajar para que llegue el día en que nosotros, como sudafricanos, nos veamos y actuemos recíprocamente como seres humanos en pie de igualdad y como parte de una nación unida y no desgarrada por su diversidad.

El camino que tendremos que recorrer para llegar a ese destino no será fácil. Todos sabemos con qué empecinamiento el racismo puede aferrarse a la mente y con qué profundidad puede infectar el alma humana. Cuando está sostenido por el orden racial del mundo material, como fue en nuestro país, ese empecinamiento puede multiplicarse 100 veces.

Sin embargo, por dura que pueda ser esta batalla, no nos rendiremos. Sea cual fuere el tiempo que demande, no cejaremos. El hecho de que el racismo degrada tanto al perpetrador como a la víctima nos exige que, para ser leales a nuestro compromiso de proteger la dignidad humana, luchemos hasta lograr la victoria.

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