El caracol Pol veraneaba cada año en un lugar diferente. Como llevaba su casa a cuestas, no tenía que reservar hotel. Un año, recibió una carta de un caracol amigo que vivía en Conil diciéndole que fuera allí a pasar el verano. Un día, el caracol Pol llegó a Conil. Ese día su amigo estaba de viaje, por lo que el caracol Pol tuvo que acomodarse solo en la ciudad.
El caracol Pol se fue a la playa. Allí había mucha gente. Los niños corrían, jugaban a la pelota y casi le pisaban. Asustado, el caracol Pol abandonó la playa y se fue al pueblo, a la zona en la que había muchos bares y cafeterías, pero todos estaban cerrados porque abrían a las once de la noche y aún era temprano. A esa hora, en aquella zona todo era tranquilidad. El caracol Pol respiró aliviado: «Por fin podré descansar tranquilo».
A las ocho de la tarde, el caracol Pol se metió en su caparazón y comenzó a dormir. Pero a las once de la noche, los bares abrieron sus puertas. La música empezó a sonar y la gente comenzó a hablar, cantar, reír. El ruido era ensordecedor. El caracol Pol se despertó asustado.
—¿Qué ocurre aquí? Me estoy volviendo loco. Este Conil me va a matar.
Y cuando, desesperado, el caracol Pol se iba de Conil, regresó su amigo. Al verlo triste, le preguntó qué le ocurría. El caracol le explicó que en la playa no podía estar tranquilo y que, cuando había encontrado un lugar tranquilo, éste había estallado en ruido. El amigo del caracol Pol le explicó lo que debía hacer.
—Por la mañana tienes que estar en la zona de bares. A esa hora todos están cerrados, hay poca gente y puedes estar tranquilo. Por la noche, tienes que ir a la playa. A esa hora no hay nadie y puedes descansar.
El caracol Pol siguió los consejos de su amigo. A partir de ese día pudo descansar de día y de noche. Y ya, todos los años, el caracol Pol veraneaba en Conil. Y colorín colorado, el cuento del caracol Pol se ha terminado.

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