Una de las cosas que más me alivió durante todo el periodo anterior al viaje, durante el viaje y hasta hoy en dia, es que mi abuela, tía y primos viven aquí, no precisamente aquí, pero si en Toledo.
Mientras el avión comenzaba a descender lentamente y visualizaba España desde las alturas, miles de pensamientos recorrían mi mente. ¡Aquí pasaré mis próximos seis meses sola!, seguido del “Abajo está esperando por mi abuela, volveré a verla” y “Que lejos están mis padres” eran algunos y una que otra lágrima que se asomaba. Cuando se abrieron las puertas, mi abuela corría hacia mi feliz para abrazarme. Sin duda la emoción la embargaba. Lástima que el sentimiento no era compartido al 100%. De camino a casa por la madrugada no pude observar la belleza que los días siguientes pude admirar de este hospitalario país. Al cuál en un primer momento mostré rechazo, por quizá verlo como el lugar que me alejaba de lo que quería.
¿Los primeros rayos de sol que me recibieron cuando llegué a Salamanca, me dieron la señal de que esta bella provincia me recibiría bien, más no me embargaban de entusiasmo. Con el pasar de los días, mientras disfrutaba de pasar algunos fines de semana con mi familia, viajando por algunas ciudades me di cuenta que “no estaba tan mal”. Que “esto me estaba gustando” cuando veía como los autos paraban para que tu pases, como podía caminar tranquila sin que algún hombre suelte piropos obscenos en la calle, cosas que en mi país, nunca podría ver. O simplemente que aquí la Fanta de naranja, si sabe realmente a naranja.
Caminar sola, escuchando música, de camino a los campus universitarios y ver los bellos atardeceres, puestas de sol, los cielos despejados comenzaron a hacerme sentir afortunada de poder deleitarme con esos escenarios, y tener una admiración por este lugar. Y el tener casi un amor a primera vista con la visita al Rio Thormes, pasear en él y ver como el sol caía ¡BELLO! Claro, que en un inicio el fuerte e inconfundible olor de los jamones que están en la Rúa Mayor me desilusionaba, hasta que ya no son más molestos. Ver tanta gente de la tercera edad paseando, y muy bien vestida, ya no era extraño. Hasta que el acento, dejo de parecerme exagerado y me parece lindo. Pero a decir verdad, eso de la hora de siesta, aún no me cuadra mucho.
Pero, sin lugar a dudas, lo que me hizo aprender a querer y estar agradecida con España, era y es su gente. Esa amabilidad tan digna de aplaudir que hasta ahora he notado en la gente a la cual he recurrido por ayuda, ya sea para orientarme o pedirles la hora; o de quiénes sin pedirles ayuda me la han ofrecido. Amigos de mi tía, los universitarios, el de la tienda, los profesores y todos. Salvo una pequeña excepción en conserjería, que en realidad queda opacada por tanto que este país me ha podido brindar. Y no, ya no es solo el país “que nos robó el oro”, sino el país que robo una parte de mi corazón. Y que amaré vivir aquí, así solo sean unos cortos pero largos SEIS MESES.
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