… Pásaba ante nosotros y se detuvo hasta el aire, el tiempo, el instante. Pasaba Dormido entre la Zamora que le aguarda despierta. Pasaba durmiendo en la ciudad dormida. Soñando en la ciudad de los sueños quebrados. Bendiciendo en la ciudad de la maldita pobreza.
Y entonces, contemplando la serenidad que emana de ese rostro, la ternura de esos párpados caídos, surge la plegaria, que suena casi a promesa, a petición, a deseo. Bendito Cristo de San Vicente, haz que en la hora de mi último aliento pueda acariciar tus manos, asirme a tu cruz; soñar, dormirme contigo.



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