
Que su vecino, el valle de Ordesa, se lleve todas las miradas le ha venido bien a este bonito valle pirenaico para conservarse intacto. Sigue igual a como se lo encontraban los peregrinos compostelanos que atravesaban la cordillera por este sector central, o los pastores de valle de Broto que lo cruzan cada julio con sus ganados camino de las praderías francesas.

Se libró de una carretera que a mediados del siglo pasado pretendía conectar con Francia. Recientemente, también se ha salvado de un proyectado teleférico que supuestamente convocaría más atractivos al entorno del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. Hoy, desde su puente de San Nicolás – levantado en el siglo XV con un solo un arco -, junto a los restos de la ermita románica del mismo nombre, es una puerta abierta al senderista que esté dispuesto a descubrir sus extensos bosques, sus praderías, donde crecen las más bonitas flores de la alta montaña, y a sus magníficas cascadas.



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