Hay momentos del día, en los que me encantaría entrar dentro de mí. Indagar cada zona, desmenuzarla en trocitos, cogerlos y mirarlos con una lupa poco a poco. Fijándome y deteniéndome en aquellas partes que había olvidado. Ver las cosas que he dejado de lado, aquellas que ya ni si quiera me pertenecen. Y pensar, pensar por qué he cambiado, por qué esas cosas siguen intactas, sin romperse, pero sin inmutarse. Sin dar señales de vida, viviendo sin vivir en mí. Ya no las reconozco, y tampoco sé si las quiero reconocer, pero si lo pienso me angustia. No quiero pensar que son demonios mis deseos ni que estoy viviendo porque sí. Hay tantas cosas que tengo dentro y que no quiero saber…
Pero como todo el mundo, llega un momento del día en el que te tumbas en la cama, y miras hacia el techo. Y te comienzas a preguntar si vale la pena. Si todo lo que has hecho, hiciste o crees hacer está bien. Si lo que tienes en tu cabeza es lo que sientes, o un pequeño mundo inventado que va a desaparecer en cualquier momento y cuando menos desees. Lo único que quiero es no pensar, equivocarme las veces que me haga falta, que sean cinco cuando pensaba que eran cero, que me lo digan , que me hagan ver la realidad en cuanto más ciega me vean. Pero que sonría, que corra, que vuele hasta quedarme sin respiración y que grite, que grite que soy como quiero ser, que grite que soy feliz.



Tener un sueño no te hace más fuerte. Saber que no se va a cumplir, eso si.
Tener un sueño no te hace más fuerte. Saber que no se va a cumplir, eso si…