La vida es una enfermedad de transmisión sexual.

Somos muy avanzados. Hemos aprendido a odiar a los de enfrente y nos va la vida bohemia -qué insulto. Sabemos que los norteamericanos son todos, sin duda, malas personas hasta arriba de hamburguesas. Fumamos y bebemos porque la vida es muy puta, pobrecitos nosotros; y qué mejor que dejarla de lado. No distinguimos haber de a ver pero no nos importa,porque tú me has entendido, ¿no? pues ya está.

De la República a duras penas reconocemos la bandera; aunque a veces olvidamos si el morado iba antes o después del amarillo, ¿o iba en medio?. Pero eso sí, cuando nos aprendemos el orden, pecamos de vicio. Y, si vamos de botellón tarareamos A las barricadas Danza Kuduro; porque nos va la heterogeneidad.
Si no fotografiamos y damos a conocer cada uno de nuestros movimientos, parece que el tiempo se ha olvidado de correr para nosotros. Vestimos diferente porque no queremos ser como los demás, exactamente igual que el resto. Y leer no es más que una manía del sistema educativo, pues… ¿pá qué? si a vivir se aprende viviendo.
Somos sensibles y fácilmente impresionables: no podemos soportar la injusticia, defendemos siempre al débil y se nos encoge el corazón ante el más mínimo atisbo de miseria; por cierto, papá, cómprame la BlackBerry, dame 20 € que he quedado y a ver (o haber) cuando me llevas a las rebajas que NECESITO algún vestido pá la feria. Y no te quejes, que sólo me han quedado 7 y todavía tengo septiembre.
Nos gustamos y pasamos horas delante del espejo, nos autorretratamos y colgamos en la red social de turno una serie de 15 o 20 instantáneas. Nos retorcemos nerviosos cuando leemos: 1 comentario en foto. -¡Jo tía, qué guapa! -¡Anda ya! ¡tú si que eres guapa!.
Sabemos que la motivación es importante para nuestro desarrollo, así que cada sábado intentamos superar nuestras pretéritas hazañas y nos regodeamos hasta el siguiente en éxitos particulares (en el sentido más amplio del adjetivo).
Cuando íbamos al instituto nos sentábamos en la última fila, porque en clase me aburro, tío; y ahora que somos universitarios diseñamos el calendario a nuestro antojo: Yo los lunes paso, tío, que estoy cansao del finde y los jueves igual, porque los miércoles siempre me lío, macho, y ya los viernes ni te cuento.
Nosotros NUNCA suspendemos, pero los profesores, esos seres del diablo, nos cogen manía y preguntan contenido que no estaba en el programa. - Tía, pues Fulano ha sacado un 10. – Bua, pero ése es un friki, tía.
El lenguaje nos parece la más absurda patraña con sus tildes y sus letras mudas, nosotros somos pragmáticos y ahorrativos: A sido 1día gnial cn tigo, ns vms mñn wp, tqmmmmmmmmmmmmmmmm:). Claro, dónde va a parar, vaya pérdida de tiempo el idioma ése de antes.
Las mujeres, cómo no, queremos que se nos valore por lo que somos, así que gastamos tiempo y dinero en parecer, precisamente, otras. Ahorramos para el zapato más alto, nos camuflamos bajo gruesas capas de mentira y maquillaje y, altivas, juramos y perjuramos estar esperando al amor de nuestra vida. - Tíiiia, que Mengano me ha dicho que quedemos mañana. Y tiene coche, tía. Pffff, me encanta. Y yo creo que le gusto, tía, ¿qué me pongo?.
No nos gusta ir a donde va todo el mundo, porque somos, recordémoslo, avanzados y diferentes; pero vamos, porque vaya mierda, acho, aquí no hay nada.
Nos contaron que hace tiempo hubo una guerra y, aunque no sabemos con certeza cuándo ni cómo tuvo lugar, somos gente comprometida: queremos vivir la vida peleando en alguno de los bandos a ver si, con suerte, la liamos otra vez y nos distraemos un rato. Si somos de uno, necesariamente seremos también cristianos, católicos y, si nos levantamos temprano el domingo, practicantes; pro-taurinos, cazadores y abonados a la camisa con cuellos. Si nos decantamos por el otro, faltaría más, atentaremos contra la integridad física y moral del adversario. Así de simple. Y a mucha honra, los dos.
Nuestros padres, cuentan, querían ser médicos, maestras, cantantes o astronautas. Anticuados. Nosotros queremos ser tertulianos de La noria, tronistas en Mujeres y hombres y viceversa o finalistas en Gran Hermano- Ah, ¿tú ves eso? – Yo… bueno, sí, pero porque no hay ná mejor en la tele, tía.



El otro día fuiste a ver Salvador y saliste del cine asombrada,
llorando.
No por la película, ni por la suerte del protagonista,
sino por la certeza de que los ideales de aquel muchacho ya no tienen sentido,
porque ninguno los sustituye ahora,
porque la gente de tu edad se divide en dos grandes grupos:
una minoría de analfabetos desorientados,
pasto de demagogia barata en manos de políticos sin escrúpulos,
y una masa inerte cuya única aspiración es salir en Gran Hermano
o ponerse hasta arriba el sábado por la noche;
jóvenes con garganta y sin nada que gritar,
que se irían por la pata abajo puestos en la piel de Salvador Puig Antich,
o a los que, viendo El crimen de Cuenca,
la sola visión del garrote vil haría cerrar los ojos con escalofríos en la nuca.

Pero tus lágrimas, amiga, demuestran que tienes razón.
Que no te equivocaste al amar al conde de Montecristo y al Gabriel Araceli de Galdós,
al buscar el secreto genial de un soneto de Borges o Quevedo,
al transitar, jugándotela, por los senderos sin carteles luminosos
en los pasillos oscuros de la Historia.
Al hacer de cada esfuerzo, de cada miedo, de cada desengaño,
de cada ilusión y de cada libro,
un martillo con el que picar los muros espesos que te rodean.

Y si algún día tienes hijos, intenta que sean como tú.
Como esos tipos flacos de los que hablaba Julio César,
a la manera de Casio: gente de dormir inquieto, peligrosa y viva.
La que quita el sueño a los apoltronados y a los imbéciles.


Arturo Pérez Reverte
Aún no hay comentarios.

Deja un comentario


*

Política de privacidad