-¿Por qué nunca te abres?- le inquirió ella, cambiando radicalmente de tema.
Era una apacible tarde de verano. Se encontraban tumbados tranquilamente en una explanada, bajo unos árboles. Era su lugar favorito al que iban muchas veces a charlar, hasta que una idea que le llevaba rondando mucho tiempo por la cabeza surgió espontáneamente y la arrojo sin pensar.
- ¿Cómo? – dijo él. Se encontraba tumbado con los brazos detrás de la cabeza a modo de almohada, y se volvió hacia su amiga con una sonrisa.
- Sí, lo que has oído.
- Bah, tonterías, soy lo que ves. ¿Has visto que buen día hace hoy? – le contesto él en tono jovial con una sonrisa.
- ¿Ves? Ya me estas cambiando de tema. Siempre estás sonriendo y pareces un niño en ese aspecto, pareces fuerte, pero creo que llevas una máscara.
Se hizo el silencio. Su rostro cambio por completo, y se quedó pensativo. Parecía que a ella no la podía engañar, de todas formas no tenía sentido. Ella había conseguido ganarse su confianza, y su penetrante mirada desmontaba su armadura por completo. Era la virtud que más odiaba de ella, la capacidad de mirar directamente a su interior, a su alma, y no sabía cómo protegerse de eso.
- Bah, suposiciones- dijo con la mirada fija en el horizonte.
No se podía arriesgar a mirarla a los ojos, sabía que los trucos que aplicaba normalmente contra la gente no iban a funcionar, que ella iba a averiguar la verdad. Fue un intento a la desesperada, aunque suponía que no iba a funcionar.
- Venga ya…- le dijo en un tono enigmático- tú no eres así, se perfectamente que solo estás haciendo un papel.
- ¿A qué viene eso?
- No, yo no digo nada, solo digo que puedes confiar en mí.
- Eres la persona en la que más confío, la que más me conoces, aunque no lo creas o lo valores.
- Por eso precisamente sé que hay más de lo que veo a simple vista – le dijo ella en tono amigable mientras sentaba más cerca suyo. – sabes que conmigo no puedes fingir tu papel para siempre
- ¿Un papel eh? – Dijo con una sonrisa cansada- ¿Quieres saber cómo soy por dentro, no? ¿Quieres que me abra y que conozcas mi paisaje interior?
- Pues mira, la verdad es que si, no hace falta que tengas miedo.
- ¿Para qué? Puede que estés acostumbrada a que la gente se abra hacia ti y que te cuenten todo, pero no, yo no.
- Tú veras entonces si prefieres mantenerte así, con ese papel.
- Créeme, es lo mejor para los dos- dijo con amargura- no me gusta ir abriéndome. ¿Para qué quieres que me abra? ¿Quieres descubrir lo que hay dentro mío, mis miedos y como soy en realidad? ¿Para qué? Esto no es ningún juego. Me abriré y después te iras, como haces siempre. Hace tiempo descubrí que no vale la pena abrirse, pocas personas se quedaran siempre a mi lado. No vale la pena abrirse, desnudarme y que después desaparezcas.
Vaya… así que es eso. Parecía que su amigo tenía miedo al rechazo, a quedarse solo. Miedo al abandono, por eso nunca se abría del todo a las personas, para minimizar los daños. Tampoco valoraba demasiado a las personas, para evitar cogerles afecto, y cuando por fin parecía que conectaba con alguien o estaba empezando a ser demasiado importante, la echaba de su vida. Había echado de su vida a todas las personas que le habían querido.
- Yo… Veras… Yo no te voy a abandonar, te lo prometo. No voy a desaparecer de tu vida, no tengas miedo.
- ¿Entonces quieres saber cómo llueve aquí dentro no?
¿Cómo? Esa frase la desconcertó. No sabía muy bien a que se refería. Parecía siempre un niño feliz, radiante y lleno de vitalidad. Pero también era cierto que ella había intuido otra parte suya más oscura. Muchas veces le había sorprendido con la mirada perdida en el horizonte, más en sus pensamientos que en el mundo real y cuando se daba cuenta de que le estaban observando y le preguntaban en qué pensaba siempre respondía: “¡Nada! ¡Estaba a lo mío!” Eso debía ser para desviar la atención. Estaba demasiado a gusto en su caparazón.
- Si –dijo- llévame a ver tu paisaje interior.
- Vamos ven, adéntrate.- le invito él.
La visión de lo que vio allí la sobrecogió y paralizo a la vez. Ella estaba acostumbrada a ver todo tipo de paisajes interiores. Los había visto de todo tipo, desde los paisajes más modestos formados por chalet de baja estatura típicos de la gente que no tenía grandes ambiciones y que simplemente eran felices con lo que tenían, hasta los grandes soñadores y optimistas, los cuales tenían esplendidos rascacielos tan altos que daba vértigo mirarlos. Sin embargo este paisaje era diferente… Era un paisaje extraño. Nada más adentrarse lo primero que notó fueron las frías gotas de lluvia que empezaban a recorrer su cuerpo, pero lo más chocante era que al levantar la vista hacia el cielo no había nubes, sino un espléndido sol que cegaba a la vista, y que se dejaba sentir en su cuerpo en forma de calor.
Se quedó pensativa… era una bonita dualidad, pensó. Pero sabía que la gente normal solo era capaz de ver el espléndido sol, y que la lluvia se la reservaba para él.
- Bueno, ya estás aquí dentro, ¿Qué te parece?
De repente, volvió a notar que no se podía mover, todo aquel paisaje la sobrecogía, pero la visión de su amigo fue demasiado. Una honda ola de tristeza empezó a abrumarla. La sola visión de su amigo ahí solo, empapado bajo la lluvia, era demasiado para ella. Un gran instinto protector surgió de ella y corrió hacia él, le abrazo, y saco un paraguas para protegerle de la lluvia, al tiempo que le proporcionaba calor con su presencia.
- Porque… ¿por qué has elegido este camino? No te entiendo… ¿Cómo has aguantado todo este tiempo así?
- Hacía mucho tiempo que no entraba nadie aquí y la última persona que entro aquí parece que no le importó que me abriera, simplemente desapareció. No le importo nada, o no se dio cuenta, ¿Perdí una balanza sabes?
Ella se acercó más a él
- Tranquilo, no estás solo… no hace falta que sigas así…
- No quiero preocupar a nadie, necesito ser fuerte. No hace falta que sigas a mi lado si no quieres, lo entenderé si me abandonas.
- No seas tonto… no me voy a ir, no tengas miedo. Protégete debajo de mi paraguas.
Mientras él se empezaba a encontrar más a gusto, a resguardarse en ella, y a sentir algo de calor, ella no pudo evitar seguir echando un vistazo a su paisaje interior. Le llamaba la atención la altura de los edificios, eran… Como decirlo, excesivamente altos. Nunca los había visto de ese tamaño. Sabía que su amigo era un gran soñador y aunque tuviera todas las estadísticas y posibilidades en contra siempre seguía sonriente y optimista, incluso insuflaba ese ánimo a los demás, a menudo consiguiendo él mismo y a quien animaba lo que querían. Pero sus edificios eran distintos, estaban sustentados en el aire, no tenían base, no había cimientos sólidos. Supongo que en ese sentido era idealista como un niño pequeño
- ¿Cómo lo haces? ¿Cómo lo haces para ser tal y como eres teniendo estos edificios tan altos sustentados en el aire? ¿De donde sacas tu coraje y tu alegría? Parece como si les faltara confianza, aunque en este caso externa, no interna.
- Mira…- dijo él, sonriendo- Aquí viene la mejor parte- levanto la mano, señalando el horizonte.
Ella levanto la mirada en dirección a la que le señalaba la mano. Se tuvo que apoyar, la contemplación de esa visión hizo que de repente se le iluminara la cara. Eso nunca lo había visto.
- Esa es la mejor parte – explicaba con una sonrisa en la cara- el arcoíris que se forma entre el constante sol y la incansable lluvia.- dijo él, deleitándose con el paisaje.
Razón no le faltaba, pensó ella. Estaba empezando a disfrutar de aquella preciosa estampa.
- ¿Y qué significa el arcoíris?
- Eso tendrás que pensarlo tú- le dijo él mientras le acariciaba el pelo de forma amistosa como se lo haría a un niño pequeño.
Sonrió, su amigo siempre se hacia el enigmático.
- Vaya, creo que esta sensación es inmejorable. Por fin puedo disfrutar del espléndido sol y del mágico arcoíris, sin estar mojado. Me gusta que estés a mi lado en forma de abrigo cubriéndome con tu paraguas.- le dijo a su amiga.
Su semblante había cambiado, parecía que ahora su amigo se encontraba mucho mejor, aunque la gente le siguiera viendo igual. Entonces ella sonrió, se recostó sobre él, y contestó:
- Creo que necesitabas más a alguien de lo que tú te pensabas…
Jorge Holgado



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