Los cambios tecnológicos abruptos no suelen acontecer en el devenir histórico de nuestra sociedad. La investigación científica necesita sus pasos y la propia dinámica del mercado tampoco acepta la irrupción de drásticas transformaciones. Por estos motivos, el necesario traspaso de tecnologías contaminantes a otras menos agresivas con el medio ambiente no se está realizando con la celeridad que nos gustaría. Los vehículos eléctricos representan el ideal del imaginario colectivo. No contaminan, no hacen ruido, no necesitan apenas mantenimiento, son fiables, son efectivos y son prometedores.
Sin embargo, el centro neurálgico de estas maravillas rodantes, la batería, aún no ha logrado hacerse con una autonomía y una rapidez de carga suficientes como para imponerse en los mercados. Para superar este impedimento, las marcas han fusionado las filosofías tecnológicas de ambos paradigmas en liza: motor de combustión y motor eléctrico. El resultado no termina de convencer a los más escépticos, pero mientras las baterías no cuenten con mayores rendimientos, estos coches son el presente de esta etapa de transición.
El motor de gasolina funciona lo mínimo posible y se apoya mucho en el eléctrico, que es capaz de dar asistencia en muchas ocasiones. Por debajo de 100 kms/h habrá situaciones en los que el motor eléctrico haga todo, pero puntualmente y demandando poca o nula aceleración. Su sistema de regeneración eléctrica le permite cargar las baterías en las pendientes que dejamos caer el coche. Sus consumos son realmente contenidos, del orden de 5 litros de media a una velocidad de 70 kms/h. Aunque gasta poco, quizá no alcanza las expectativas que supone disponer de ayuda eléctrica. Los interiores mantienen una calidad muy elevada y el equipamiento no le anda a la zaga. Nos encontramos ante un coche de muy buena calidad general, cómodo, equipado, seguro y económico. Se nota que estos 13 años de permanencia en el mercado le han ayudado a madurar y a convertirse en un auto realmente magnífico.
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