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Ser o no ser prestamista de última instancia

Tras la convocatoria del referéndum en Grecia, el Banco Central Europeo (BCE) decidió mantener los niveles de liquidez del sistema bancario heleno. Hubo medios de comunicación que interpretaron esa decisión como un apoyo a la economía griega. Mi reacción instintiva fue torcer el gesto y luego decir: “¿Cómo? ¿Podrían explicármelo otra vez?”

Ha sido algo que tampoco ha parecido despertar demasiado interés, a pesar de estar conectado directamente con el “corralito” instaurado a continuación y que a fecha de hoy (10 de julio) continúa al menos hasta el lunes (personalmente, me parece muy difícil que se levante el lunes, incluso en caso de acuerdo entre el gobierno griego y las instituciones sobre un nuevo programa de ayuda financiera).

Algo que se enseña a nivel introductorio en economía monetaria (y en macroeconomía) es que un sistema bancario moderno necesita un banco central que ejerza la función de prestamista de última instancia respecto del sistema bancario. No conviene confundir esto con monetizar los déficit fiscales del gobierno. La independencia de los bancos centrales garantiza que éstos no van a tener que poner en marcha la máquina de imprimir billetes cada vez que el gasto público supere a los ingresos públicos. Esta independencia nada tiene que ver con la misión de impedir los pánicos bancarios y los estrangulamientos de liquidez asociados a ellos. Si el banco central no asume esa función, el resultado es la inestabilidad financiera (con controles de capitales incluidos).

A mi juicio, una decisión como la tomada por el BCE sencillamente supone el incumplimiento de su papel como prestamista de última instancia respecto del sistema bancario. En concreto, supone no ejercer una función esencial de un banco central: evitar los pánicos bancarios. Los pánicos bancarios se evitan por la capacidad de “alguien” (el banco central) de suministrar liquidez de manera infinita si fuese necesario para cubrir las promesas que son los depósitos. No la capacidad de suministrar una cantidad muy grande de liquidez, sino la capacidad de proporcionar infinita liquidez. Es esta capacidad la que hace que el pánico bancario no se desate y no haya que suministrar más liquidez de la habitual. Poner un límite (y en este caso no necesariamente elevado aunque se considere formalmente extraordinario) precisamente genera la desconfianza que lleva a la gente a decidir convertir en líquidos sus depósitos.

Alguien que lo explica mucho mejor que yo es Simon Wren-Lewis, profesor de macroeconomía en la Universidad de Oxford. Lo hace mediante un ejemplo muy didáctico, poniendo el caso hipotético de Escocia separándose del Reino Unido. Cambiar los nombres manteniendo los elementos básicos del problema ayuda a entender muy bien por qué el BCE no ha cumplido su papel de prestamista de última instancia para con el sistema bancario. Este es el enlace a dicha explicación.

También son altamente recomendables esta entrada de Charles Wyplosz en VoxEU y esta otra de Paul de Grauwe. Dedicarle un rato al análisis que hace de la situación el macroeconomista de Berkeley Bradford DeLong no está de más.

 

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