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Universidad de Salamanca
Miguel Ángel Aijón Oliva
But just say the word
 

Oda a Cuyo

 

Nunca lamentaremos suficientemente la obsolescencia (muy bien programada) de cuyo. Pocas palabras del español resultan más elegantes y a la vez pueden evidenciar mejor la adecuada organización de nuestra mente. Construir una oración subordinada con cuyo o sus variantes de género y número requiere una operación cognitiva bastante compleja: es un relativo que indica posesión o relación de algún tipo con un antecedente, pero a la vez es un determinante que debe concordar con el sustantivo al que precede, el cual a su vez es el núcleo de un sintagma nominal que realiza una función dentro de la subordinada. Lo sé: un verdadero galimatías para nuestros avanzadísimos cerebros de la era postdigital, los cuales ya no dan para más que para escribir reflexiones profundas como Ojú o Madre mía (con un mínimo de dos o tres faltas) en los comentarios a una noticia poco trascendente o a una publicación aún menos trascendente en una red social. Lo cierto es que las oraciones con cuyo son el equivalente sintáctico de las esculturas de Miguel Ángel. El florentino. De Florencia, no del Real Madrid.

Hasta hace poco se podría haber argüido que lo que ocurre es simplemente que este elemento, dada la complejidad de su uso y la reflexión estructural que supone, no es muy frecuente en el discurso oral (a ver quién es capaz de decir espontáneamente El amigo en cuya casa estuve ayer es inspector de Educación y seguir teniendo algún tipo de vida social, aunque sea con amigos de esa índole); pero que se mantiene vivo en la lengua escrita, a la que dota de precisión y belleza. De hecho, en un artículo de 2011, Serrano y Aijón Oliva observaron que cuyo alcanza cierta frecuencia en el lenguaje de la prensa, frente a su notable rareza en el de la radio (solo cuatro casos en un corpus de 150.000 palabras, y ya son muchos; ¿cuántos habrían surgido en un corpus equivalente de conversaciones espontáneas?). Por desgracia, no pecará de pesimista quien sospeche que, incluso en los géneros escritos más elaborados, cuyo tiene menos futuro que un videoclub de cintas Beta. Para muestra, esta imagen televisiva, tomada hace unos días de un popular concurso de incultura. A algunos, no sé si muchos, todavía les hará daño y se sentirán caer por un agujero, como muy justamente le ocurrió al intelectual que no supo resolver el complicadísimo acertijo:

Que su función

Es obvio que, cautivo y desarmado el ejército cuyista, el quesuismo está alcanzando sus últimos objetivos militares. Se me dirá, y con razón, que en realidad esto no es más que otro ejemplo de la secular evolución de lo sintético a lo analítico: cuyo aglutinaba dos funciones (nexo relativo y determinante posesivo) que ahora se desdoblan en dos palabras: que y su. Hace siglos que los teóricos de la economía recomiendan la división del trabajo como medio de aumentar la producción. También en su momento sustituimos los casos latinos, de los que el propio cuyo es a su manera un vestigio extemporáneo, por preposiciones y artículos; rosae acabó siendo de la rosa, algunos admiradores de Probo organizaron un par de manifestaciones en la Puerta del Sol, y a otra cosa, Schmetterling. Y, a pesar de todo, algo tenía Roma que nosotros ya no tenemos. Hemos ganado tecnología y hemos perdido sabiduría y, por qué no decirlo, encanto. Eso es exactamente lo que ocurre con cuyo, un elemento que aún está a nuestra disposición, que aún podemos usar y que, sin embargo, va cayendo en el olvido junto con las bases de nuestra civilización.

Orgullo y gloria de los elementos relacionantes hispánicos, cuyo es esa palabra que el mismo Miguel de Cervantes tuvo en tan alta consideración como para incluirla en la primera línea de la novela máxima de todos los tiempos: la primera oración subordinada de las numerosísimas que aparecen a lo largo del Quijote, y que prácticamente todo el mundo sería capaz de recitar, no está encabezada por un que, como estadísticamente sería esperable, sino por un cuyo. El cual, a su vez, va precedido de la preposición de, lo que indica que el nombre del ignoto lugar es a su vez un complemento de régimen de acordarme. ¿De verdad no nos emociona que la humana inteligencia haya podido alcanzar tan elevada perfección? ¿Y no nos entristece la consciencia de que cada día nos alejamos más de ese estado; de que nuestra lengua es cada vez más un código meramente utilitario cuyas estructuras más perfectas se contraen y agarrotan sin remedio? Al menos los argentinos pueden presumir de tener una Universidad Nacional de Cuyo y, sobre todo, una región del Nuevo Cuyo, cuyo nombre sugiere al menos una intención de recuperar este maltratado elemento gramatical para el futuro. ¿A qué esperáis, oh españoles, para poner en marcha iniciativas similares? ¿Cuándo comprenderá la autodenominada Universidad del Español la necesidad de crear un departamento exclusivo para la investigación y el desarrollo de cuyo y sus variantes? ¿Y para cuándo una Ley Orgánica de Recuperación de la Memoria Gramatical? ¿O es que todo forma parte de un mismo plan cuyo objetivo último es nuestra total animalización? La última pregunta es, por supuesto, desoladamente retórica.

 

maaijon

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