La Ciencia Tangible

Una cosa que se me ha repetido con frecuencia desde que empecé a estudiar este máster es: “Un profesor ha de ser un puente entre sus alumnos y el conocimiento”. Para ello tiene que despertar un interés en el estudiante, a menudo atraído por otras cuestiones de dudoso valor cultural como los videojuegos o el botellón.

En ocasiones pienso en los momento en los que, como estudiante de Física, me he sentido más atraído por la ciencia y, de entre los posibles candidatos, definitivamente me quedo con aquellos en los sentía que aplicaba a la práctica los conocimientos teóricos. Y no me refiero a la resolución práctica de problemas, sino a las técnicas experimentales. La experiencia, el trabajo en el laboratorio donde con la ayuda de la estadística veía como se demostraban las leyes que me habían explicado en la pizarra los días anteriores. El modelo funcionaba, la Física era real.

Por supuesto que las clases tradicionales son necesarias. No se pueden comprender muchos conceptos teóricos tan solo a través de técnicas experimentales, pues de tratar de hacerlo así el alumno se convertiría en un reproductor de procedimientos, en una herramienta más de laboratorio con la misma conciencia de lo que está teniendo lugar delante de sus narices que el amperímetro de al lado.

Se pone así en relieve la necesidad de articular teoría y práctica. Clases donde el profesor transmite información a sus alumnos, sesiones donde los alumnos resuelven problemas y, por último, experiencias donde se demuestre la realidad de lo estudiado. El mismo crimen se cometería al intentar que el alumno aprendiese sin que el profesor le explicase un mínimo de teoría como al hacerle permanecer sentado en su pupitre el curso entero, callado, tomando apuntes y sin visitar en ningún momento el laboratorio…

Cosa que, en la didáctica de la Física y Química, desgraciadamente, sucede en muchos institutos.