Boricuas en la Luna, en “el continente” y en Borinquen

1/06/14, 22:42

Bandera de Puerto Rico

“Puerto Rico, una nación flotante entre dos puertos de contrabandear esperanzas”.

-Luis Rafael Sánchez.

 

En todos los pueblos existen referentes que les identifica y les permiten compartir ciertas costumbres y tradiciones a lo largo del tiempo.  Estos referentes no son para nada estático, sino todo lo contrario: son muy cambiantes y sujeto al devenir del proceso histórico.  Esta identificación entre pueblos en ocasiones ocurre porque los pueblos se denominan a sí mismos u otros pueblos denominan a otros pueblos.  Estos referentes identitarios eventualmente se conforman en sistemas culturales complejos dentro de entornos particulares.  De acuerdo con C. Geertz, “[...] la cultura es un contexto dentro del cual pueden describirse todos esos fenómenos de manera inteligible, es decir, densa”.  En algunos casos los pueblos han tenido la necesidad de salvaguardar su sistema cultural y su devenir como pueblo a través de convenciones políticas y nacionalistas o, en otras palabras, proyectos de Nación-Estado.

Esta reflexión en torno a la identidad de los pueblos no es producto exclusivo de los movimientos nacionalistas y románticos del siglo XIX -aunque sí hay que reconocer que gran parte de la reflexión sobre la identidad de los pueblos se llevó a cabo en ese siglo-, puesto que ha sido motivo de gran debates entre historiadores enfocados en otros periodos históricos como la Antigüedad o el Medievo en los cuales nos encontramos con pueblos como los francos, que, desde tiempos remotos, tenemos constancia documental de su presencia en la Historia occidental.  Esto nos demuestra que la nación francesa no es un mera construcción de la Revolución Francesa (aún con los matices que se puedan resaltar en torno a esta identidad nacional), sino que  es producto de un proceso histórico bastante complejo y profundo.

No podemos negar que existe un componente bastante fuerte de subjetividad sobre la construcción identitaria de los pueblos.  Difícilmente podemos hablar de un pueblo y sentarnos a identificar algunos atributos y características culturales cerradas como el idioma, la tierra, las costumbres como unos requisitos imprescindibles para que un individuo sea considerado de un pueblo en particular.  Pero este componente subjetivo no deber ser motivo para que entremos en una negación total de las culturas porque bien sabemos que un filipino es libre de asumir que es suizo, pero si no conoce la cultura suiza, su contexto, ni sus tradiciones, difícilmente sus afirmaciones las podemos considerar como ciertas.  Si aceptamos esta propuesta, entonces no podemos negar que hay ciertos atributos y costumbres inherentes a las idiosincracias de los pueblos que los identifica como tales.  Es por esto que los conceptos de “nación” e “identidad” entre otros no son propiedad exclusiva de los nacionalismos decimonónicos imperialistas y colonialistas ni de los fascismos europeos.  Estos todavía son necesarios debido a que lamentablemente el debate académico no ha sido tan fructífero como para proponer nuevas concepciones en las que podamos referirnos a la cultura e identidades de los pueblos y todavía hay mucho por describir, estudiar y analizar sobre los pueblos y sus particularidades históricas, como por ejemplo el fenómeno de los “New York Ricans” o “niuyorricans” en “contraposición” al puertorriqueño “insular”, que recientemente fueron analizados por el historiador Harry Franqui-Rivera en un artículo titulado “¿Boricuas en la Luna?”.

En este artículo, H. Franqui-Rivera considera que los puertorriqueños “insulares”, como él los denomina, tienen a los puertorriqueños “continentales”, como he optado denominar a esa diáspora no por denigrarlos a ellos, sino para criticar cordialmente las propuestas del autor y la construcción que hace del puertorriqueño que vive en el exterior-, como  carentes de autenticidad, o sea, que no son los verdaderos puertorriqueños.  Para mi sorpresa, éste usa como uno de sus argumentos para sustentar esto las redes sociales: “Una corta exploración de las redes sociales cibernéticas hará evidente que una gran proporción de insulares no considera a la diáspora, y en especial a los nacidos fuera de la isla, como puertorriqueños auténticos”.  No creo que apoyarse en lo que sucede en las redes sociales es prueba suficiente como para concluir que esa es la “visión” que tiene el puertorriqueño isleño,      -como prefiero llamarle al puertorriqueño que ha nacido y vive en la isla con la idea de mirar más allá del “insularismo” que brillantemente observó en el pasado A. S. Pedreira-, sobre todo si tenemos en cuenta el fenómeno del “troll”, fenómeno usual en las redes sociales en el que un cibernauta se dedica a hacer bromas pesadas, hablar con poca o ninguna inhibición debido a que el internet permite a los cibernautas “enmascarse” con mucha más facilidad que en la vida cotidiana.  ¿Podrían ser las expresiones hechas en internet sobre los puertorriqueños de la diáspora por los puertorriqueños isleños representativas de la opinión que tiene el puertorriqueño del diario vivir?   ¿Pueden considerarse las redes sociales una fuente realmente fiable para alguien que ejerce la profesión de un historiador?

Peor aún es comparar al puertorriqueño isleño con el español “peninsular” del siglo XIX, algo que H. Franqui-Rivera, que no se quería mezclar con los criollos.  Dicha comparación, además de  ser anacrónica y denigrante, sobra, puesto que este caso para nada es comparable con esta problemática actual si tenemos en cuenta la posición de poder aventajada con la que venía el peninsular tanto en lo económico como en lo político en comparación con la que poseía el criollo.  Para que no quede duda de esta desigualdad, es solo cuestión de mirar lo sucedido en 1898 que Puerto Rico, aún gozando desde 1876 un carácter jurídico igual al de cualquier otra provincia española, fue cedido sin mucha resistencia ni reclamos posteriores a EE.UU.

Para nada quiero defender la raíz colonial del Estado Libre Asociado porque debido a la unilateralidad de EE.UU. y complicidad incluso de los puertorriqueños en su momento, seguimos siendo extranjeros de nuestra propia tierra, con la diferencia de que nos volvimos un asunto interno de los EE.UU., a diferencia de otras como las Islas Vírgenes Estadounidenses que sí están en la lista y, por consiguiente, pueden ser denunciadas con más facilidad en foros internacionales.  Pero este asunto de momento no me concierne analizarlo, sino la crítica que hace H. Franqui-Rivera a las medidas que ha tomado el ELA para incentivar el regreso de la diáspora a la isla.  Es verdad, creo que el ELA debe hacer más para motivar a los puertorriqueños que se quedan en la isla que preocuparse por los que se encuentran en el exterior.  Pero lo que H. Franqui-Rivera ignora es que la emigración de los puertorriqueños ha sido uno de los muchos factores que ha impedido que la situación económica, y hasta incluso política mejore en la isla, puesto que el capital humano es vital para la puesta en marcha de cualquier proyecto económico y político, y Puerto Rico actualmente está falto de proyectos que contemple ambos aspectos, sobre todo si queremos lo mejor para nuestra isla a largo plazo.  Pero esto sólo puede ser posible rompiendo con estas demonizaciones que hemos hecho de los “nacionalismos” como si el fascismo y los imperios fueran dueños de él, sobre todo cuando Puerto Rico se encuentra en una era “post-colonial”.

Los nacionalismos para nada tienen que ser desbocados como lo fueron en el pasado.  Bastante tenemos con dos Guerras Mundiales como para que se repita algo así, pero si queremos conducir a Puerto Rico en una nación de primer orden es necesario que pasemos por un proceso de introspección y nos valoremos como tal, como una potencial nación de primer orden,  tal y como han hecho los estadounidenses, que a fin de cuentas los une una sola bandera, o Japón, nación que dos bombas nucleares no han sido motivos para negarse a sí misma y colocarse en el sitial que se encuentra actualmente.  Para que esto sea posible en Puerto Rico es necesario reconocer que esa diáspora está ahí y tiene que ser contemplada en cualquier futuro proyecto político económico.  No considero que muchos de los factores como la lengua y la tierra son determinantes dentro de la construcción identitaria de los puertorriqueños, pero son factores que están ahí y hay que tenerlos en cuenta aún.  Son muchísimos los factores que mueven a los puertorriqueños irse de la isla, -lo que no viene al caso en este ensayo-, y posiblemente eso no dejará de suceder nunca, pero tal vez la tasa de emigrantes bajaría considerablemente si dejamos de pensar como territorio y nos ponemos a pensar como un verdadero país.  El puertorriqueño de la “diáspora” tiene que estar conectado con la isla de la manera que mejor entienda y pueda, en lo mínimo en su nostalgia, porque la isla todavía sigue siendo como una especie de “tierra prometida” que todavía no hemos conseguido.  Y esa diáspora tiene que seguir como ciudadanos del mundo que somos, pero sobre todo en  EE.UU. para velar por nuestros intereses como pueblo porque después de todo, EE.UU. fue fundado sobre una base multicultural que suele ignorarse.   Por eso al fin de cuentas creo que es posible englobar dentro de los que es “ser puertorriqueño” todas las posibles realidades socio-históricas que vive el puertorriqueño tanto en el exterior como en la isla, porque como sostuvimos al principio, existen unos referentes culturales, pero que no son totalmente estáticos, sino que se ajustan a los procesos históricos.  Para que esto sea posible, es necesario reflexionar más en torno a lo que es “ser puertorriqueño” y menos reflexiones que nos dividan y polaricen más como pueblo.

 

Fuentes:

 

Franqui-Rivera, H., ¿Boricuas en la Luna?, http://www.80grados.net/author/harry-franqui-rivera/

Geertz, C., La interpretación de las culturas, Barcelona, Gedisa Editorial, 1990, p. 27.

Pedreira, A. S., Insularismo: ensayos de interpretación puertorriqueña.  San Juan, Plaza Mayor, 2001.

Sánchez, L.R., La guagua aérea.  San Juan, Editorial Cultural, 1994.