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El derecho de releer gracias a ReLIRE

Traducción: PAULA ZAPATERO SANTOS (2016)

(Emmanuelle Bermès, (2013): «Le droit de ReLIRE». Figoblog)

Trabajo en el mundo de la edición.

Es curioso, lo sé. Algunos de vosotros pensaréis que quizás os hayáis perdido el último giro de mi vida profesional. Os aseguro desde ya mismo que se trata de una rareza en el organigrama: en el Centro Pompidou, el servicio que se ocupa de la página web está unido a la dirección de las ediciones. Al principio, las ediciones y yo coexistíamos en parte. Y después, poco a poco, a fuerza de interesarme, de organizar proyectos conjuntos, de asistir a reuniones, de currar en el presupuesto, terminé teniendo la impresión de formar parte de la misma familia. Una familia cercana, incluso, en cierto modo, más que un museo.

Quizás, por eso no puedo mirar con malos ojos el proyecto del día, el ReLIRE de la BnF. Os lo describo brevemente. La literatura sobre este tema en la web es abundante, pero también lo son los puntos de vista contradictorios.

El objetivo es volver a comercializar obras anteriores al año 2001 que hoy en día no se encuentran disponibles, pero que aún están protegidas por los derechos de autor. En general, los derechos de autor se ceden a un editor, pero es común que el autor los recupere si el editor no explota la obra. Así lo establece la ley y, en general, también se precisa en el contrato de edición si este está bien redactado. En cualquier caso, los contratos de edición de esta época no estipulaban casi nunca nada en relación con la explotación digital (nosotros empezamos en 2010).

Basándonos en este principio, la idea es digitalizar en masa estas (numerosas) obras que no se encuentran disponibles para poder introducirlas de nuevo en el círculo de la distribución en formato digital. Esta tarea se le confió a la BnF por dos motivos. En primer lugar, por su experiencia en el ámbito de la digitalización masiva. Por otra parte, porque estos libros se encuentran allí mismo, en sus almacenes.

ReLIRE propone un inventario de 60 000 obras, que aumentará cada año hasta llegar a las 500 000 estimadas. En un plazo de seis meses, los autores pueden oponerse a la inclusión de sus obras en este registro. También los editores pueden hacerlo siempre y cuando exploten o se comprometan a explotar la obra en soporte papel o electrónico. En ausencia de oposición, los libros se digitalizarán y se confiarán a una sociedad de gestión colectiva encargada de comercializar estas obras y de remunerar a los derechohabientes.

No soy jurista ni experta en derechos de autor. Lo único que puedo aportar sobre este proyecto es mi opinión personal de acuerdo a mi experiencia y a mi práctica personales. Desde mi punto de vista, la indignación que ha desatado ReLIRE es bastante incomprensible.

Si se conoce la situación actual de la edición y su funcionamiento, hay que ser muy ingenuo (o actuar de mala fe) para pensar que estos libros que no se encuentran disponibles desde hace más de diez años tienen la mínima posibilidad de ser reeditados fuera de la acción de este dispositivo. La duración de explotación de un título actualmente es de solo unos meses y, su presencia en la librería, de algunas semanas. Los editores imprimen el número justo de ejemplares para evitar los stocks. Todo lo que no se vende en este periodo se destruye. La probabilidad de ver que los distribuidores y los libreros acepten poner en circulación un título que no es nuevo es prácticamente nula. Al contrario. Un editor siempre preferirá publicar algo nuevo que pueda comercializar como tal que rescatar textos del baúl de los recuerdos, aunque sean buenos. Incluso los distribuidores digitales realizan una selección sobre lo que difunden; no recurren a la digitalización masiva ni van a ponerse a buscar obras de hace diez años cuando el mercado actual genera más de 60 000  monografías al año. Los autores que tienen la suerte de ser reeditados constantemente y de que sus obras se vendan son pocos, pero más allá de eso, no son ellos los implicados por el dispositivo ReLIRE.

Evidentemente, constituir un registro de 60 000 títulos y pedir a los autores que se den de baja quizás no es el sistema ideal, pero ¿qué otra cosa podemos hacer? ¿Negociar individualmente con cada uno sus derechos electrónicos? Eso sería una tarea dantesca. Y lo digo con conocimiento de causa, ya que me encargo de ello con los aproximadamente 6 000 artistas cuyas obras se conservan en el Centro Pompidou. ¿Y con qué finalidad? Cuando pienso que las obras en papel que escribí (como autora) para el Cercle de la Libraire me reportaron apenas cien euros en varios años (¡y aún se encuentran disponibles!), dudo que los autores de estas obras olvidadas consigan amasar una fortuna. Al menos, la puesta en marcha de una gestión colectiva y de una comercialización les permitirá percibir algún beneficio. Si creen que es ridículo, pueden retirarse libremente del dispositivo y colgar sus obras en línea de forma gratuita (siempre y cuando hayan recuperado sus derechos de manos del editor, of course… otra de las batallas que debe librar el autor, solo apta para los más tenaces).
También se puede criticar el sistema para darse de baja y decir que la base de datos propuesta por la BnF debería ser perfecta desde un primer momento e integrar toda la información que no existe, como el registro centralizado de todas las ediciones digitales ya existentes, FRBRizado, para que se pueda saber de que edición en papel deriva la versión digital. Los que ya han gestionado una base de datos bibliográfica de 60 000 referencias saben que no es tarea fácil (y me quito el sombrero ante los compañeros de la BnF por el trabajo que han realizado en tiempo récord; yo, que siempre he pregonado que terminar un proyecto en menos de dos años en este lugar era imposible).
Se podría objetar que el plazo de oposición de seis meses es bastante corto. Estoy segura al 100 % de que los autores y sus derechohabientes verifican el registro en esos seis meses, ya que les preocupa lo que sucede con su producción. En caso contrario, se puede pensar que nunca se molestarían lo más mínimo por que sus libros volvieran a estar disponibles y, por tanto, está bien que alguien lo haga por ellos.

No podemos criticar la ley sobre los derechos de autor porque no esté adaptada al mundo digital y, al mismo tiempo, despotricar contra la primera iniciativa que intenta encontrar soluciones intermedias. Evidentemente, el mundo sería más bonito y los unicornios chapotearían al pie de cascadas de algodón de azúcar si todos los autores, incluso los menos conocidos, pudieran ver su prosa siempre accesible, sin la necesidad de construir un modelo económico para que alguien (los editores, por ejemplo) se quede con los costes derivados y en el que todos pudiéramos vivir en la abundancia. Pero debemos ser realistas. Este proyecto ofrece al menos una segunda vida a obras que nunca la habrían tenido.

N.B: «El derecho de releer», uno de los derechos fundamentales del lector según Daniel Pennac, Comme un roman, 1992.

 

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