La educación como herramienta para crear seres humanos buenos y libres: el legado pedagógico del krausismo español

9/05/17, 11:40

 La universidad es la potencia ética de la vida

 

Francisco Giner de los Ríos

 

Howard Gardner no es en absoluto un desconocido dentro del mundo académico y es que no hay facultad de educación en la que no se explique la «teoría de las inteligencias múltiples» de este neurocientífico de la Universidad de Harvard; pero su nombre adquirió especial relevancia entre la población por protagonizar una entrevista que se hizo viral en las redes sociales y que aparece recogida bajo el titular: “Una mala persona no llega nunca a ser un buen profesional”. Esta afirmación obtenida, como puede sospecharse, de un fragmento de la citada entrevista me hizo recordar a un grupo de pensadores españoles que en 1876 impulsó un movimiento de regeneración pedagógica desde el que se apostaba por una educación enfocada a crear seres humanos buenos y libres. Ellos fueron los krausistas, unos intelectuales que a través de su particular lucha nos legaron la propuesta social, jurídica y educativa más importante del s. XIX; sin embargo, nada de esto hubiera sido posible de no haberse producido un terrible acontecimiento conocido como «segunda cuestión universitaria», que tuvo como protagonista principal a Francisco Giner de los Ríos (1839-1915).

 Giner de los Ríos era profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad Central (actual Complutense) y desde su cátedra difundía el pensamiento krausista, esto es, el ideario del filósofo del idealismo alemán, Krause. Este sistema filosófico le concedía un papel fundamental a la educación, pues, a través de ella, podría lograrse el avance de las sociedades. La creencia en la educación como vía para conseguir cambios sustantivos en el presente estado de las cosas hizo que Giner se convirtiera en un gran defensor de la pedagogía; en este sentido, llevó hasta las últimas consecuencias su defensa de la autonomía universitaria, de la libertad de cátedra y su rechazo a los modelos oficiales de enseñanza; y todo ello tuvo como consecuencia la pérdida de su condición de catedrático y la expulsión de la universidad. Sin esta situación no hubiera sido posible el surgimiento de la obra por la que este autor ha sido más conocido: la creación de la Institución Libre de Enseñanza (ILE).  

  Las bases filosóficas del movimiento institucionista fueron krausistas y esto implicaba que las nociones fundamentales del pensamiento krauseano habían sido asumidas por los miembros de la Institución, determinando la actividad que desde ella se desarrollaba. Krause defendía un Derecho fundamentado en la solidaridad, la penología correccional (reforma moral del delincuente como fin de la pena), la igualdad absoluta entre seres humanos, el derecho de la naturaleza y un Estado con vocación social y asistencial. Estos rasgos constituían a su vez las arterias del pensamiento gineriano y se manifestaron en su labor pedagógica.

  La Institución Libre de Enseñanza introdujo en España un modelo educativo tolerante y abierto desde el que se pretendía crear seres humanos libres, con responsabilidad socio-política, hombres y mujeres aptos para vivir en una democracia. Giner reivindicaría la función de la educación para conseguir la convivencia pacífica entre personas porque, cuando se carecía de ella, la ciudadanía era incapaz de asumir las responsabilidades derivadas del sufragio universal. De ahí que se hiciera tan necesaria una educación generalizada, mixta, inclusiva, no encaminada a una simple transmisión de conocimientos, sino capaz de fomentar la empatía y despertar la capacidad crítica del alumnado; en otras palabras, se trataría de enseñar a las personas a pensar por sí mismas y a reconocerse en los demás. Para lograrlo, el profesorado no podría intimidar a los estudiantes (generando miedo al error y al castigo) y la educación tendría que ser integral (cuerpo y mente), en contacto con la naturaleza, espontánea y basada en el intercambio de ideas entre educador y educando.

  En este sentido, la instrucción se presentaba como una necesidad básica en todas las etapas de la vida y a todos los niveles (desde la escuela hasta la universidad). Giner arremetió contra una enseñanza universitaria enfocada a crear catedráticos, médicos, periodistas o personas idóneas para realizar un trabajo y le concedió el papel fundamental de garantizar una reforma moral de las personas para que, a través de los principios de justicia y de solidaridad, se pudiera conseguir el avance de la sociedad y poder así hacer frente al absolutismo, a la dictadura y a la guerra. Esta propuesta la llevó a la práctica a través de la Institución Libre de Enseñanza, a pesar de lo adelantado de sus postulados y del difícil encaje que tuvieron en la España de la época. Y es que cuanto podamos encontrar en la actualidad de avances educativos, tal vez se lo debamos a este hombre de tipo delgado, de tez cetrina y barba recortada que dedicó su tiempo a ejercer la docencia paseando con un grupo de niñas y niños por los montes de España.

  Paradójicamente sería una guerra, la Guerra Civil, la que pondría fin a la reforma moral, educativa, jurídica y social del krausismo español.

  En pleno s. XXI, la llegada de una crisis económica nos mostró lo alejados que estamos del ideal de progreso por el que habían luchado los krauso-institucionistas y visibilizó un escenario de corrupción, de vulneración de derechos fundamentales, de miseria, de explotación, en el que además se produjo un retorno a un derecho penal vindicativo y retribucionista encargado de amordazar a la ciudadanía. Esto nos ha servido para ser conscientes de que queda un largo camino por recorrer hasta llegar a ser una sociedad solidaria, en la que las personas cooperan y se ayudan mutuamente.

  La respuesta política a esta crisis ha pasado por la realización de recortes en el gasto público y esto ha afectado a la educación; aunque el problema no se reduce a una «simple» cuestión de medios. La «famosa» LOMCE (popularmente conocida como Ley Wert) convierte en optativa la asignatura Historia de la Filosofía y excluye del currículo la Educación para la Ciudadanía (dos materias fundamentales para fomentar la capacidad crítica del alumnado); además, con esta ley se refuerza la competitividad y la productividad, dejándose de lado los valores de igualdad, solidaridad y cooperación.

  Esta situación ha conseguido que nos encontremos en el contexto idóneo para volver a los viejos lemas y a las antiguas luchas: la reivindicación de la cultura y de la educación para conseguir avances sociales, proceso que han iniciado varias voces acreditadas entre los maestros de escuela que defienden e intentan implantar en sus aulas una nueva forma de enseñanza. Me estoy refiriendo a César Bona, el famoso y reconocido maestro español que quedó finalista en el Global Teacher Prize al que estaba nominado por llevar a la práctica una enseñanza destinada a crear seres humanos honestos, solidarios, empáticos y felices. Para ello parte de la premisa de que todos los individuos necesitan sentirse queridos, útiles para la sociedad, y esto lo ha llevado a reivindicar una propuesta pedagógica enfocada a conseguir la igualdad de oportunidades y sustituir la competitividad por la ayuda mutua. Además, ha recuperado el legado institucionista de amor a los animales y a la naturaleza, razón que lo llevó a crear un proyecto animalista con sus alumnos, del que se hizo eco la prestigiosa primatóloga Jane Goodall, que se refirió a él con estas palabras: “está creando líderes del futuro, animándolos a tomar las riendas para emprender acciones y cambiar actitudes en sus sociedades”. Bona es sin duda un ejemplo de lucha; pero existen otros, especialmente dentro del ámbito de la educación a edades tempranas, como es el caso de la pedagoga Heike Freire, que rechaza la educación en la competitividad y defiende una escuela al aire libre, en pleno contacto con la naturaleza y apoyada en la solidaridad. Estos autores no han realizado aportes pedagógicos novedosos, simplemente han recuperado, consciente o inconscientemente, el legado educativo de Giner de los Ríos y de los miembros de la Institución Libre de Enseñanza. Por ello nos hablan de educación como arma de transformación social, de recuperar las escuelas bosque y de ser conscientes que enseñar matemáticas, literatura o inglés es importante; aunque de nada sirve si no hemos conseguido  «crear» personas buenas y solidarias.

  Esta lucha en pro de una educación más humana, como debería ser toda educación que se precie de ello, se encuentra normalmente en las escuelas, pero ¿qué está pasando con nuestras universidades? Al igual que los colegios y los institutos, también sufren la ausencia de medios y de recursos, y su profesorado se encuentra sometido al frío régimen que impone el academicismo. La apuesta por la investigación, dejando en un segundo plano la docencia, ha conseguido desvirtuar la figura del profesor universitario. Estos docentes, si pretenden avanzar en su carrera académica, deben dedicar su tiempo a realizar numerosas investigaciones que tendrán que publicar en revistas cuya calidad se mide por unos índices de impacto y que, en numerosas ocasiones, limitan la libertad investigadora al obligar a buscar temáticas más atractivas para los responsables de las mismas. En definitiva, los mecanismos establecidos para «medir» la valía del profesorado universitario en ningún momento tienen en cuenta la calidad de la docencia, el tiempo dedicado a preparar las clases, las explicaciones claras y concisas, la preocupación por el alumnado o la resolución de dudas; esto implica que se prescinde de valorar la función pedagógica de estos docentes o, lo que es lo mismo, que ésta no se encuentra reconocida formalmente.

  Ante esta situación, considero que la universidad tiene que recuperar la función que los krausistas le atribuyeron. Estamos ante una institución con un papel fundamental en la reforma de la sociedad y que, por este motivo, es el lugar propicio para formar seres humanos buenos, cooperativos, empáticos y solidarios; es decir, hombres y mujeres capaces de responder de la forma más humana posible a los problemas sociales, políticos y económicos que se vayan presentado a lo largo de la vida. Pues, si hay algo que nos dejaron claro hace más de un siglo los miembros de la Escuela Positiva del derecho penal al realizar sus primeros estudios criminológicos utilizando la estadística, es que la mera instrucción no moraliza a un pueblo ni consigue evitar la delincuencia. Por eso los krausistas no se refirieron a la enseñanza de meros saberes; sino que defendieron que habría que ir al fondo del ser humano, alimentar su creatividad, su humanidad y su sensibilidad para conseguir cambios relevantes. Ésta es la base de las sociedades armónicas, civilizadas y humanas. En este sentido, tenemos una labor importantísima que realizar desde las aulas de las universidades y la Clínica Jurídica de Acción Social de la Universidad de Salamanca es un avance pedagógico para conseguir formar personas capaces de dejar el mundo un poco mejor de lo que se lo encontraron. No tenemos que irnos muy lejos para buscar referencias que nos ayuden a avanzar en este proceso; pues las encontramos cerca, en ese grupo de pensadores españoles que en la segunda mitad de la España del s. XIX y los inciertos principios del s. XX trabajaron por construir una sociedad nueva y humana. Esta labor es la que tenemos la responsabilidad de continuar, pues como diría Giner: “hacedme un duelo de labores y esperanzas, sed buenos y no más.”

Laura Pascual Matellán

Investigadora predoctoral.

Miembro de la Clínica Jurídica de Acción Social. USAL

nicte@usal.es

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