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Universidad de Salamanca
GIR “Historia Cultural y Universidades Alfonso IX”
(CUNALIX)
 
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Historia de las Universidades Hispánicas (siglos XV-XIX). Univ.Conventuales

Historia de las Universidades. Historia de las Universidades Hispánicas (siglos XV-XIX)

Las universidades inscritas en un colegio pertenecían al clero secular, mientras las órdenes religiosas no lograban amplia participación en ellas. Es verdad que muchos de los catedráticos de artes y teología procedían de las órdenes, pero éstas no tenían fuerza en el gobierno de los estudios, sino a través de sus calidades de profesores o de estudiantes… La fundación de colegios – aun sin llegar a la magnitud complutense – suponía un gasto enorme, por ser una obra nueva, un edificio, una biblioteca… Más fácil resultaba aprovechar un monasterio o convento y convertirlo en universidad; tenía ya sus instalaciones o una parte de ellas, con frecuencia disponía de unas enseñanzas de filosofía y teología previas, que se impartían por los frailes o monjes para la formación de sus novicios… Podría afirmarse que con el quinientos cesan las fundaciones colegiales y – en España y América – prolifera este nuevo modelo universitario…

Las primeras experiencias son tempranas. En 1516 y 1517 el arzobispo de Sevilla, fray Diego de Deza alcanza facultad de graduar para su convento de Santo Tomás; tanto para miembros de la orden, como para otros religiosos. Por coincidir en el espacio con la universidad de Santa María de Jesús, tendrán los predicadores graves dificultades para conseguir abrir sus estudios a todos – lo conseguirían en 1539, pero en 1662 se restringirían los grados a sólo escolares dominicos -. Tendría un colegio adosado a la universidad, sin duda para imitar las formas externas trasplanta a Santo Domingo, en la isla Española, esta posibilidad… Los benedictinos calcaron este modelo al alcanzar en 1534 privilegio de graduar para su escuela monástica de Sahagún, que, amediados de siglo se trasladaría a otro de sus centros, el monasterio de Santa María de Irache. Pero las grandes órdenes docentes fueron los jesuitas y los dominicos. Me ceñiré a unos cuantos ejemplos de sus fundaciones universitarias, pues prefiero un mayor detalle de las más conocidas antes que referirme a todas – tan numerosas – con un tono impreciso y generalizador.

En primer lugar, la universidad jesuita de Gandía junto con Evora, en Portugal, las únicas que pertenecieron a la compañía de Jesús en la península. Gandía se inició con un proyecto del duque Francisco de Borja para la creación de un colegio para niños moriscos, confiado a la compañía de Jesús, en la que él entraría años después. Les donó unos terrenos y edificó el colegio de San Sebastián, que quedó terminado en 1549; extensas tierras y una pensión sobre su baronía de Corvera, completaron la primera dotación patrimonial donada por el duque, junto con otras cantidades de su mujer, su hijo, etc. Después, por donaciones, herencias, compras y permutas fueron constituyendo los padres un amplio patrimonio en casas y tierras. Desde el inicio, contaron asimismo con la cesión de los sobrantes de la parroquia de Denia – rentas decimales fundamentalmente – que cedió el papa Paulo III para el sostenimiento de neófitos moriscos; sin embargo, más tarde, les eximió de esta afectación, por ser gentes vilísimas y no producir fruto. La bula del mismo pontífice de 4 de noviembre de 1547, confirmada por Carlos V en 1550, fueron los cimientos sobre que descansó la universidad de Gandía. A través de las alcalaínas, pero los poderes estarían en manos de la orden. En 1538 se formaron constituciones.

Se había establecido un colegio, en donde viven padres y estudiantes de la orden, en sustitución de su primera intención de abrir un centro para los moriscos – a semejanza de otros existentes en Valencia ciudad. Se imitaba el nuevo modelo renacentista o complutense, que deparaba una vía de obtener una universidad adosada a un colegio. En otras, dominicas o jesuitas, será asimismo usual la dualidad entre colegio y universidad… Gandía, como todas las universidades jesuitas, estará fuertemente jerarquizada: el rector será nombrado por el prepósito general de la orden, estando encomendadas a su cargo la dirección y disciplina, la vigilancia de las clases. Los profesores o catedráticos son nombrados por el rector – salvo algunos canónigos que tienen obligación de enseñar por su prebenda – y depuestos cuando lo considera oportuno. Confiere los grados, ya que es, al tiempo, el canciller de la universidad, modifica o mejora las constituciones, auxiliado por dos consíliarios, que él mismo se nombra… Los visitadores, nombrados por el provincial, inspeccionan y mejoran el funcionamiento del colegio y universidad.

Con la expulsión de 1767 peligró la existencia de esta universidad. Al pronto, se confirmó su continuidad, incluso, su nuevo claustro de canónigos y profesores redactó un plan de estudios ilustrado. Ahora bien, la corona había dejado sin bienes patrimoniales a la universidad; a pretexto de pertenecer al colegio fueron vendidos en pública subasta, en beneficio de la corona, que, por lo demás, se obligaba a pensionar a los jesuitas expulsos. A petición del propio claustro fue extinguida esta universidad en 1772, como también aconteció con Evora.

Los dominicos, por su lado, se aprestaron a erigir nuevas universidades. Intentaron controlar la universidad real de Lima, aunque sin éxito y alcanzaron una bula de Gregorio XIII en 1576 para graduar en su convento de Ávila. Anterior a ésta es la fundación de Almagro, sorprendente alianza de la orden militar de Calatrava y la orden dominica para alcanzar un centro de estudios. Una fundación de don Fernando de Córdova, caballero de la orden y presidente de su consejo, que encontraría el apoyo de Julio III en 1550 y del emperador, tres años más tarde. En este año de 1553 se redactaron los estatutos viejos; se abrieron las clases años más tarde y, en 1597, se reformó aquella primera legislación.

¿Cómo se estructuró aquella universidad anexa a un convento y dependiente de una orden militar? Calatrava ejercía un poder externo, en nombre del monarca, maestre perpetuo de las órdenes militares, aprobando estatutos y enviando visitadores de vez en cuando, a través del consejo de órdenes. El prior de los dominicos, elegido por el convento, es el canciller y rector del colegio y universidad, con poderes disciplinarios, ya que no una jurisdicción análoga a las mayores. Se había constituido a semejanza de Alcalá de Henares, por lo que obtiene, junto al convento, un colegio, con becas para religiosos dominicos y profesos de Calatrava. Pero no tienen ningún poder los colegiales, como tampoco los manteístas que acuden a las aulas a aprender y graduarse. Los profesores o lectores son nombrados por el provincial dominico, para que enseñen gratis… Los consiliarios, que aconsejan al rector – un seglar y un fraile dominico – no representan naciones ni siquiera a los alumnos, mientras al claustro de doctores y maestros, junto al rector o vicerrector, se le confieren funciones de gobierno y elección de algunos oficiales, pero, en verdad, sometido al prior o a quien hace sus veces; estaría formado, en su mayoría, por padres dominicos…

Esta es la fórmula para la organización de las nuevas universidades de las órdenes. Conservan la terminología de las creaciones del grupo anterior – colegio y universidad -. Crean, en ocasiones, un nuevo edificio y un organismo colegial, pero los poderes están, en buena parte, en los conventos de los que dependen.

Orihuela puede ser otro buen ejemplo. Sobre el convento dominico de Nuestra Señora del Socorro y San José se fundaría un colegio para veinte internos dominicos y la universidad, por el prelado Fernando de Loaces. Lograría la aprobación de Julio III en 1553 y se iniciarían las obras: el costoso internado y el edificio de la universidad. Confirmada por Pío V en 1569 y Clemente VIII en 1592, no alcanzaría el privilegio real hasta 1646, por tensiones con el ayuntamiento o la catedral, por la oposición frontal de la universidad de Valencia. Si bien funcionó desde finales del XVI y en 1610 abrió sus puertas a estudiantes de fuera, no dominicanos. El colegio quedaba bajo la autoridad del general y del provincial de Aragón, siempre con respeto a sus privilegios y estatutos, ya que no podrían alterarlos. El rector del colegio – también canciller – será elegido por dos años, por los profesores y lectores, los colegiales – designados como en Almagro por los diversos conventos dominicos – y los colegiales coadjutores, nombrados por el provincial. Le ayudaban al rector, los consiliarios y otros cargos, así como un consejo de padres dominicos del convento, meramente consultivo… Las cátedras serían de elección del colegio – rector y consiliarios -; teología, artes y gramática para dominicos, mientras otras, las darían a quienes quisiesen… La universidad, por su lado, tenía otro rector, canónigo de la catedral, nombrado por el claustro de doctores; poseía la jurisdicción académica y los poderes disciplinarios para regular y vigilar los estudios. Hay, por tanto, una cierta diferenciación del colegio y de la universidad – con un rector propio y sus claustros -. Sin embargo, éstos no tienen apenas poderes de designación o de administración de rentas. La creación de cátedras por el ayuntamiento de Orihuela, proporcionaría una presencia municipal en la universidad. Los jurados, justicia, racional, síndico y abogados, que formaban la cámara alta municipal entrarían en los claustros de doctores para elegir al rector; mientras en las cátedras no dominicas, elegiría el ayuntamiento – los cargos nombrados – junto al canciller, el rector de la universidad y un miembro del colegio.

Los años de la dinastía borbónica iniciaron reformas más hondas sobre Orihuela. Primero, de forma mitigada, después más hondamente: en 1764 se fortalecían los poderes del rector de la universidad en la provisión de cátedras, de las que se debería enviar una terna al consejo de Castilla, y el obispo pasaba a tutelar el estudio – el provincial quedaba marginado -. En 1783 se planteó la supresión de aquel centro y se invitaba a redactar nuevos estatutos más acordes con la nueva política real. Al fin, se capeó el temporal, por intervención de Floridablanca, y se aprobaron nuevos estatutos en 1790, en los que se reforzaba el poder rectoral, ahora por dos años, y se encomendaba la formación de las ternas a un claustro más restringido, constituido por unos cuantos profesores, autoridades municipales, el gobernador, el obispo…

Los dominicos siguieron fundando – con ayuda de otras personas o por sí mismos – nuevos estudios en la península, como los de Tortosa, Solsona, Pamplona. Luego cesaron las creaciones de otras universidades en la península, concentradas las fuerzas de las órdenes en el continente americano.

En América apenas hubo trasplantes de universidades municipales ni colegiales. Hay un ejemplo muy significativo de esta dificultad en la fundación de la universidad de Santiago de la Paz en Santo Domingo. Un rico hacendado, Hernando de Gorjón, quiso fundar en 1537 un colegio con enseñanzas, y alcanzaría aprobación de Carlos V, quien promete solicitar del papa una universidad. Mientras, se fundaría otra universidad en el convento dominico de aquella ciudad, con la que sostendría largo pleito. En 1558 una real cédula aprobaría esta universidad colegio, fundada sobre la testamentaría de Gorjón y en manos del municipio, quien administró mal aquella institución. En 1583, una visita regia, subordinó el colegio y universidad al presidente de la audiencia, como representante del rey, quien designaría un administrador del municipio y a los catedráticos, juntamente con los regidores del ayuntamiento. A inicios del XVII fue convertida en seminario conciliar y en el XVIII pasaría a los jesuitas. Hubo, por tanto, la edificación de un colegio, que, sin duda, no se proyectó como un ente independiente, al estilo complutense. Hubo una administración municipal que dio escaso resultado…

En las tierras de América florecieron – con la excepción de Lima y México – las universidades en las casas y conventos de las órdenes. Algunas con solicitud directa de aprobaciones – pontificias y reales, como los franciscanos en Córdoba o los dominicos en la universidad de Santo Tomás en Santafé de Bogotá. Las más numerosas, jesuitas y dominicas, surgieron por concesiones generales de los pontífices para dar grados a estas órdenes. Paulo V permitió que graduasen – con intervención del obispo y del rector de su colegio – con tal de que hubiese una distancia de doscientas millas de las universidades públicas; durante un plazo de diez años. Los jesuitas lograron de Gregorio XV un breve que les facultaba para ello sin limitación de tiempo y daba a sus cursos un valor universal, por lo que, de nuevo, volvieron los dominicos a solicitar equiparación, que otorgó Urbano VIII en 1627. Con estas concesiones se multiplicaron las universidades en América. En algunas ciudades, como Quito, hubo tres, jesuita, dominica y agustina, en otras dos, como en Santiago de Chile… También fueron dos las establecidas en Bogotá, primero la dominica de Santo Tomás y, más adelante, la Javeriana, jesuita, quienes se enzarzaron en numerosos pleitos, como era regla en estos centros, tan cercanos. Hay que señalar que en esta ciudad se crearon sendos colegios por ambas órdenes, Santo Tomás y San Bartolomé, en donde se daban las enseñanzas, así como en el colegio mayor del Rosario; después, se graduaban en una u otra universidad. Cuando, tras la expulsión de los jesuitas se quiso unificar los estudios y crear una universidad pública, los dominicos se resistieron tenazmente. En suma, cuando cesaron de fundar universidades en sus conventos peninsulares, iniciaron la amplia etapa americana, que permitió la aparición de numerosos centros superiores en aquellos territorios. Incluso, en el XVIII algunos seminarios fueron convertidos en universidad, en Caracas o en Asunción. En la península sólo se había creado este subtipo en Tarragona, que había desaparecido en 1717 por la fundación de Cervera.

Las universidades conventuales, en general, requerían menor dispendio para su creación. Las órdenes se ocupaban de sus instalaciones y de su profesorado, aunque a veces se construyeron edificios y se necesitaron rentas – es el caso de Orihuela -, no requerían demasiadas atenciones por parte de la corona. Son universidades pequeñas, muchas veces limitadas a filosofía y teología, sin pretender otros estudios. Solían dar grados más baratos y sin demasiado rigor, por lo que eran numerosos la que se encaminaban hacia ellas, aun habiendo cursado en otras.

La política ilustrada las vio con malos ojos, pues prefería unas cuantas grandes y bien dotadas. Campomanes, apoyado en peticiones antiguas de las cortes, era partidario de que se dejasen únicamente las precisas para la enseñanza de las ciencias, recordando que Justiniano también suprimió algunas. La expulsión de la compañía inició ese camino, según vimos, con la extinción de Evora y Gandía; en América desaparecen Cuzco, Quito y Panamá, mientras Córdoba se transfería a los franciscanos. Otras, dominicas, se vieron amenazadas, pero, se mantuvieron con algunas reformas.

Con el plan de estudios de 1807 se aplicaba, con rigor, este criterio a las peninsulares: «Atendiendo al estado de decadencia en que se hallan las universidades de mis reinos por la falta de fondos para la subsistencia de los maestros, y de uniformidad y buen orden en los reglamentos de estudios, con grave perjuicio de la enseñanza, he resuelto que se reduzca el número a las de Salamanca, Alcalá, Valladolid, Sevilla, Granada, Valencia, Zaragoza, Huesca, Cervera, Santiago y Oviedo, suprimiendo las de Toledo, Osma, Oñate, Orihuela, Ávila, Irache, Osuna, Almagro, Gandía y Sigüenza, agregando las suprimidas a las que quedan, según su localidad y mejor proporción». Este arreglo no afectaba a las americanas; y alcanzaba en especial, a las pequeñas universidades colegiales y conventuales. Si dejaba Sevilla o Alcalá era, sin duda, porque ya habían sufrido fuertes reformas a fines del XVIII.

Los liberales coincidían con este deseo ilustrado de reducir el número de centros universitarios, dejando sólo los más importantes, y consolidaron esta política. En suma, las cambiarían todas en su organización y financiación, pero las primeras en caer, ante los embates ilustrados y liberales, fueron las colegiales y conventuales. En América, la independencia de los diversos países suprimió o conservó – rectificadas – las universidades coloniales.

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