La teoría del punto gordo

Lo peor, lo más triste del reciente atentado yihadista en Barcelona han sido las decenas de fallecidos, y los cientos de personas que vivirán su pérdida. Los cientos de heridos y los miles que sufrirán las consecuencias de manera directa. Los miles, quizá millones, para los que, en mayor o menor medida, su vida habrá cambiado para siempre. Desde aquí, mi apoyo y abrazo más sentido para todas y todos ellos.

Pero ha habido más tristezas, muchas más, y muy dolorosas. Quizá por los rigores del verano, o vaya usted a saber por qué, he seguido las reacciones al atentado, en parte, a través de Twitter (un mal rato lo tiene cualquiera). En las redes sociales, y por extensión en los medios de comunicación -o viceversa- he asistido aterrado al triunfo de la politización más abyecta y manipuladora del terrorismo, y me explico.

Hablamos en ciencias sociales de “etnocentrismo” cuando un grupo de personas, una sociedad, considera su estilo de vida superior al de los demás, y reacciona ante los extraños tratando de imponerse, como forma de relación con ellos. El discurso etnocentrista se caracteriza por tender a la uniformidad, es decir a considerar el estilo de vida propio no sólo superior, sino compartido por todas las personas que conforman “mi grupo”, que desde ese momento son tomados como miembros todos iguales, sin lugar a la diversidad ni a la diferencia. A la vez, considera el estilo de vida de los demás como inferior, fijándose en sólo algunos aspectos, pero que son generalizados a todos los extraños, sin distinción.

Decía Pérez Reverte en un twit reciente, que no le convencía el eslogan con el que la ciudadanía ha reaccionado al atentado “no tinc por / no tengo miedo”, y no le faltaba razón: ¿es razonable no tener miedo? ¿no es el miedo una reacción lógica ante una amenaza?. Desde un punto de vista social, el etnocentrismo es explicable como negación del miedo, como reacción a una amenaza mediante el envalentonamiento: la negación del miedo sobre la confianza en que mi estilo de vida, el de mi grupo, es mejor, es superior al de los demás, y eso me salvará, y justificará mis acciones, incluidas las más violentas e injustas.

Al menos tres formas de etnocentrismo han sido evidentes estos días en las reacciones al atentado. La primera, la más obvia, la que desde una pretendida cultura “no musulmana” (la nuestra, de personas inocentes, pacíficas, limpias, bien pensadas, generosas) se caritaturiza a los musulmanes como amenaza (violentos, mal intencionados, interesados, sucios, egoístas), sin más distinción. Esta por evidente, no deja de sorprender la facilidad con la que se compra.

La segunda, la que ha pretendido hacer de la actuación de las fuerzas de seguridad catalanas, y la reacción antifascista de la población en las calles, un compendio de la superioridad cultural de Cataluña, frente a “España” o “al resto de España” (según el gusto del lector). Esta forma de etnocentrismo me ha llevado a leer o escuchar argumentos de lo más absurdos, sobre la modernidad, moderación o preparación del pueblo catalán, como si este fuera a la vez, y en su totalidad, una masa uniforme de personas que piensan y actúan igual.

La tercera, incluso más ridícula, la que ha pretendido tomar como agravio los éxitos de un cuerpo policial, los Mossos, y que se ha cristalizado en el rechazo a que personas catalanas se expliquen en su lengua, el catalán, en Cataluña. Como si el idioma castellano o español (según el gusto del lector) fuera superior simplemente por que lo hablan más personas, argumento ridículo que encierra una forma de imposición cultural de lo más vieja que existe: la del idioma.

Pero al final, lo importante es lo oculto. Generalizar, uniformar, imponer, como forma de relacionarse, como ideología política, tiene una gran ventaja: genera cohesión en el grupo, hace comunidad, refuerza los lazos de quienes comparten la ideología, sí, pero… ¿para qué? Basta echar una mirada a la historia del siglo XX para encontrar una respuesta: para la guerra. La negación de la diversidad, es la clave del fascismo, del nacionalismo, del terrorismo, del racismo, de la eliminación del diferente, del más débil, del que sobra. Generalizar es errar, y si errar no importa, se persistirá en el error, hasta que no quede nada ni nadie diferente. Hasta que no quede piedra sobre piedra.

Hace años, mi Maestro y amigo Ricardo Canal me explicó “la teoría del punto gordo”, como aquella en la que, cuando dos líneas no se cruzan justamente en el sitio que te conviene para que tu explicación sea redonda, basta con emborronar el punto para conseguir que más o menos, la cosa cuadre. Pues de eso va la cosa. Da igual que no todos los catalanes sean nacionalistas, da igual que no todos los españoles sean españolistas, da igual que no todos los musulmanes sean terroristas. Al final, lo que cuenta es que el argumento cuadre, y para eso, nada como generalizar, simplificar, resumir, hacer un puré y venga, para dentro todo.

Traga, traga, que lo han dicho en Twitter.

ahueteg

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Sociólogo, dedicado a la docencia e investigación sobre sociología, educación, salud, discapacidad y otros asuntos en relación con la exclusión social. Trabajo en la Universidad de Salamanca. Me puedes encontrar en Twitter, Facebook, Linkedin y otras redes sociales.

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