Desde hace ya algún tiempo el concepto de excelencia universitaria se viene utilizando al antojo de intereses de diversa índole, por actores también diferentes con el objetivo de apelar a no se sabe muy bien qué realidad que escapa a la postre de la realidad misma.
Como estamos en la era de los rankings, los equipos de gobierno de las universidades se afanan por situar a sus universidades en lo más alto, a costa siempre del trabajo del profesorado, claro, porque no olvidemos que desde hace años, en la universidad pública española todo se hace a coste cero. Se exige cada vez más, a cambio de cada vez menos.
Sin embargo, la excelencia universitaria no hay que buscarla en los rankings, ni en los grandes números, ni en los majestuosos edificios que se construyen aunque luego no haya nadie para ocuparlos, la excelencia hay que buscarla en las personas que trabajan por y para la universidad.
Me atrevería a decir que el profesorado universitario de hoy es el más evaluado de todos los tiempos. Estamos siempre siendo sometidos a continuas evaluaciones en la docencia, en la investigación. Se nos exige que nos impliquemos en la gestión de los centros, que hagamos estancias dilatadas en centros de investigación extranjeros de reconocido prestigio. Que publiquemos en las revistas de alto impacto controladas en muchos casos por grupos que no ponen fácil al que es de fuera publicar. Los profesores preparamos nuestras clases, leemos, enseñamos, investigamos, publicamos y en algunos casos, también llevamos a cabo actividades de gestión aunque no siempre estén reconocidas.
Para llegar a ser titular de universidad hoy en día, salvo excepciones propiciadas por políticas arbitrarias de alguna universidad cuyo nombre no quiero citar, se superan los cuarenta años, y en muchos casos se cuentan con más sexenios que los que han tenido nunca los catedráticos de antaño.
Pero el problema no sólo es que desde 2011 la promoción de plazas a cuerpos docentes esté prácticamente paralizada, es que se impide que se contrate a gente joven, excelente, con vocación universitaria, que acaba su tesis y no tiene más remedio que buscar amparo en las universidades privadas, llevándose de esta manera estas universidades un capital humano excepcional que precisamos en las universidades públicas.
Cuando se habla de excelencia por parte de las autoridades, tanto políticas como académicas, deberían sonrojarse. Sí, porque difícilmente puede haber excelencia en un espacio angosto, de financiación deficitaria en donde solo importa lo superficial, y no lo verdaderamente relevante. Para que una universidad funcione adecuadamente todos sus miembros deben encontrarse cómodos y ser reconocidos en su trabajo. Si quien pilota el barco no sólo no reconoce el trabajo del profesorado sino que lanza consignas hirientes como que los contratados fijos con acreditación a titular, por ejemplo, una vez que conseguimos la acreditación no hacemos nada, apaga y vámonos.
En fin, creo que en la universidad española hay excelencia. La excelencia que da la vocación universitaria, el trabajo constante, y el creer y disfrutar en lo que uno hace. Somos muchos los que contribuimos a ella aunque no se nos reconozca. Que no busquen en los rankings. No todo es tangible.
Archivo | 22 junio 2016
Excelencia universitaria
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