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Archivo | 22 junio 2016

Disidencia y desobediencia civil

Decía Huxley, en “Un mundo feliz”, que cuando un individuo piensa, la sociedad se tambalea. Y yo añado que cuando muchos lo hacen, la sociedad avanza. Cuestionar el status quo no sólo no es malo sino que es necesario. Vivimos en una democracia representativa en que es el poder legislativo quien tiene atribuida la potestad para hacer leyes. Los ciudadanos estamos obligados a cumplir sus mandatos, a respetarlas. Pero si entendemos que una ley es injusta, que va contra los derechos humanos, en definitiva, que no es legítima, contamos con un instrumento poderoso que es la desobediencia civil. Les invito a leer el artículo de Javier de Lucas “Desobediencia civil y ciudadanía“. En él se plasma de forma magistral esta idea. Una verdadera democracia exige ciudadanos críticos que estén atentos ante las injusticias y que se atrevan a protestar, por más que se elaboren leyes orientadas a cercenar también este derecho. La desobediencia civil debe ser consciente, pública, pacífica y no violenta. Su objetivo es poner de manifiesto al legislador su error al legislar de una determinada manera, pero se hace dentro del contexto democrático. En realidad, como sostiene Habermas, se trata de una válvula de seguridad del sistema político por servir de cauce para manifestar el disenso ante políticas que se perciben como opresoras o restrictivas de derechos. Otra cosa es que nos movamos en contextos no democráticos en donde aflora entonces el derecho de resistencia.

La desobediencia civil no es sólo legítima sino necesaria. Si no hubiéramos tenido este mecanismo para protestar, por ejemplo, contra los desahucios suicidas provocados por una ley hipotecaria y de enjuiciamiento civil pensada para el más fuerte económicamente qué hubiera pasado. Probablemente que no se hubiera visibilizado el drama humano y el contexto jurídico (poder judicial, legislativo y a la fuerza el ejecutivo) no se hubiera movilizado para atender la necesidad de cambio en estas leyes.

La protesta organizada, con argumentos basados en la defensa de los derechos humanos, como motor de cambio del establishment, no sólo es necesaria sino legítima. Una sociedad que se levanta contra la injusticia es una sociedad viva, con conciencia de ciudadanía cívica, en que la ética está presente. Para que eso suceda necesitamos una sociedad culta, sabedora de su fuerza y de sus derechos. Y ojo con la deriva que están tomando muchas leyes en los últimos años, cercenadoras de derechos fundamentales. Y ojo también con callarse. Si no nos rebelamos ante las injusticias la injusticia se convertirá en derecho del más fuerte y entonces la democracia habrá comenzado a desintegrarse.

 

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