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Archivo | 22 junio 2016

El miedo al otro

Los delitos basados en el odio (odio al extranjero, al que tiene una orientación sexual diferente, al discapacitado, a la mujer…) han aumentado en España en los últimos años. Así lo explicaba hoy el Ministro del Interior. Lo que denota claramente que tenemos una sociedad enferma. Una sociedad en la que no sólo falta respeto, sino también, y muy fundamentalmente, educación y conocimiento. Porque sólo el que conoce al otro puede respetarlo y puede entender y asumir su diferencia.
Para contribuir a crear una sociedad sana, en la que nuestros hijos crezcan respetando la diversidad e integrándola como un factor de riqueza es necesario que desde todos los sectores se contribuya a tratar al otro, al que no es como “yo”, con respeto. No se trata de tolerancia. Se trata de entender que lo diferente puede contribuir a enriquecer lo que somos, a paliar nuestras carencias y a hacernos más humanos.
Un adolescente que sin mediar palabra en el metro da una patada a una mujer por el hecho de tener rasgos diferentes o por el hecho de ser mujer denota no sólo maldad, sino fundamentalmente desconocimiento de lo ético, de lo correcto y es muestra de la más absoluta estulticia.
Un hombre que agrede a su pareja, por considerarla de su posesión, no es más que un pobre desalmado con miedo. Así de claro lo decía el siempre certero Eduardo Galeano: “Hay criminales que proclaman tan campantes ‘la maté porque era mía’, así no más, como si fuera cosa de sentido común y justo de toda justicia y derecho de propiedad privada, que hace al hombre dueño de la mujer. Pero ninguno, ninguno, ni el más macho de los supermachos tiene la valentía de confesar ‘la maté por miedo’, porque al fin y al cabo el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo”.
El que se mofa de otro por tener una determinada orientación sexual se alinea en la frontera de la pobreza, porque a priori rechaza la idea de que se pueda sentir deferente, amar diferente sin que eso suponga merma alguna, sin que la persona que así siente deba sentirse menos que otras que sienten “como la mayoría”.
Y así podría seguir enumerando mil y un comportamientos basados en el odio y fundamentalmente en el desconocimiento tanto de uno mismo como del otro.
Sin embargo, lo importante, lo que nos debe llevar a reflexionar, creo, es que estos comportamientos no nacen de la nada ni son comportamientos aislados, sino que en buena medida hay siempre un caldo de cultivo que los promueven. Quizás no sea políticamente correcto lo que voy a decir, pero no me parece el mejor ejemplo para apelar el respeto y combatir el racismo y la xenofobia el que desde el Ministerio del Interior se haya dado orden a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado de repeler de la manera que sea al inmigrante que pretende saltar la valla de Melilla para llegar a España. No sólo no es ético ni moral, sino que además es ilegal, por mucho que se hayan despachado con una reciente ley que intenta hacer legal lo que no puede serlo por contravenir todos los convenios internacionales de los que España es parte. Muy bien se explica en este informe.
Tampoco parece muy respetuoso apelar a la igualdad y al respeto a la diversidad cuando llevando vigente en España ya casi diez años la ley del matrimonio entre personas del mismo sexo las solicitudes que hay que rellenar para el colegio, guarderías y demás, hablen siempre del padre y de la madre; o que se siga celebrando en la mayoría de los centros el día del padre y de la madre, sin tener en cuenta que existen muchos tipos de familia y que hacer eso supone poner al niño en un escenario complejo por mucho que eso sirva para a raíz de ello poder explicar que existen diferentes tipos de familia…
Y por citar solo un último ejemplo, y yendo al terreno siempre doloroso de la violencia de género, no será posible reducir hasta desterrar esta terrible realidad hasta que la igualdad sea real y no meramente formal. Por cientos de congresos que haya, por miles de campañas publicitarias que se promuevan, hasta que en el seno de la familia no se desdibujen los roles de hombre y mujer que siempre han existido, desgraciadamente persistirá esta lacra. Y para ello es clave la educación y el ejemplo que demos a nuestros hijos.
En fin, que el odio se basa en el miedo y el miedo en el desconocimiento. Una sociedad mejor formada contará con más resortes para contribuir a hacer un mundo más humano. A contribuir a ello estamos llamados todos.

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