Las elecciones europeas celebradas ayer dejan muchos y sustanciosos titulares. El más preocupante, que los partidos ultraderechistas, que han hecho de la xenofobia y el populismo su estandarte han ganado un poder nada desdeñable. 100 eurodiputados de 751 no es cualquier cifra. Desde luego, se trata de un fracaso del resto de fuerzas políticas que no han sabido trasladar un mensaje adecuado. Que en Francia haya ganado en número de votos el partido de Le Pen, da una idea de la situación complicada por la que estamos pasando. O se pone atención al problema, que viene de lejos, y que al parecer nada se quiere o se sabe hacer contra él, o de aquí a poco nos encontramos otra vez con una Europa al borde del fracaso, en el que el miedo y el odio al extranjero, venga de donde venga, será una realidad que nos sumirá en el desasosiego.
Afortudamente en España, los titulares son otros. En España, los indignados han ganado al bipartidismo. Habiendo existido una alta abstención, ésta no ha sido tan alta como la que algunos vaticinaban. Y tampoco ninguna encuesta acertó la caída tan espectacular que han experimentado tanto PP como PSOE, de los cuales, sólo éste último ha reconocido el fracaso sin paliativos que le han supuesto estas elecciones. El PP, haciendo gala de lo que es, reconocía estar contentísimo por haber ganado las elecciones con 16 eurodiputados, pese a haber perdido 8; aunque esta alegría, no se correspondió con ninguna celebración en el balcón de Génova, quizás porque nadie los acompañó. Ha subido IU, también UPyD, pero sin duda, la noticia es PODEMOS y la entrada con un europarlamentario de la Coalición Primavera Europea. Algo se mueve en España y ojalá sea para bien. Necesitamos otra manera de hacer política. Necesitamos gente que vea en la política una herramienta para poner solución a los problemas y no quienes la consideren un trampolín para hacer acopio de prebendas. Durante mucho tiempo en España se han alternado en el poder dos partidos que, a la vista está, no han sabido estar a la altura de las circunstancias. Las noticias constantes de corrupción mientras el país pasa por una grave crisis se ha traducido en un hartazgo ciudadano de los partidos tradicionales, aunque ni mucho menos ese hartazgo afecta a la política. Afortunadamente han surgido nuevos movimientos que pueden captar y capitalizar la voluntad ciudadana. Ojalá sepan hacerlo adecuadamente. Ojalá esto suponga un cambio en la manera de hacer política también en España. Política desde los ciudadanos y para los ciudadanos.
Un nuevo tiempo para Europa. ¿Nuevo tiempo también para España?
Combatir la abstención en una Europa en crisis
Según indican las encuestas y repiten con pertinaz insistencia los medios, la desafición de los ciudadanos hacia las políticas europeas marcará la tendencia en estas elecciones, con una al parecer muy alta abstención. Si los pronósticos se cumplieran, se confirmaría que la crisis que se vive en Europa no es sólo de carácter económico, sino que su alcance es más amplio y también más preocupante. Y se constataría además la falta de ambición y de sensibilidad de los partidos políticos para profundizar en la idea que quieren plasmar de una Unión que desde hace años parece ya no ser tal.
La construcción del proyecto europeo es, sin lugar a dudas, uno de los proyectos más ambiciosos que ha tenido lugar en el mundo en las últimas décadas. Si tras la Segunda Guerra Mundial se hacían imprescindibles los consensos para rehacer una Europa deshecha, pronto se comprobó que esos consensos podían tener un largo recorrido. Hubo en esos momentos personas que fueron capaces de visualizar las potencialidades que podía tener una Europa unida, y lucharon porque ese embrión avanzara; si bien con el propósito claro de lo económico por encima de todo, al menos resguardado por el paraguas de la democracia. Y si en un principio el libre mercado fue entendido como un fin en sí mismo, pronto se vio que ese libre mercado además guardaba connotaciones con otras libertades, como la libre circulación de las personas, y comenzó a transitarse un camino hacia lo político, iniciado con el Tratado de Maastricht de 1992 en el que se crea el concepto de ciudadanía europea. La Unión Europea es importante para todos y cada uno de los más de 500 millones de personas que poseen una de las 28 nacionalidades de los Estados miembros. Buena parte de las normas a las que estamos sometidos vienen de Europa. En Europa se deciden temas muy importantes que nos afectan a todos, sin ir más lejos todas las normas sobre protección de consumidores. Qué decir de la trascendencia de las políticas económicas que determinan en buena medida la vida de todos nosotros. De la Comisión Europea han llegado las directrices que han apostado en los últimos años por una austeridad que a muchos países, sobre todo a los del sur de Europa, nos ha perjudicado. Por eso no es baladí quién esté al frente de la Comisión europea, ni cómo esté conformado el Parlamento Europeo. La abstención mostraría una desidia hacia un proyecto que no se lo merece. Antes al contrario, es necesario que seamos conscientes de que la Unión Europea, ahora más que nunca es necesario que sea una Unión fuerte, y que eso sólo se consigue si todos los que tenemos derecho a voto lo ejercemos con responsabilidad y sabiendo lo que votamos. No dejándonos embaucar por lemas vacíos, sino remitiéndonos al historial que cada partido tiene. La hoja de servicios es la mejor carta de presentación. Y para aquellos que aún no la tienen, confiemos en su programa electoral, en la idea de que ese programa sea un compromiso sólido con el electorado y no papel mojado, el día después de las elecciones. Como ya sabemos que hacen algunos.
La red del olvido
Probablemente todos en alguna ocasión hayamos sentido la necesidad de olvidar y también en ocasiones de que nos olviden. El olvido no hace tanto estaba muy localizado y circunscrito a los sentimientos personales, pero desde que emergió la sociedad red, desde que las redes sociales desplazaron y/o complementaron a las relaciones sociales/personales ese derecho a olvidar, si es que así formulado, existe, se hace cada vez más complejo. Ayer, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea dictaba una sentencia muy significativa, puesto que viene a reconocer que el derecho que tiene una persona a olvidar y a que se le olvide también debe ser garantizado en internet. Los datos personales, todos, le pertenecen a la persona, y como tales son disponibles por ella. Los gestores de datos están obligados a respetar la voluntad de esa persona y hacer, en la medida que de ellos dependa, que los datos personales que una persona quiera olvidar no persistan de forma perenne en la red. Porque eso haría que su privacidad se viera vulnerada y porque a la postre sería admitir que internet tiene poder para erigirse en un alter ego capaz de contribuir a perpetuar una imagen personal de uno que ya no se corresponde con la actual.
La sociedad red, de la que hablaba Manuel Castells, ha supuesto un cambio tan radical en la manera de relacionarnos; ha cambiado todo tanto en tan poco tiempo, que sólo poco a poco estamos descubriendo los riesgos que encierran todas las potencialidades que también lleva consigo esta consquista reafirmada y desarrollada en el siglo XXI. Tranquiliza saber que los gigantes informáticos, por muy poderosos que sean, no tienen el poder de suplantar lo humano. Aunque no nos confiemos.
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