Hace muchos, muchos años, cuando estudiaba en el Instituto recuerdo que a veces nos reuníamos en casa de mi amiga Susana para ver películas que luego comentábamos o simplemente para charlar. ¡Qué buenos tiempos aquellos, y cuántos recuerdos! En uno de esos encuentros vi por primera vez la película “El club de los poetas muertos”, que me marcó para siempre. Me encandiló la energía del profesor Keating, magníficamente interpretado por Robin Williams, y la amistad entrañable y la camaradería que existía entre los alumnos de la exigente academia Welton. Fue entonces cuando empecé a leer a Walt Whitman, y fue entonces cuando se me grabó a fuego ese lema del Carpe Diem que este inusual profesor quiso inocular a sus alumnos.
No tengo nada del Pfr. Keating, ya quisiera, pero el pasado sábado tuve la posibilidad de dirigirme a los alumnos de la primera promoción de Graduados en Derecho de la Universidad de Salamanca, y frente al pesimismo que ahora mismo impera, quise trasmitirles energía positiva, confianza en ellos mismos y les animé a que pusieran en práctica el Carpe Diem. Probablemnte no hiciera falta, porque los jóvenes saben aprovechar al máximo la vida, sacarle todo su jugo, pero a mí me pareció idónea la posibilidad de reivindicar el optimismo ante tanto pesimismo. Aquí les dejo el discurso que les leí (Graduación 26-4-2014). Espero con todas mis fuerzas que la vida les permita demostrar lo que valen. Enhorabuena otra vez, queridos alumnos, y lo dicho, CARPE DIEM!
CARPE DIEM
La justicia desjuiciada
Impartir justicia es uno de los oficios más delicados y sensibles que existen. En la mano de los jueces está que los derechos de todos los ciudadanos se respeten. La justicia es, en buena medida, garante de la paz social, porque la restituye cuando se ha fracturado o su mera existencia actúa como apuntalamiento de esa paz. No es bueno, por tanto, que quienes tienen encomendada esta función, la función de juzgar y hacer ejecutar lo juzgado, se conviertan en protagonistas. Nunca me han gustado los jueces que gozan de la notoriedad pública que dan los medios de comunicación. Aquellos que se pasean por los platós de televisión, o conceden por doquier entrevistas. Tampoco los que utilizan casos que han estado bajo su jurisdicción como plataforma para el lanzamiento político. La justicia es algo serio, y no se puede utilizar o usar ni como trampolín ni como tapadera. Es muy legítimo que un juez se dé cuenta de que realmente sus aspiraciones no son las de impartir justicia, sino la de dedicarse a la cosa pública desde otra perspectiva, como la política, pero no mezclemos ambas, porque entonces estamos contribuyendo al descrédito de la justicia.
Un juez no puede correr el riesgo de creerse por encima de la ley. Está para aplicar la ley y debe actuar sometido a ella. Un exceso de celo, un querer hacer “justicia” sin respetar los procedimientos legales puede perjudicar tanto el caso que se está enjuciando, como a la propia justicia como institución. No contribuyamos también a que la justicia sea otra institución más teñida por la sospecha.
Justicia y política
Son ya demasiados palos de ciego los que ha ido dando Gallardón. Primero quiso privatizar los Registros, otorgando su gestión a los Registradores de la Propiedad. Parece que esa peregrina idea no prosperará, no porque el Ministro no lo deseara, sino porque al parecer desde el colectivo que iba a ser agraciado se exigía demasiado. Después vino el sonoro golpe al Estado de Derecho con la abolición de la justicia universal, antes precedido, es cierto, por la famosa ley de tasas judiciales. Ahora llega otro proyecto estrella: modificar por completo la Ley Orgánica del Poder Judicial de 1985. Tenía claro Gallardón, cuando llegó al Ministerio, que la consigna era dejar su impronta, no fuera que no tuviera más oportunidades de marcar con su sello el devenir de los españoles. Repárese que aunque he citado sólo algunas de sus iniciativas, no he citado una de las más polémicas: la proyectada ley del aborto… Sí, está claro, que Gallardón quiere pasar a la historia como el Ministro de Justicia que puso a la justicia al servicio del poder y la alejó de los ciudadanos. Porque en ese largo anteproyecto de Ley se dicen cosas que no están en la línea de lo que debería ser una justicia del siglo XXI. No parece que aumentar los aforamientos sea algo necesario, más en los tiempos que corren. Tampoco parece que con la consigna de combatir a los jueces estrellas, y en aras de la seguridad jurídica se otorgue la instrucción de los casos más significativos (grandes causas) a un órgano colegiado compuesto por tres jueces. No sé hasta qué punto los fines son los confesados o más bien otros. Pero lo más evidente de este anteproyecto, que tendrá que ser desarrollado por otro relativo a la demarcación y planta judicial, es que pretende alejar aún más la justicia de los ciudadanos, puesto que el conocimiento en primera instancia de los asuntos se relega a tribunales provinciales de instancia, desapareciendo toda la estructura creada en torno a los partidos judiciales.
En mi opinión, con esta proyectada reforma, la justicia se instrumentaliza aún más poniéndola a disposición del poder ejecutivo, al tiempo que se la aleja de los ciudadanos. Dicho con otras palabras, todas las reformas que se están poniendo en marcha desde el Ministerio de Justicia ahondan en la injusticia más palmaria.
Rouco y Cáritas
Si la cara es el espejo del alma, juzguen ustedes mismos. Ayer Rouco Varela, arzobispo de Madrid, se despachaba con otra de sus inmersiones en el odio, en su ya dilatada carrera hacia un cielo que no tengo claro dónde él situará. En el funeral por la memoria del expresidente Suárez dejaba caer, aludiendo soterradamente y no tan soterradamente al tema de Cataluña, la posibilidad de otra guerra civil. Y yo me pregunto, ¿es esto tolerable? Que a estas alturas, desde los púlpitos de las iglesias siga habiendo quienes se creen con derecho a lanzar proclamas, políticas o no, pero que a la postre conduzcan al miedo e inoculen la semilla del odio…
Entretanto, en el seno de esa misma Iglesia, pero con un rostro mucho más sereno; de compartir el dolor y la miseria, de saberse al lado del que lo necesita, se encuentra Cáritas. La semana pasada publicaba un informe que debería habernos puesto a todos los pelos de punta. A todos menos al Sr. Montoro, que en su camino al cielo de la recuperación anunciada, no puede consentir que le salga ningún agorero. Según él, los datos de la pobreza que publica Cáritas son estadística. Y yo me pregunto si es estadística el joven que ayer noche me encontré buscando en la basura. Todos los que vivimos en España sabemos que hay gente que está pasando necesidad. Y el Sr. Montoro y el resto del gobierno, comenzando por su presidente, no sólo debería ser consciente de ello, sino poner medios para que esta situación no llegue a más. La pobreza infantil es una lacra tan dura, tan enormemente injusta en un país que ha rescatado a bancos y que pretende rescatar ahora a las autopistas hechas por sus amigos, que como ciudadanos tenemos que rebelarnos. Rebelarnos para decir BASTA. Yo no quiero que con mis impuestos se sufrague a quien más tiene y no se ayude a quien de verdad lo necesite. Sí, seguro que más de alguno dirá que soy una ingenua. Pero ingenua o no, no quiero contribuir a seguir creando un Estado inmoral, mientras el Estado social y democrático de Derecho que todavía consta en la Constitución que es España se descompone.
Sí, señores, la cara es el espejo del alma. Rouco y otros como él que incitan al odio o que miran para otro lado para no ver la miseria. Cáritas y otras organizaciones, que saben estar a pie de campo, viviendo el día a día con quienes lo necesitan.
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